Jordi Sànchez, el presidente del ANC, es el merluzo menos merluzo de todos los merluzos que conforman el independentismo oficial. Su discreción y el poco entusiasmo que genera se han acabado convirtiendo en sus mejores armas en un momento marcado por la grandilocuencia gratuita y la cursilería general.

Hábil y prudente, Sànchez llegó a la presidencia del ANC como puesto con calzador. Después del mandato de Carme Forcadell, tan marcado por la euforia de Prozac, su figura suscitó muchas reticencias, sobre todo porque la mayoría de las bases habían votado a Liz Castro.

Durante meses pareció que el nuevo presidente del ANC venía para cerrar el chiringuito o para ponerlo al servicio de los poderes autonomistas. Vinculado a Iniciativa, su falta de chispa ayudaba a hacer creíbles los rumores que lo pintaban como un hombre puesto desde arriba, con la misión de apaciguar el entusiasmo del país y dirigirlo hacia una nueva versión del oasis catalán.

Sánchez se formó como activista en la Crida a la Solidaridad y, como se quedó hasta el entierro de la organización, se le describía como estas figuras de consenso que sirven para liquidar ilusiones y proyectos agotados sin excesivos dramas. Su trayectoria vinculada a las izquierdas cuadraba perfectamente con la estrategia electoral de Junts pel Sí y con su populismo mesiánico, de pepona revoltosa.

A raíz de la comedia del 9-N, los políticos se quitaron las corbatas y el independentismo se refugió en el discurso social. Los pobres sirven para todo, incluso para justificar una secesión cuando falta el valor para plantearla abiertamente, o para justificar una colonización, como hace el pregonero Pérez Andújar -Sisa sin duende, caspa de tebeo, España cutre de tercera mano.

A diferencia de la mayoría de figuras de la Crida, Sànchez prefirió hacer carrera en el vivero maragallista antes que ir hirviéndose como un merluzo en el mundo de ERC o Convergencia. En vez de hacerse perdonar el independentismo haciendo el juego al nacionalismo sentimental, como Àngel Colom o como David Madí, se refugió en el discurso de izquierda, cuando la izquierda todavía tenía dignidad.

Justamente porque estuvo en la Crida, Sànchez conoce la profundidad diabólica de la ocupación y el papel que juega en ella la trama soberanista. Su discreción, esta capacidad que tiene para pasar desapercibido incluso ahora que trabaja a primera línea, no es sólo un rasgo de su carácter, también es una habilidad desarrollada por la necesidad de protegerse de la represión interna, sin la cual no se podría acabar de entender su aire de pitufo o kumbayá.

El trauma de conocer punto por punto la mentira explica, más que su timidez, ese talante de comunista clandestino, que ha sido educado en un entorno en el cual los primeros en palmar son los que hablan demasiado. El presidente del ANC representa bien el problema que tiene Catalunya, y es que la misma cultura que permitió al país sobrevivir en tiempo de violencia y dictadura se ha convertido en el principal obstáculo para liberarlo, ahora que la democracia impera en España y en todo Occidente.

Licenciado en Ciencias Políticas el 1991, en plena descomposición de la URSS y de Yugoslavia, Sànchez ha sido consejero de la Corporación de Radio y Televisión, director de la Fundación Jaume Bofill y era adjunto de Rafael Ribó, el Síndic de Greuges ecosocialista, cuando relevó a Carme Forcadell al frente del ANC. La cultura del poder y el conocimiento del sistema de auto-represiones y de prebendas le ha servido para sobrevivir sin acabar de convertirse en un títere.

Antes del verano, cuando ya era claro que la estrategia de Junts pel Sí había fracasado, se desenganchó del discurso oficial organizando una consulta interna en el ANC sobre el apoyo de la entidad a la convocatoria de un referéndum de autodeterminación. El resultado de la consulta, que le sirvió para consolidar su liderazgo, no tuvo una traducción clara en el mensaje de la Diada Nacional de Cataluña, pero sí que ayudó a asegurar el éxito de la jornada.

Ahora Sánchez es, junto con Puigdemont y con la CUP, el principal valedor del referéndum, que se ha convertido en la herramienta más eficaz de la política catalana. Con la esperanza envenenada por tantos años de circular por los cenáculos oficiales, el presidente del ANC se aferra al referéndum creyendo que será una manera digna y bonita de morir. Lo que él, ni muchos otros cargos del mundo oficial saben todavía, es que la única cosa que matará el referéndum es la mentalidad absurda de colonia asustada que todavía atenaza a Catalunya.

Cuando Sánchez vea que el referéndum no sirve sólo para salvar la dignidad sino para Ser, con mayúsculas, la personalidad del presidente del ANC y de los que todavía no se han convertido del todo en merluzos, se volverá a despertar y ni los tanques ni los bancos, ni el poder internacional que el Estado no tiene, nos podrán parar. Entonces la maldición de 1714 será conjurada e incluso los jóvenes del PP y la misma Inés Arrimadas comprenderán qué querían decir nuestros heroicos ancestros cuando hablaban de salvar España.