Hoy a las cinco de la tarde, hora de Barcelona, se abrirán solemnemente las puertas y el presidente se acercará al presidente, el presidente miarará al presidente, el presidente sonreirá al presidente y, luego, el presidente le dará la mano al presidente. Presidente Trump, presidente Rajoy, presidente Rajoy, presidente Trump, presidente Trump, presidente Rajoy, así varias veces hasta que se sienten uno al lado del otro, separados por un traductor que irá haciendo el trasvase de las palabras previsibles. Ante la prensa aún volverán a chocarla, presidente, presidente, bienvenido, bienhallado, qué tiempo que hace, qué tiempo que hace. Cómo va todo, cómo a todo. Y se acodaran en los sillones amarillos del despacho Oval, el americano levantará la barbilla y hará una mueca con la boca, el español bajará la barbilla y hará una mueca con los ojos. Cuando empiecen a conversar en privado recitarán de aquella manera lo que los asesores les han aconsejado decir, se acuerdan sólo un poco, pero la improvisación forma también parte del arte de la política. El uno será el mayor y el otro el pequeño. Primero hablará uno y después hablará el otro. Pero pronto se hará el silencio cuando sean conscientes del fenómeno. Reproducirán lo que sea necesario reproducir, como en la historia de Bouvard y Pécuchet, son dos hombres que copian incansablemente unos conocimientos que no tienen. Quizá no encontraríamos en todo el planeta dos presidentes que, a su manera, se parezcan más. A veces, cuando se miran fijamente parece que estén los dos frente al espejo. Las reacciones son impostadas, las reflexiones entumecidas. Han llegado a ser lo que son sin mucho mérito, ambos saben hincharse para parecer más grandes, los dos son dos hijos de papá, bien alimentados por los prejuicios. Indiferentes a la crítica y a las posibilidades de mejora, son dos presidentes presididos por un permanente desprecio hacia el resto de la humanidad. Tienen una enorme, colosal, opinión sobre ellos mismos. Creen que merecen estar donde están. Y tienen todo el poder necesario en sus manos. ¿Qué podría salir mal?

En un determinado momento el presidente Rajoy hablará de la independencia de Catalunya y el presidente Trump le escuchará un poco, haciendo alguna pregunta para demostrar interés. Rajoy entonces dirá las palabras mágicas: “Creo en América”. En ese preciso instante el escenario cambiará de repente. El despacho quedará en la penumbra mientras explica que los catalanes han deshonrado España, que han hecho un mal uso de la libertad. Que España ha utilizado las cloacas del Estado, que ha hecho desembarcar miles de guardias civiles en Catalunya, que ha montado líos jurídicos a través de fiscales, del Tribunal Constitucional, que ha utilizado empresarios y medios de comunicación. Todo en vano. Le darán un vaso de agua para que se consuele y tome aire. Entonces añadirá: “Le he dicho a mi mujer que la justicia nos la hará Don Trump”. Con un movimiento discreto, el presidente estadounidense moverá las manos y le preguntará qué quiere mientras acaricia un gato que tiene en el regazo. Don Mariano Rajoy se levantará y le susurrará al oído lo que quiere. Se hará un silencio espeso. “No puedo hacer lo que me pides ... Hace muchos años que nos conocemos y por primera vez vienes a pedirme ayuda.” En la conversación se continuará debatiendo un poco más hasta que el español ceda y le termine llamando “Padrino”. A continuación le besará la mano.

Con estos dos presidentes me parece a mí que la independencia es un escenario más seguro, más sensato, mejor, que continuar donde estamos. ¿Alguien se imagina que nos pasará si nos quedamos en España? Eso sí que es realmente una temeridad. (Continuará)