A Pau Claris mucho llorarlo, mucho llorarlo, sí, vale, lo envenenaron los españoles pero, en realidad, se lo cargaron entre todos, ¿sabes, no? Ganó la guerra contra España, aquella batalla de la que nadie habla porque esa fue una victoria del independentismo de los catalanes sobre el rey que nos robaba. La batalla de Montjuïc del 26 de enero de 1641 no queda borrada, quita, por la entrada de los franquistas en Barcelona del 26 de enero de 1939. Esta coincidencia con los números solo nos demuestra que todos podemos hacer de Nostradamus y que el conflicto en realidad hace siglos que se arrastra. Que dura. Que la convivencia nunca ha existido cuando los hay que solo quieren convivir si van a caballo de los demás, sentados encima del lomo. Buenos días, Catalunya, estas son las noticias. A Pau Claris lo envenenaron los espías del Escorial pero a muchos del país les molestaba aquella figura indómita. El erudito canónigo y presidente de la Generalitat, el que sube con determinación la escala de la historia. El poeta Francesc Fontanella, en su Panegíric —que, además, incluye la primera Oda a Barcelona de la historia— le dirige gran cantidad de elogios: “Noble, vencedor invicte, atleta feliz, tutelar, llibertador y pare de la pàtria fortunada (...), palma constant, cedro incorruptible, fènix etern, àguila perspicàs, serp prudent, columna de lliris càndidos cenyida, Atlant y Alcides invincible de la pàtria...”. Es curioso como el independentismo no deja de hablar de lirios. Y añade: “Vós, Joseph, preferit per lo soberà Iacob als demés commilitons y antagonistes de les temporals peleas...”. El Claris que sube esa escalera es un nuevo José, preferido de Jacob. Esta referencia la encontrarán en la Biblia. Ustedes mismos.

Esta escala de la historia, naturalmente, no es otra que la bellísima pieza realizada por Marc Safont —alrededor del 22 de mayo de 1425—, en el edificio de la Diputación del General. Es precisamente la escalera donde preferentemente se muestra el poder de Catalunya. La escalera es un emblema de la jerarquía y de los diversos niveles sociales, de ahí que sirve para graduar visualmente el honor y ejercer la autoridad. Durante tan solo una semana, la que va del 17 al 23 de enero de 1641, la escalera de la Generalitat representó el único atributo inequívoco del poder de Barcelona como capital de una república soberana. Si descontamos el año y pico en que la ciudad sitiada se autogovernó desde el Ayuntamiento —del 9 de julio de 1713 al 13 de septiembre de 1714—, habrá que esperar al 1931 para que esta escalera vuelva a ser pisada por otro jefe de una la república catalana: Francesc Macià, que la presidió efímeramente solo cuatro días, del 14 al 17 de abril. Es muy revelador de qué manera el presidente Claris justificó la verdadera identidad barcelonesa y catalana. No tiene nada que ver ni con la cultura española ni con la legitimidad castellana, heredera del reino visigodo de Toledo y, en definitiva, de la resistencia cantábrica a la invasión musulmana del siglo VIII. Barcelona es otra cosa para el presidente rebelde, para el presidente independentista, la legitimidad de su poder y autoridad estan en Europa, en la conquista carolingia, en la gloriosa monarquía condal, románica y gótica, en la expansión comercial mediterránea, en la cultura humanista y renacentista. La escalera del palacio del General se equipara a la escalera de Jacob, en un mito de la Biblia. La política catalana siempre ha tenido muchos ecos, muchas resonancias históricas inesperadas, muchas formas de la analogía. Esta del presidente de la Generalitat solo y heroico es una de ellas. Seguiremos informando.