A Ciudadanos se le ha desmontado el tinglado. Como aquel gallo sin cabeza sigue corriendo y corriendo hacia ninguna parte sin darse cuenta de que su momento ha pasado. Durante muchos meses era muy fácil escuchar elogios de Albert Rivera o Inés Arrimadas. Tuvieron dos oportunidades: las elecciones catalanas del 21 de diciembre y la moción de censura que encumbró a Pedro Sánchez directamente a la Moncloa. En ambos casos, Ciudadanos se precipitó y perdió. El españolismo hizo una campaña plana para que Arrimadas tirara con fuerza de la candidatura de Ciudadanos. Logró una pírrica victoria, ya que el independentismo se situó en 70 escaños de 135. Mayoría absoluta sin discusión.

Cuando la moción de censura, Rivera leyó equivocadamente lo que iba a suceder en tres ocasiones: no creyó que el PNV abandonara a Rajoy, no pensó que el PP se iría antes a la oposición que cambiar de candidato y, finalmente, desconfió de la posibilidad de que Sánchez armara una coalición ganadora. Fue por los despachos que lo financian proclamando el apocalipsis que no llegó y hoy el Ibex ya se ha adaptado al líder del PSOE.

Conclusión: Rivera es un estorbo enorme. Y le empieza a pesar su ausencia de discurso y de proyecto. Su falangismo 2.0 recibe cada vez menos apoyo en los medios, aunque haya encontrado en el expremier Manuel Valls un todo terreno para hablar de España, del independentismo y de Europa.

Curioso: Valls es uno de los primeros políticos que encuentra más eco fuera de sus fronteras que en su propio país, donde sus opiniones han dejado de interesar. Eso sí, con un sesgo evidente y una permanente necesidad de inflamar las relaciones entre Catalunya y España.

Ahora, más allá del Ebro se sorprenden de él y de Rivera. Como si Ciudadanos fuera algo más que eso.