Le han dicho a Salvador Illa que, si pretende tener alguna posibilidad de ganar las elecciones, necesita nazis catalanes. ¿Dónde hallarlos? Jéssica Albiach se ha puesto a hacerle el trabajo sucio, como cualquier señora de la limpieza sucia. Cuando pronuncia discursos, Albiach se llena toda la boca de feminismo, pero a la hora de la verdad se comporta como cualquier muñeca de Famosa, como cualquiera de aquellas muñecas patriarcales que caminaban mecánicamente y que, al final, terminaban donde tenían que terminar, en el Portal de Belén, con los pastorcillos. Albiach se hizo muy famosa en la tele el 27 de octubre de 2017, caminando mecánicamente detrás de Joan Coscubiela y de sus sicarios, exhibiendo ante las cámaras la sagrada fe españolista, demostrando que votaban que no a la independencia de Catalunya. Fue un trabajo sucio. Lo exhibían porque, así, la policía tuviera la mar de fácil identificar quién había votado que sí, que quería romper España y meterlo preso. La votación parlamentaria fue declarada secreta pero Albiach y los suyos protagonizaron el estriptís político más vergonzoso que se recuerde en la cámara legislativa. Si no llega a ser por Albano-Dante Fachín, Joan Giner, Àngels Martínez Castells i Joan Josep Nuet, que votaron en secreto, hoy los presos políticos serían mucho más numerosos. Y tendríamos muchos más motivos para acordarnos de Jéssica Albiach. Que hoy se presenta como candidata, muy orgullosa. Y que mira a sus adversarios y... sólo ve fachas.

Lluís Llach, por su parte, advertía recientemente a Podemos y a las Comunas que tienen “fachas infiltrados”, como si eso fuera una novedad y como si comunistas y paracomunistas no fueran, en teoría, una ideología totalitaria, partidaria de la dictadura y enemiga de las libertades nacionales de los pueblos. No son infiltrados. En este momento de la vida no es que tengamos que esperar mucha profundidad intelectual de Lluís Llach, pero es que no es de ahora, es que siempre han sido reaccionarios. Mientras todo el españolismo se ha hartado de criminalizar al independentismo, de llamarnos lazis o, directamente, nazis, de identificar nacionalismo catalán y reivindicación de la identidad catalana con la ultraderecha, nunca, ni por equivocación, ha habido ninguna crítica por parte de Podemos y de las Comunas al acoso político contra los catalanes. Hemos recibido más solidaridad de Hong-Kong que de ellos y ellas. Nunca han criticado a los fachas cuando se ensañaban contra el independentismo. Nunca han censurado la represión contra los catalanes. O la sustitución lingüística de la lengua catalana. Porque, en realidad, son un partido étnico y no forman parte de la CUP catalana, ni más ni menos porque son españolistas. Ninguna de sus declaraciones políticas censuró el supremacismo castellanista, españolista, al contrario. Para Ada Colau la lengua catalana es un rollo, dijo. De modo que, por ejemplo, la identidad transgénero es muy digna pero la catalana se convierte en un estorbo, en una identidad reaccionaria que si desaparece, mucho mejor. Simplemente porque así lo han decidido. Colau acepta los votos del xenófobo Manuel Valls pero quien defiende la nación, la identidad catalana es, para ellos, un facha. Así lo han dictaminado y establecido estos policías de la política, estos comunistas que determinan lo que es bueno y lo que es malo como si fueran curas. Y sí, claro etá, cuando hace buen tiempo, cuando sale el sol, se solidarizan con Palestina o con las ballenas ya que eso no cuesta nada y te hace quedar muy bien. Pero nunca se solidarizarán con Tíbet, no sea que molestasen a la dictadura comunista china.

Hoy que Podemos, y partidos afines, forman parte del Gobierno de Pedro Farsánchez, han pasado de querer asaltar el cielo a colaborar con los viejos adversarios. Tienen teorías muy bonitas y humanitarias, muchos se ganan la vida como profesores universitarios, pero, en la práctica, hoy son compañeros de viaje con los militares que primero dan lecciones de moral y luego se hacen vacunar a escondidas. En la práctica colaboran más que nunca con el PSC y el PSOE, integrados como un partido más del sistema colonial de 1978. Un sistema que VOX dijo que defiende y defenderá por todos los medios. Para Podemos estos no son exactamente fachas, porque no son independentistas. Los hay que aún no lo quieren entender, que lo lamentan, como si Lluís Companys no se hubiera quedado en la Francia ocupada por los nazis —estos, los nazis de verdad— pensando que no le molestarían. Gracias al pacto de Hitler con Stalin, y también gracias a sus inmejorables relaciones con el cónsul ruso en Barcelona, Vladímir Antónov-Ovséyenko. Macià había visitado la Rusia de Lenin para pedir ayuda y volvió con las manos vacías y el corazón helado. Si hay que sacrificar a Companys, se le sacrifica, debió pensar Stalin, quién nunca hiló fino a la hora de eliminar a gente de su agenda.

Actualmente son fachas, supremacistas étnicos, todos aquellos que convengan a los intereses de las Comunas. Porque si no fuera por el terror cinematográfico que suscitan los fachas, ¿qué razón habría para votarlas? ¿Por qué razón votaríamos a Albiach o a Illa si no fuera para protegernos de los fachas? Por una buena gestión y eficacia, seguro que no. Como en Catalunya no hay mucho facha autóctono, se los tienen que inventar, que esto no es España. Y Convergencia está muerta y Artur Mas apuesta ahora por un partido marginal. De modo que lo tienen complicadillo. Y, por eso, ayer, la candidata españolista Albiach, buscando, buscando, señaló con el dedo Albert Donaire, mozo de la Escuadra, activista gay y candidato de Junts per Catalunya en el Parlamento catalán. Copiando, en realidad, la maledicencia de Anna Grau, de Ciudadanos. Albiach reprochó a Donaire un vídeo de hace cinco años, sacado de contexto, en el que critica a la gente que abusa de los subsidios y de la cultura generada por el PER, el corrupto Plan de Empleo Rural por el que se originó el voto cautivo andaluz para el PSOE y una cultura contraria al esfuerzo y al trabajo remunerado. Confundido y comparable también con el caso de los ERE de Andalucía. Pero no es verdad, ni los españoles son ninguna minoría oprimida en Catalunya, ni las palabras de Donaire se pueden interpretar como una manifestación supremacista en contra de los andaluces. Parece que el activista diga que los únicos que estafan en el subsidio agrario sean los andaluces y que, en cambio, los catalanes no estafan a nadie. Pero es una conclusión prematura. El caso es que los catalanes difícilmente podrían estafar a nadie cuando las ayudas del PER son exclusivas para Andalucía y Extremadura. Porque el tópico que siguió el Gobierno de España exigía que sólo pueden existir campesinos pobres en el sur de la Península.