Cuando hablamos español, si queremos, tenemos la posibilidad de pensar como un español. Y el español puede decir cosas muy raras. Tan pronto nos indica “cómo beben los peces en el río” como nos asegura que durante el Primero de Octubre no hubo violencia policial. Si conviene, les da igual la realidad, los vídeos acreditativos, los testigos. Y les da igual la ley, porque la interpretación del lenguaje siempre es un arte en sí mismo y por ese camino hemos llegado a hechos muy singulares, como la absolución de los delitos imputados al rey Juan Carlos y a la infanta Cristina. Y cómo es también que se haya aplicado el delito de odio no a las víctimas de colectivos minoritarios o amenazados sino a la protección de grupos como los nazis. Existe una circular vigente y nunca contradicha, la 7/2019 de 14 de mayo, de la Fiscalía General del Estado, firmada por María José Segarra Crespo, sobre las pautas para interpretar los delitos de odio donde se asegura, campanudamente, que uno de los colectivos vulnerables y que deben ser protegidos es el de las personas de ideología nazi. Sí, cuando piensas a la española puedes ir concretamente al revés del mundo y de la lógica, puedes decir desdeñosamente “que inventan ellos”. Y puedes presentarte como víctima en el complejo conflicto entre España y nosotros. Cualquier observador internacional puede ver que, en Catalunya y en los Países Catalanes, la lengua perseguida y minorizada es la catalana y no la española, que la identidad no castellana de los catalanes es percibida por el Estado como una ofensa intolerable desde el momento exacto en el que nacemos. Por eso nos aplauden tanto cuando nos morimos, por eso les hacen tan felices nuestras derrotas. La muerte y la desaparición de la identidad catalana es el único punto que contiene la agenda del nacionalismo español.

Las recientes declaraciones del condecoradísimo excomisario José Manuel Villarejo no serían verosímiles ni creíbles si no fuera que, si pensamos un poco, la violencia y sólo la violencia es el auténtico vínculo, el constante vínculo entre Catalunya y España. Violencia al por mayor como cuando el general Espartero teorizaba y practicaba aquello de que “para que España vaya bien hay que bombardear Barcelona cada 50 años”. Violencia al por menor, pequeña violencia, cuando los derechos lingüísticos del niño de Canet valen más que los derechos lingüísticos de todos los niños de su escuela. Violencia cuando el ejército español quema las redacciones del Cu-cut y de La Veu de Catalunya sólo porque les molestó un chiste en el que se recordaba que los militares españoles no pueden presumir de victorias. Porque sólo han cometido carnajes sobre la población indefensa, como durante la guerra civil, también durante la represión de la dictadura de Franco, que seguía la vieja tradición africanista del acojonamiento general de la población como forma de pacificación territorial. Las recientes declaraciones de Villarejo no serían creíbles si España no hubiera asesinado a dos presidentes de la Generalitat, a Lluís Companys y a Pau Claris, si no hubiera perseguido violentamente a todos los políticos catalanistas de los siglos XIX y XX, si no hubiera encarcelado a políticos independentistas que actuaban pacíficamente de acuerdo con el resultado mayoritario de las urnas. Las recientes declaraciones no tendrían verosimilitud si el Estado español no hubiera organizado y comandado los GAL, si el Estado español no hubiera manipulado a ETA en su beneficio político durante un buen número de años. Si el Estado Español no tuviera la sospecha de responsabilidad en los atentados del 11 de marzo de 2004 en Madrid.

Las recientes declaraciones no tendrían verosimilitud si los que pegan en los interrogatorios policiales no hablaran en español y los pegados no hablaran en catalán. Antes y ahora que, al parecer, los Mossos están infiltrados de ultraderecha españolista. Villarejo no tendría credibilidad alguna si las declaraciones de ayer no fueran una exhibición pública, una advertencia, sobre los materiales que tiene escondidos y que amenaza con hacer públicos si le condenan. Villarejo no es ningún Luis Bárcenas y sabe perfectamente cómo protegerse y cómo esconder sus pruebas. Con el caso más escandaloso y que dejaría más en evidencia a las élites de Madrid: el terrorismo contra los catalanes, la pieza más delicada de la cual ha acumulado pruebas. Probablemente por eso un españolista tan recio como él ha hecho estas declaraciones. Porque se está jugando la cárcel y quizá, incluso, su propia vida.