Esta mañana parecía que llovería. Que el tiempo estaba coagulado, interrumpido, entre paréntesis, y que al final tenía que descargar con la violencia de la sinceridad. Generosamente. Que el tiempo viejo ya estaba muerto y que el tiempo nuevo, por fin, había llegado. La meteorología amenazadora de principios de septiembre podría representar, ilustrar, perfectamente la situación política. Por fin tenemos que evacuar, que descargar, que terminar, y si es bien mejor que mal, pero ya estamos hartos. Si llueve será como un presagio de la necesidad de cambio absoluto, de un tiempo nuevo. De lluvia benefactora. O quizás la interpretación debe hacerse al revés. Si hace bueno y no llueve esta es la señal, que la independencia de Catalunya está muy cerca, que el clima benéfico y cariñoso del Mediterráneo anuncia la patria aún no nacida tal y como la hemos soñado sus hijos. El caso es que estamos todos como el tiempo, indecisos. En el Parlament, de buena mañana, todo el mundo pone cara de circunstancias, entre la tensión y las buenas maneras. Entre lo que se debe hacer y lo que se quisiere hacer. Todo el mundo querría saber qué nos espera pero no tenemos ni puñetera idea.

-¿Cómo lo ves? ¿Qué pasará? ¿Has visto al President?

Me llaman por teléfono para hacerme la gran pregunta cuando aún no he llegado al Parlament y no sé contestar, que se lo diré después, que me llame cuando esto se acabe porque no tengo poderes de adivinación. A las nueve de la mañana todo el mundo que veo en el palacio de la Ciutadella está organizado en corros, en cogollos, en conciliábulos. Un señor que no conozco mueve las manos como un director de orquesta para acompañar sus palabras, las pronuncia mientras varios periodistas le siguen el ritmo con la cabeza. A Joan Coscubiela me lo encuentro el primero, arrinconado bajo una columna y, al ser bajito, los periodistas de todos los medios parece que lo quieran esconder, porque todo el mundo sabe que Catalunya Sí Que Es Pot no acaba de sentirse a gusto en el mismo bando que el PP y Ciutadans. Unos pasos más allá, central y cardenalicio está Miquel Iceta que habla tan bajito y tan misteriosamente que a su alrededor se ha hecho un silencio nuclear, como si cualquier señal de vida hubiera sido eliminada. Al fondo, lejos, veo pasar a Germà Gordó con buen semblante.

Es temprano y quiere llover. Pero el tiempo no deja de correr y no sabes cómo esto cambia, y llega un momento en el que vemos que, llover, lo que se dice llover, no lloverá y que ya empieza a hacerse tarde y que se ha perdido miserablemente el tiempo. El pleno no acaba de ponerse en marcha para que la mayoría apruebe la ley del referéndum –para llegar a la independencia si así lo quiere el pueblo de Catalunya–. La oposición excepto la CUP (Ciudadanos, PSC, PP y CSQP) recurren a todo tipo de zancadillas, de astucias, de legalismos y de puñetas para evitar que los que son mayoría hagan lo que han venido a hacer esta mañana. Esperábamos un día histórico, un día épico, un glorioso día de buen recuerdo para todo los ciudadanos de la nación catalana y nos encontramos unos corredores atléticos resbalando con las pieles de plátano que les van tirando. Los unos no quieren abusar de su mayoría parlamentaria y están convencidos de que las formas son importantes. A los catalanes nos pierde la estética. Los otros lo saben y estiran de la paciencia de los adversarios políticos tanto como pueden. Así, con esta comedia hemos pasado la mañana y toda la tarde en el Parlament de Catalunya. Comedia flojita pero comedia al fin y al cabo. Gritos y palmas. Murmullos. Que si esto es el final de la democracia, que si la oposición ha perdido sus derechos. Que si la esencia de la democracia ha sido atacada ... Mucho teatro y muchas formas cursis por parte de los minoritarios que saben que en Madrid cortan el bacalao y que si son víctimas lo dejan de ser fuera del edificio. Controversias constantes con la presidenta Forcadell, que entra y sale del hemiciclo, que sube y baja de la presidencia, que polemiza con los representantes de todos los grupos de la oposición. Un diputado llamado Fernández, del PP, ha sido especialmente ridículo, con una retórica decimonónica, pasada de moda y pasada de todo. Ha llegado a decir que el espectáculo de hoy era "dantesco". Ya les juro yo que no, ni kafkiano, ni nada de nada, que habla por hablar. Después un diputado del PSC llamado Pedret ha dicho "quelcom". Son todos muy eruditos. Gabriela Serra y Anna Gabriel sonríen malévolas de vez en cuando, casi parecen tan buenas chicas como Marta Rovira. Hoy vestida con una chaqueta azul celestial, como de niña del Sagrado Corazón de María. Hubiera sido la chaqueta de la jornada, la madre de todas las chaquetas, si el presumido de Joan Ridao, el ex secretario general de ERC no se hubiera puesto una de rosa. Más rosa rosae rosa, más rosa chicle que la de la señora presidenta Forcadell. Él ha sido el centro de todas las miradas interesadas en la moda. Uno se entretiene con lo que puede.

Hoy ha sido emocionante ver al president Mas, grave y solemne, como encaraba el camino hacia la tribuna de los invitados. Nos ha sonreído, paternal, como un viejo profeta sin barba, como un sabio que vale más por lo que calla que por lo que dice. No puedo dejar de pensar que nunca habríamos llegado hasta aquí sin él. He visto a Mas preocupado y a la vez contento por si hoy empezamos a limpiarnos de España, de la España que no nos reconoce para afirmarse como nación. De momento ni llueve ni hemos pasado aún a la épica de la libertad nacional. Continuamos con la comedia y hace mucho calor. Continuará.