Mi amigo, el rapero Valtònyc, o lo que es lo mismo, Josep Miquel Arenas, lleva tatuado, grande para que se vea bien, el símbolo de la hoz y el martillo en un antebrazo y, en el otro, tiene el perfil de un kalashnikov, desde el codo hasta la muñeca. Se declara partidario del clandestino PCE (r), Partido Comunista de España (reconstituido), una organización declarada ilegal por la Ley de partidos de 2002. Pero no está perseguido por eso, que va, sino por la injusta represión ideológica de España, exclusivamente por haber hecho algunas canciones que, según la Audiencia Nacional, son constitutivas de los delitos de amenazas, enaltecimiento del terrorismo y humillación a las víctimas, y por las que en 2017 fue condenado en firme a tres años y medio de prisión. Sí, sólo por cantar cuatro canciones, que son tan reales o fantasiosas como todas las demás canciones. Ayer, en cambio, el alto tribunal de Luxemburgo dictaminó que de eso nada, dio la razón al artista y ya no será extraditado, porque no ha cometido ningún delito que merezca castigo. En una sociedad democrática Valtònyc tiene todo el derecho a vituperar lo que quiera, tiene libertad de expresión. Y a defender lo que le dé la gana. Naturalmente y, al margen de todo eso, le he comunicado a Valtònyc, cara a cara, que si alguna vez España se convirtiera en una dictadura del proletariado, antes le matarían a él que a mí, porque es un individuo molesto, inconformista, un hombre noble, frontal, que dice lo que piensa. Es entonces cuando el rapero me sonríe y lo dejamos correr, él firme en sus convicciones y yo en las mías. Él cree en la revolución, en la mejora del mundo. Y yo no he creído nunca en soluciones mágicas. Por eso soy independentista, porque el independentismo es haber dejado de creer en España como proyecto de futuro. Porque es una cárcel que está matando el país, la lengua y la cultura, pero también la sociedad del bienestar en favor de las élites extractivas españolas. También creo en el divorcio y en el derecho de las mujeres al aborto. En la disidencia, en la discrepancia, en apostatar, en pasar. La goma de borrar vale tanto como el lápiz. La goma preventiva del condón vale tanto como la maternidad.

No es verdad que el mundo político se divida entre buenos y malos, es decir, entre izquierda y derecha. Ni en la falsa división del independentismo entre independentistas buenos e independentistas malos, entre hijos de Valentí Almirall e hijos de Torras i Bages. Sería demasiado fácil porque, a ver, troncos, ¿quién no querría formar parte del grupo de los buenos? No seamos tan elementales ni tramposos, un poco de seriedad. El pueblo catalán, la mayoría que no está podrida de partidismo, no discrimina entre las viejas categorías de derecha e izquierda que tanto le gustan a Joan Tardà. De hecho, incluso el camarada Stalin ya dejó dicho que son distinciones pequeñoburguesas, y tenía toda la razón. La gente no está dividida entre fachas y progresistas, sino entre conformistas e inconformistas, entre luchadores y derrotados frente al sistema. Es una distinción más auténtica y sensata, más útil. Nuestra sociedad está dividida entre vencidos e insurrectos, entre, por una parte, los escarmentados, arrodillados, colaboracionistas con el poder y, por la otra, los activistas de la ruptura, los partidarios de la disidencia. Recordemos que Vox se define como partido constitucionalista, españolista, mientras que la CUP no es ni una cosa ni la otra.

La gente no está dividida entre fachas y progresistas, sino entre conformistas e inconformistas, entre luchadores y derrotados frente al sistema

Cuando Valtònyc aceptó la amistad de Carles el Grande en Bruselas, la izquierda españolista, la izquierda banal, le acusó de dejarse manipular. El secretario de Organización de Podemos, Pablo Echenique, dijo en 2018 que “le habían lavado el cerebro”, porque Podemos sí puede juntarse tanto como quiera con el españolismo del PP, pero Valtònyc no tiene derecho a simpatizar con Puigdemont , ni a considerar que “no es de derechas sino un anarquista”. Aquí los charlatanes de Podemos pretenden perdonarte la vida y dictaminar si formas parte de los buenos o de los malos, como si fueran otro juez Marchena. La respuesta del cantante mallorquín no se hizo esperar. En pocas palabras dijo la verdad, describió la impostura de una izquierda burguesa que ya no es izquierda, que se ha convertido sólo en un partido del sistema, un club de amigos, una gestoría de intereses particulares, que ya no tiene nada ver con las reivindicaciones del pueblo. En palabras de Valtònyc los exiliados de Bruselas son más progresistas que los de Pablo Iglesias: “Hay peña exiliada y en la cárcel por arriesgar privilegios, eso es revolucionario. Vosotros sólo vaciasteis las calles, maquillasteis al régimen y mejorasteis vuestras vidas.”

Cuando los dirigentes de ERC y de Catalunya en Comú dicen que no pueden formar listas electorales unitarias con el presidente Puigdemont, porque es de derechas, es decir, porque es de los malos, ¿nos están diciendo que, entonces, Pedro Sánchez, Miquel Iceta, Joan Coscubiela, Lluís Rabell, Ada Colau o Joan Subirats son los buenos, los de izquierdas? ¿Esperan que nos lo creamos? Cuando dicen que los partidos de izquierdas y los de derechas van separados en todo el mundo, en partidos y coaliciones perfectamente separados, ¿se acuerdan de que los democristianos de Demòcrates, el partido de Antoni Castellà, los del partido de Duran, están en las listas de la ERC encabezada por Oriol Junqueras?