Es innegable la evidente hostilidad de testigos procedentes del aparato del Estado, agentes judiciales, técnicos de la Administración y sobre todo Policía y Guardia Civil contra el cuerpo de los Mossos d'Esquadra, una animadversión que llega a presuntas falsas acusaciones, según denuncian repetidamente las defensas de los presos políticos catalanes procesados en el Tribunal Supremo en Madrid.

Algunos casos son lo bastante notorios y directos. Se percibe un cambio en el tono o el timbre de voz de los declarantes cuando tienen que inculpar a los Mossos. Parece que se hace presente un rencor profundo que va más allá de la competencia de prestigio entre cuerpos policiales, del juicio y, también, por encima del frío de pies de la policía española ante el éxito internacional de la operación dirigida por el mayor Trapero contra los responsables del atentado terrorista de la Rambla de Barcelona del 17 de agosto de 2107.

El cuerpo de los Mossos d'Esquadra, fundado en 1721 en Valls, nació de la necesidad de más seguridad. Es una de las policías más antiguas del mundo, un cuerpo que fue adelgazándose a lo largo del siglo XIX, y más todavía al ser fundada la Guardia Civil más de un siglo y cuarto después, en 1844, por un aristócrata militar, el segundo duque de Ahumada y quinto marqués de Las Amarillas. Se trata de un instituto armado de naturaleza militar que ha ido creciendo en número, actuaciones y peso sociopolítico en el dramático transcurso español de los dos últimos siglos, en que siempre ha estado presente y demasiado a menudo fuertemente criticado.

Debió ser a mediados del año 1982 en Madrid cuando conocí al general Ramon Salas Larrazábal. El lugar era el que entonces se llamaba Archivo de la Guerra de Liberación. Era antes de la actual organización documental militar, eso es, el Instituto de Historia y Cultura Militar, creado en 1998.

A pesar de la diferencia de edad y de grado —él general en la reserva y yo soldado raso de quinta en la reserva—, congeniamos. Él había luchado en la guerra civil en el bando franquista, pionero en el paracaidismo. Era un hombre de vocación cultural y de mente abierta. Se definía, de forma socarrona, como franquista demócrata.

El contacto espaciado pero continuado durante unos años en el Archivo o en otros de Salamanca o de Madrid nos llevaba siempre que coincidíamos a tomar un café a media mañana. No era historiador de profesión pero le interesaba mucho lo que se decía en los núcleos académicos sobre sus libros. Hablábamos de Catalunya, de España, de la Guerra Civil, de los carlistas, de Franco y su actuación militar, de sus hijos, que se movían entre el mundo de la farándula y el periodismo, etcétera.

Después de un hecho luctuoso muy grave, un atentado de ETA, tomando un café en un breve descanso matinal le pregunté: "Hay una cosa que no entiendo, mi general. Los bascos tienen a ETA, que mata, pero a la vez tienen a la Ertzaintza como polícia propia, y los catalanes que no matamos ni a una mosca y a los Mossos d’Esquadra sólo les dejan actuar como policia vigilando cuatro cosas". El General Salas Larrázabal me contestó que la respuesta era muy fácil. Ante mi extrañeza me dijo: "El único cuerpo uniformado que se ha enfrentado al ejército español en el siglo XX han sido los Mossos d’Esquadra, y el ejército tiene memòria".

Se refería a los episodios armados de octubre de 1934 y de julio de 1936.

La sucinta explicación tiene un grueso profundo. Al comentarla a varia gente llegó a oídos del president Tarradellas, que me pidió que le explicara cómo había ido. Igualmente lo hizo el president Jordi Pujol.

En la II República los hechos de octubre de 1934 son el resultado de un proceso radical armado de las izquierdas españolas, impulsado también por el PSOE, que sólo se impusieron en un periodo breve en Asturias y más breve todavía en Catalunya. El motivo era por la deriva antirepublicana de la derecha para poder vaciar de contenido todos los avances políticos, económicos, sociales y culturales. Hay que recordar que era una actuación que se movía en un peso creciente y violento del fascismo y nazismo por toda Europa.

La Generalitat se sumó al hecho político de revuelta de las izquierdas españolas. El general Batet proclamó el estado de guerra en Catalunya cumpliendo las directrices del poder legal establecido para someter la revuelta y actuó contra los Mossos d'Esquadra y los pelotones de voluntarios.

En julio de 1936 quien se rebeló y rompió la legalidad republicana fue la mayoría del ejército español y los sectores de la derecha más reaccionaria. En Barcelona, para defender al gobierno legalmente votado por la población, le opuso resistencia, por orden de número y potencia de fuego, la Guardia de Asalto y los Mossos d'Esquadra, a la vez que una multitud de paisanos armados que se convirtieron a lo largo de las primeras jornadas de la revolución y la guerra en los amos de la situación, de las calles y del poder.

Los Mossos d'Esquadra serían suprimidos y represaliados de forma extrema al acabar la guerra. La Diputación de Barcelona los hizo renacer con escasas atribuciones y no fue hasta que se recuperó la Generalitat, más allá de la etapa Tarradellas, que se formó un cuerpo policial nuevo, moderno, democrático, preparado para afrontar las necesidades de la compleja sociedad catalana.

La sociedad española se fue democratizando a partir del fin de la dictadura, más allá del esperpento del 23-F de 1981 y el nudo del poder judicial. Así, de un día a otro los mismos jueces que venían del franquismo se autobautizaron demócratas.

Sí que cambió el ejército. El ejército español, excepto cuatro nostálgicos del franquismo en la reserva, es un ente moderno y efectivo. Que habla idiomas y no interviene en política. Su inmensa mayoría sabe y cree que la democracia es la única garantía de la convivencia entre los pueblos. A pesar de ser un ente jerárquico, respeta —en muchos casos— y ama la democracia.

Pero la cizaña del franquismo, la extrema derecha más inmoral al poder, no se ha podrido en el conjunto de España. El nacionalismo español cuando tiene que convivir fuera de los órganos absolutos seculares de poder, cuando tiene que ceder migajas de su pensamiento único y unitario, mira de reojo. Frunce el ceño. No le hace ninguna gracia.

Lo hace con todo, pero su celo enfermizo es tan extremo con la policía catalana, porque demasiado a menudo siente como si fuera como una agresión a su prestigio el buen funcionamiento de los Mossos. Parece como si los pusiera en evidencia por la comparación con su profesionalidad y su buen hacer policial y democrático al servicio de la comunidad, la nación, que les paga. La estima de la población.

Los gobernantes españoles, sordos y ciegos a las demandas de la población, nunca han visto a la policía como un cuerpo de servidores públicos al servicio de la ciudadanía, de su seguridad y de sus anhelos políticos y ciudadanos.

La policía tiene que estar al servicio de la ciudadanía en el trato personal, profesional y político, y como ciudadano catalán nunca he oído como propia a la Guardia Civil y la Policía española. Y como yo, millones de catalanes. A base de golpes y porras, de declaraciones estrambóticas, no se gana la estima de la gente.