La triste figura ayer de Rajoy felicitándote por haber requisado 100.000 carteles electorales es el resumen de la impotencia del Estado ante un pueblo que se subleva. La revuelta, sin embargo, no es sólo contra el Estado, es contra nuestra cultura política local, valga la redundancia. Están muriendo todas las estrategias que han diseñado las últimas décadas para decirnos que no somos una nación y que no tenemos derecho a gobernarnos mientras vamos diciendo por el mundo que sí, que somos una nación y que tenemos derecho a gobernarnos, pero ay, si no fuera por los españoles que controlan el Estado.

He dicho mil veces que el referéndum haría caer todas las máscaras, y así está pasando. También las nuestras: el sistema de poder local se ha construido sobre los sobrentendidos de la represión española, la histórica y la potencial. Por eso es falsa la sorpresa de los que se escandalizan cuando la Guardia Civil entró ayer a los medios, a darles un papel. Un papel. Un pa-pel. No nos puede sorprender porque es esta posibilidad, la de la policía controlando tu vida, lo que ha hecho que algunos líderes prosperaran y otros no. No sólo en la política: en todos los ámbitos de la vida y con todas las cuestiones. Los que han propuesto que actuáramos como si la policía siempre estuviera presente son los que han mandado. Los que proponían que actuáramos para echar a la policía de las redacciones y de los corsos, han aguantado una larga travesía del desierto.

Pero cuando un pueblo despierta, cuando se da cuenta de que el coco que se te tenía que llevar de la cama podía ser el recuerdo de monstruos reales del pasado, pero que hoy no vive en tu armario, una vez esta sensación ha arraigado dentro de ti, entonces es muy difícil hacerte creer que hay un coco y que es alguna cosa más que una pobre criatura grotesca que vive sólo de tu miedo, como Rajoy ayer, triste figura decadente.

Ante el claro autoritarismo de los gestos de estos días, no hay nadie con un mínimo de poder en España que plante cara o esté dispuesto a jugarse nada

Cuando Rajoy entra en un Consejo de Ministros, a su alrededor tiene sólo un grupo de vividores, hedonistas que ponen por delante su placer y su vida concreta y material a cualquier principio, o a cualquier idea de futuro. Las élites españolas, sobre todo las del PP, y todo el aparato del Estado que han construido con el PSOE y con la ayuda de los regionalistas periféricos, son unos hombres disfrazados de poder, con togas y uniformes, que se han abandonado a sus vicios morales e intelectuales, y han contaminado toda la inteligencia del país. Lo vemos en los diarios y en las radios, y lo vemos en las barras de los mejores prostíbulos de Madrid y Barcelona.

Lo mismo pasa con las élites de Barcelona, falsamente empresariales, totalmente entregadas a la droga del dinero público, repartido a cambio de lealtad. La unidad de España, como hemos visto estos años, se ha sostenido sobre todo a partir de la corrupción: reparte la impunidad y tendrás el poder atado. En consecuencia, es un poder corrupto, carcomido, incapaz de pensar claramente y de tener alguna salida sólida a los problemas fuertes, se llamen crisis económica o autodeterminación de Catalunya.

Rajoy no puede pararte y los líderes espirituales de la tribu no pueden restablecer el miedo que mantenía el orden establecido. No hay argumentos, de la misma manera que ante el claro autoritarismo de los gestos de estos días, no hay nadie con un mínimo de poder en España que plante cara o esté dispuesto a jugarse nada. Fijaos en Podemos: lo único que se han planteado estos días ha sido si podían aprovecharlo para echar el PP, como le dijo Pablo Iglesias a Oriol Junqueras en la cena de casa de Jaume Roures. Fijaos en los comuns: lo único que les ha preocupado es que Ada Colau pudiera ser inhabilitada o perder unos votos de los más sectarios de su tribu. No hay ninguna fuerza moral para obstruir el autoritarismo, igual que no hay fuerza moral para obstruir un pueblo que se quiera hacer la pregunta más seria que se puede hacer una sociedad: si se puede gobernar a ella misma.

Esta pregunta impacta sobre todo lo que hacemos: desde el profesor de universidad perezoso que confía en la jerarquía de su posición para ser impermeable a la crítica y a la imaginación, hasta el tendero que pide perdón por querer prosperar, pasando por el periodista que adapta su discurso para contentar al máximo de gente posible.

Estos días hasta el 1-O estamos estableciendo los estándares que dominarán la política y la vida los próximos años

Los diarios, los profesores, los políticos, los jueces, la policía: todo el mundo ha gastado toda la credibilidad que tenía en tratar de rebajar el tono, de hacer ver que se cumple tu derecho a la libertad. En balde. La libertad es un misterio, pero es bien simple: cuando se hace explícito sólo la violencia la puede frenar, y todavía tiene que darle la razón primero.

Cada vez que la Guardia Civil entra en un diario a entregar un papel, cada vez que un juez dice que no puedes hablar en público, cada vez que un fiscal se salta un derecho fundamental, España y sus élites tienen menos margen, y se van quedando solas, sin poder, mientras el deseo de libertad crece. Cada vez que un empresario, un profesor, un miembro cualquiera de los que mandan en Catalunya pide apaciguar los ánimos para no provocar a la policía, la gente que los seguía se libera más y más.

No es cierto que el 1-O dependa de si estos o aquellos otros les dan apoyo. Es al revés: el futuro político de todo el mundo depende de si entienden el significado y fuerza de la pregunta. Estos días hasta el 1-O estamos estableciendo los estándares que dominarán la política y la vida los próximos años. No dejes pasar ni una.