Es fabuloso ver hasta qué punto hemos llegado. Y pondré sólo un ejemplo. Dependiendo de lo que yo ahora escriba a continuación, en esta columna que me ha cedido el director y propietario, podemos acabar él y yo y quizás media redacción de El Nacional en Soto del Real en régimen de pensión completa e indefinida. A mí no me hace ninguna gracia. Por supuesto, no porque seamos, en absoluto, criminales ni hayamos perdido el derecho de escribir opiniones libres y legítimas. Esta no es la cuestión. La cuestión es que, para determinados juristas, la interpretación de la ley es tan creativa, tan imaginativa, tan retorcida, que hoy cualquier ciudadano puede encontrarse, de repente, ante un tribunal sin entender muy bien el porqué. El miedo siempre ha guardado la viña. Para determinados juristas todos los ciudadanos debemos ser culpables de algo punible mientras no se demuestre lo contrario. Por remota que sea la razón, todos somos susceptibles de tener que pagar el precio de la discrepancia, el precio de no meternos la lengua en el culo, y muy específicamente si de lo que discrepamos es del gran tabú, del Estado Español y de su política. Pensemos, comparativamente, ¿qué no harán con nosotros si cuatro personas pacifistas, honorables y buenas como Oriol Junqueras, Joaquim Forn, Jordi Sánchez y Jordi Cuixart están encarcelados sin haber generado ningún tipo de violencia? Cualquier arbitrariedad hoy es posible por este camino. Porque se les acusa —y se les condena de antemano— de haber ejercido la violencia contra cualquier evidencia objetiva. Reinterpretando abusivamente el recto significado de la palabra violencia.

En España la violencia no sólo no es perseguida por el Estado —de hecho, es el Estado quien la ejerció el 1 de octubre— sino que se ha convertido en el pretexto favorito para perseguir políticamente al independentismo. Ante el hecho, históricamente insólito, de que la revuelta de los Catalanes es el primer movimiento de liberación nacional absolutamente pacifista de pies a cabeza, la violencia si no está, se inventa, se imagina, se fabrica. Se convoca como si fuera un fantasma. Incluso, se la hace aparecer gracias a la manipulación interesada. Ayer Televisión Española tradujo fraudulentamente un documento de la ANC en el que la expresión “acciones valientes” se transforma maliciosamente en “acciones violentas”. La represión contra el independentismo necesita, reclama, la aparición de la violencia como sea, la necesita, la convoca, la concita con todas sus ganas. La más mínima aparición de violencia por parte del soberanismo sería el pretexto ansiado por el Estado para devolver el golpe con la más feroz de las reacciones, para desacreditar internacionalmente a la revolución de las Sonrisas, para inculparlos a todos retroactivamente. Para aprisionar y responsabilizar a todos los protagonistas del proceso de una violencia que reclaman cada día, como el torero reclama el envite del toro con su capote rojo.

Mientras todo esto ocurría, ayer también, el fiscal general del Estado Sánchez Melgar, en un discurso en Barcelona dijo que éste es un “tiempo de rosas”, habló de la Rambla de las Flors, de Joan Manuel Serrat y dijo meuchas cosas finas, tiernas y sentimentales. Sin ponerse colorado.