Para que no se diga, para no estorbar a los que quieren dialogar y entenderse con España, para que los independentistas del Parlament puedan gobernar Catalunya y dejen de pelearse de una puñetera vez, ya hace tiempo que Carles Puigdemont desea contribuir a la respiración profunda, a la calma colectiva, a ese ideal tan catalán que hace siglos que llamamos seny y que perseguimos como enamorados. Puigdemont opina que no necesitamos más épica que la que ya hemos vivido, que el general Gonzalo Boye mantiene abierto ya el único frente que podemos mantener con la munición de la que ahora disponemos, que con más emociones fuertes no sacaremos mucha más libertad ni progreso, y que hay que parar la cruel represión selectiva contra nuestro pueblo. Que el pueblo debe dejar de sufrir.

Por ello Carles el Grande tiene la prudencia de la grandeza, la habilidad de la observación silenciosa, incluso la inmovilidad de la astucia. Contrasta con aquellas personas, quizá ingenuas, que hace tiempo que le reclamamos más política y más protagonismo presidencial, más emoción subversiva, somos un conjunto de personas disconformes que quisiéramos una confrontación sostenida en el tiempo, implacable, contra el colonialismo español, contra la injusticia. Somos personas discrepantes, pero junto al presidente legítimo siempre. El Muy Honorable Puigdemont ha hecho comprender que no quiere capitanear los sabotajes de los CDR contra la potencia ocupante, que no exalta nuestro independentismo emocional, que rehuye el sacrificio colectivo, ya que nuestras posibilidades son escasas. En definitiva no quiere avivar más, ni castigar más, ni irritar más esa pequeña alma catalana nuestra, nuestra animula vagula blandula que decía el emperador Adriano, la pequeña alma tierna y errante que todos llevamos adentro. Carles el Grande algo tiene de la grandeza del augusto Adriano, porque no está tocado de grandilocuencia, porque siempre lleva sus zapatos viejos y gastados al caminar. Hay días en que nosotros, los idealistas, los que llenamos las barras de los bares a la hora del desayuno, en que nosotros cortaríamos todas las autopistas, ocuparíamos todos los puertos y aeropuertos, nos mantendríamos heroicamente como escudos humanos para asegurar, desarmados, nuestras fronteras tradicionales. Todo el mundo saldría a la calle. No sólo lo decimos, de verdad que estaríamos allí donde fuese menester. Qué no haríamos los catalanes enamorados de Catalunya, cuántas luchas no abordaríamos. Pero, de hecho, no es tan fácil ni fácil de calcular. De hecho, fijaos cómo se nos ha encogido el corazón al saber que le han detenido en l’Alguer, cuando hemos visto la noticia y nos hemos sentido nosotros también atrapados, perseguidos, humillados, vulnerables. Puigdemont encarna como ningún otro político de hoy las virtudes y los defectos de la sociedad catalana. Una sociedad que le ha identificado y que le ama porque se reconoce en él. Solo Puigdemont consigue tanta unanimidad en una sociedad como la nuestra, una sociedad en la que cada maestrillo tiene su librillo.

Carles el Grande es también Carles el Intrépido, Carles el Entusiasta, Carles el Imprevisible. Se había desplazado hasta Cerdeña solo para un encuentro folclórico, para una actividad pacífica y cultural, sin querer romper nada, sólo afirmando, como siempre, nuestra identidad catalana, nuestra alma resistente, nuestra alma irreductible del som i serem. Puigdemont es el presidente de las urnas, el presidente que nos permitió votar la independencia, eso no se lo quitarán nunca, ni nos lo quitarán nunca, es él el capitán de los catalanes, es la democracia viva y en movimiento de Catalunya. Gracias a Puigdemont la historia de Catalunya ya está ligada para siempre más a la historia de la democracia en nuestro planeta. Cualquier observador independiente cuando quiera estudiarlo lo verá. Qué diferencia escuchar a Puigdemont y después las palabras vacías, hipócritas y manipuladas del presidente Pedro Sánchez cuando se atreve hablar de la democracia, qué diferencia con Carles Puigdemont, que solo por el hecho de existir y de moverse libremente, pone en cuestión, trastorna periódicamente a la arrogante Unión Europea, tan presumida. Una democracia europea que aún tiene mucho que mejorar cuando no arrestan a Viktor Orbán y, en cambio, vuelven a esposar a Carles Puigdemont. Fíjense, ya que estamos, en el primer ministro inglés, en el actual presidente de Estados Unidos, miren qué jefe de gobierno tienen en Francia, en Italia. Miren en la dirección que quieran mirar. Y después vuelvan a mirarse, a analizar, sin prejuicios, la cara y la trayectoria política del presidente Puigdemont.