El expresidente de la Generalitat Jordi Pujol escribió en el 2016 un texto inédito sobre la figura de mossèn Josep Dalmau, sacerdote y activista independentista fallecido este miércoles, que reproducimos aquí por su interés político y humano. Lo presentamos junto con una breve obituario, a raíz de la muerte de Dalmau, también escrito por Pujol.

6-IX-2018

La muerte de Mn. Dalmau, aunque ya hace tiempo que se daba por inminente, seguro que ha conmovido a mucha gente. Y que la ha hecho reflexionar. Y repasar en la memoria lo que ha sido su vida y su presencia. Desde el punto de vista espiritual y de Iglesia, desde el punto de vista social y político, desde el punto de vista den enraizamiento en el país y de su defensa. Y desde el punto de vista del compromiso con la gente, con las personas.

Todo ello, vivido y practicado con mucha libertad de espíritu. Con valentía. Incluso a veces sorprendiendo y removiendo a la gente. Yo mismo en algún momento me sentí interpelado. Ha sido un personaje con quien en algún momento ha sido difícil estar de acuerdo (por la novedad y radicalidad de algún planteamiento) pero con el que siempre se mantenía una relación afectuosa. Por su calidad humana y por su autenticidad cristiana (más allá de formalismos). Por encima de todo era un hombre bueno. Un hombre con criterio y también atrevido, un hombre de principios y al mismo tiempo comprensivo.

Durante sus últimos años se le acentuó esta humanidad. Y la serenidad de espíritu. Su recuerdo nos será benéfico. Como personas, y como país.

 

7 noviembre 2016

En los 90 años de Mn. Dalmau

Con motivo del 90º aniversario de Mn. Dalmau fui invitado a un acto de homenaje que se le hizo en Gallifa, en el Santuari de la Verge de la Natura (o de la Ecología, como también se conoce). Que él creó el año 1986. Un acto en el que se preveía que asistirían centenares de personas, y así fue.

Alguien me aconsejó que no fuera. De hecho actualmente cuando hay actos poco o muy multitudinarios hay gente que me aconseja que no vaya. A veces con una cierta razón. Pero al de Mn. Dalmau, al de Dalmau, fui. Porque es cierto que a veces a Dalmau lo podemos haber encontrado – o yo lo puedo haber encontrado – muy radical o que puede haber sido realmente poco realista, a veces incluso incómodo. Pero siempre sensible al dolor de la gente, a las injusticias de la sociedad y a los peligros que han acechado nuestra Patria. Y ni que fuera a veces de lejos, siempre he admirado su juventud de espíritu, su valentía y su fidelidad a aquello que para él consideraba básico a la vez que justo y esencial.

Total, que fuimos, mi mujer y yo. Fue un acto bonito y de calidad. De calidad humana y cívica. Para todo el mundo. Y para nosotros especialmente gratificante. Doy las gracias a Dalmau y a tanta gente.

Pero dicho esto quizás puede ser útil explicar otra reflexión mía con motivo de este acto.

Dalmau ha sido – y es aún ahora que está llegando al final, un final que no le da miedo – un profeta. Un hombre fiel a los principios que a su entender tienen que inspirar la vida de los hombres, individualmente y como sociedad. Y que ha predicado estos principios a todo el mundo, siempre y por todas partes. No lo han detenido las amenazas ni las contrariedades y las decepciones, a las que a veces la vida nos enfrenta. Y no ha tenido miedo, ni físico ni el que puede ser producto del ambiente social o de las relaciones personales.

Ello no significa que siempre haya tenido razón. Ni que siempre haya sido lo bastante atento y sólido en la rectificación cuando ha hecho falta. Pero el conjunto de su vida responde a este compromiso. Claramente y con creces. Siempre ha querido ser fiel a la idea de hombre y de sociedad que intelectualmente y espiritualmente se ha forjado. Todo ello vivido con firmeza y al mismo tiempo humildad.

Así fueron los profetas. Los de Israel. Y así son los de ahora. Mn. Dalmau ha tenido y tiene un fuerte componente profético.

E Israel tuvo unos Reyes. Buenos y malos. (Como también hubo falsos profetas). Y Reyes y Profetas a menudo discreparon. Y quizás porque yo he sido político y no profético me inclino a creer que no siempre lo que decían los profetas debió ser lo más justo y lo más conveniente. De hecho, la Historia de Israel (la Biblia) habla a menudo de falsos profetas. Falsos por malicia o falsos por error (por haber interpretado mal el mandamiento del Señor). O simplemente buenos profetas que en algún momento se equivocaron.

Pero en conjunto se puede decir que sin el profetismo, que sin la predicación y la acción de los profetas, Israel no habría sobrevivido a los asirios, a los babilónicos y a los romanos. Y que sobre todo no habría sobrevivido a los propios errores, cobardías y faltas.

Mn. Dalmau (en Dalmau) ha sido un profeta. Lo es todavía hacia el final de la vida. Lo fue el otro día en Gallifa, en el santuario de la Ecología.

Y yo puedo entender eso particularmente. Porque yo no he sido un profeta. Yo he sido un político. No exactamente un "Rey", pero un político. En nuestro contexto, fui importante. Y a menudo tenía que hablar, o discutir o enfrentarme con algún profeta. A veces con falsos profetas, otras, con profetas de verdad. Pero siempre es difícil discutir con un profeta. Y más aún para un político.

El acto en Gallifa fue emotivo, fue denso, fue espiritualmente potente. Pero eso no me impedía, todo lo contrario, pensar que en mi relación con Dalmau a veces nuestros papeles estuvieron marcados por una parte por mi sentido de político y de gobernante, y por la otra por el sentido más radical e incluso profético de él. Y ya que podríamos decir que estábamos sumergidos en una atmósfera que combinaba religiosidad y medioambientalismo, espiritualidad y sentido práctico político no pude no recordar conversaciones, discusiones y momentos de mutua comprensión que él y yo habíamos tenido. Cabe decir que no sólo sobre la Naturaleza y el Medio Ambiente. También sobre el futuro de Catalunya y sobre la sociedad en general. Él, normalmente, con una actitud más profética, yo más política y posibilista. La verdad es que el recuerdo de aquellas conversaciones, e incluso discusiones, me serenó el espíritu. Quizás porque creo que al fin y al cabo podemos estar contentos (no definitivamente satisfechos, pero sí modestamente contentos) de lo que al fin y al cabo todos juntos hemos hecho. Y no sólo Dalmau e incluso modestamente yo mismo, sino sobre todo, sobre todo, el conjunto de nuestro país.

Es por eso que volviendo hacia casa recordé con emoción a Dalmau. Que había podido ser un hombre difícil porque en ciertos aspectos ha sido un hombre radical. Como lo eran los profetas de Israel. Pero que siempre ha sido generoso, compasivo y humilde. Y al mismo tiempo, a la corta o a la larga, eficaz. Como lo eran los profetas de Israel. A los cuales los Reyes finalmente, tarde o temprano, hacían caso.