Cuando monseñor Luis Argüello, obispo auxiliar de Valladolid, secretario general y portavoz de la Conferencia Episcopal Española, reivindicó hace días el derecho que tiene la Iglesia Católica a seleccionar a sus candidatos a sacerdotes, caí al suelo de rodillas, instantáneamente. Bajé la cabeza, sumiso, me abracé a mí mismo en señal de respeto y de recogimiento para así poder captar mucho mejor el magisterio de la Santa Institución. Alguien, de manera precipitada, podría haber interpretado mi extraño ceremonial y mis contorsiones espasmódicas como si me destornillara de risa. Según el prelado preclaro, la Santa Iglesia Católica Apostólica y Romana quiere seleccionar a su nuevo personal como si fuera una empresa y sólo está interesada en sacerdotes “enteramente varones y, por tanto, heterosexuales”. Este requisito no sólo es legítimo, también es perfectamente natural. Basta repasar, con una simple mirada, la colección de obispos españoles que hoy componen esta conferencia para constatar una completa y viril unanimidad. Este excelentísimo y reverendísimo colectivo pudiera ser que estuviera compuesto, tal vez, por algunos personajes grotescos, siniestros, casposos o abiertamente franquistoides, pero lo que queda fuera de toda duda es que todos son hombres plenamente masculinos, hombres de verdad y que, naturalmente, son todos heterosexuales. Como si se tratara de un prostíbulo femenino donde todos los clientes son únicamente heterosexuales así se ven los obispos a ellos mismos, un modelo macho. Y pongo este ejemplo porque no se me ocurre ningún otro colectivo de hombres que los clientes de una casa de citas donde se pueda estar seguro de que no hay ningún mariquita infiltrado.

Se ve que los curas católicos, los sacerdotes, a diferencia de los sacerdotes ortodoxos, deben hacer voto de castidad y de pobreza, porque ya que son profesionales de la bondad, ya que deben ser mejores personas que los miembros de su parroquia, deben dar ejemplo, deben estar por otras cosas, por cosas espirituales. Nada de las pompas del mundo, nada de riquezas, y, especialmente, nada de sexo. Es por ese motivo que no se entiende mucho que, si los candidatos que buscan para curas católicos deben pasarse el resto de su vida siendo célibes, ¿qué importancia tiene que sean heterosexuales, bisexuales, homosexuales, u otros tipos de sexualidad? Si de lo que se trata es de hacer que el reino de Dios venga a los creyentes, ¿qué extraña, tortuosa, enfermiza, indecente relación establece mosén Argüello entre fe católica y sexo natural, creado por Dios mismo, según la doctrina, de la misma manera que otros aspectos de la divina creación? Que no se trate, estoy pensando ahora, que quieran culpabilizar a la homosexualidad de los escándalos de pederastia que últimamente llenan los diarios. Si las víctimas fueran chicas y no chicos, el crimen, el delito —dejemos de lado el pecado—, sería exactamente el mismo. En el caso de que el hombre y la mujer sean iguales para estos obispos, que por lo que parece me temo que no.

Cuando mosén Argüello se ha jactado del perfecto modelo heterosexual de la Iglesia católica me ha recordado inmediatamente aquella frase de Manuel Fraga según la cual, en todo su partido, Alianza Popular entonces, no había ningún homosexual porque él se había preocupado “personalmente” de averiguarlo, sin dar más detalles de la metodología que siguió el gran facha para obtener esa información. Los obispos carcas y los políticos de la derecha más rancia, tan machos y orgullosos de serlo, deberían tener presente las grandes contribuciones a su causa ultramontana que han tenido destacados y eminentísimos sacerdotes y prelados homosexuales. No hay que ir a buscarlos a la Edad Media. En 2006 el doctor Randy Engel, el gran periodista norteamericano, publicó un libro, The Rite of Sodomy, Homosexuality and the Roman Catholic Church, denunciando la homosexualidad del Papa Montini, más conocido como Pablo VI. Condición sexual que también aparece en la autobiografía del escritor irlandés Robin Bryans, el cual reporta como su amigo Hugh Montgomery había sido amante de Montini cuando recibió el cargo de Secretario de Estado del Vaticano. No son los únicos testigos: mi adorado Roger Peyrefitte, escritor y embajador francés amante de las indiscreciones, explica por escrito que Montini, como arzobispo de Milán, de 1954 a 1963 era un habitual de los prostíbulos masculinos de la gran ciudad del Norte. Sin olvidar que el actor italiano Paolo Carlini, según el corresponsal del New York Times en el Vaticano, Paul Hoffman, era considerado el amante oficial del Papa. E, incluso yendo más allá de todo esto, ¿en algún lugar de la Biblia se nos dice, se nos asegura, que los doce apóstoles y el propio Jesús, modelos de conducta para los cristianos, eran perfecta y totalmente  heterosexuales?