Cuidado con las mentiras, chiquillos. Todo lo que empieza mal acaba mal, todo lo que es mentira podrida es susceptible, siempre, de tornarse en hiriente con el paso del tiempo, de transformarse en sarcasmo, en insoportable levedad del ser. Un día, para justificar que portas en la cabeza una real corona, vas y proclamas que eres y que debes ser admirable, un tipo ejemplar ante la sociedad, que estás dónde estás para que todos los demás tomen ejemplo y modelo de ti. Para que tomen nota de lo que haces. Pues ya has pringado, chico. Después de eso ya no, después ya no puedes dar marcha atrás, después tienes que tragarte tus pretenciosas palabras o irte. Es por eso el rey de España intenta simular que hace algo, que sirve para algo, que su presencia es imprescindible en esta guerra viral. De modo que sus lacayos le preparan una visita al centro de mando este que se han montado para hacer ver que algo sí que hacen, para emular las fantasías cinematográficas, concretamente la de Stanley Kubrick en el hilarante Dr. Strangelove o como fue bautizada en español, ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú. Es de cine ver el recibimiento de Margarita Robles, la ministra de Defensa, considerada del “bando nacional” dentro de la ya de por sí españolísima clase política madrileña. Y el desarrollo de una reunión tan trascendental que, como nos aseguran, no se podía haber hecho por videoconferencia, no, eso no. De modo que, aguerridos como son, han tenido que arriesgar sus propias vidas y se han sacrificado, reuniéndose alrededor de una mesa para salvar a España. El confinamiento a la española es así y se hace de este modo: sólo sirve para los pobres, para los subordinados, para los que recibimos órdenes. Nosotros encerrados en casa pero no los Aznar. Los que mandan nunca dan ejemplo. Ni siquiera los periodistas de los debates políticos de algunas emisiones televisivas hacen lo que tienen que hacer. Nos quieren convencer que su trabajo es tan esencial, que su cháchara es tan imprescindible, que pueden saltarse el confinamiento por el bien de la sociedad. Animalillos. Y son precisamente estas televisiones que nos quieren manipular las que han sido recientemente subvencionadas por los que nos mandan. Curioso.

A Luis XVI de Francia, augusto antepasado del rey de España, le acabaron guillotinando porque primero le perdieron el respeto. Un día el populacho de París asaltó el palacio de las Tullerías y descubrió a un pobre hombre perdido en una colosal obra de teatro, en una vieja comedia sin gracia ni credibilidad. Vestido de manera ridícula y hablando un francés anacrónico, imposible. Igualmente anacrónico, grotesco, se mostró ayer Felipe de Borbón con un uniforme de camuflaje completado con unos guantes y una mascarilla, a juego, color azul pitufo. Parecía el pitufo generalísimo. Si el general Miguel Ángel Villarroya se enfrenta al virus vestido de uniforme de paseo, sin guantes ni mascarilla, y el rey vestido de camuflaje y con los complementos de color azul pitufo, es que uno de los dos se equivoca. O, más probablemente, que se equivocan ambos. Mientras aquí, en la España milagrosa, en esta democracia consolidada, perdemos el tiempo con estos juegos de disfraces y de protocolos cortesanos, el príncipe de Gales no pierde el tiempo. No ha salido de casa, se está recuperando del virus, pero ha pagado de su bolsillito un hospital de cuatro mil camas junto al Támesis. Carlos de Inglaterra es más carca que una gárgola pero es inglés y sabe que la guerra contra el virus se hace con hospitales, no con uniformes de camuflaje. Con hospitales auténticos, como este que os digo, el hospital de Nightingale, provisto de todo lo que es un hospital moderno y operativo. Quiero decir que no es una acumulación de camastros castrenses que no sirven para aislar enfermos en una pandemia vírica. Un hospital que sirve para salvar vidas y no para hacerse fotos. A veces pienso que los que reclaman un Gibraltar español podrían tal vez, volvérselo a pensar un momentito de nada. Ya que dicen que ellos no son nacionalistas, que sólo lo son los demás, puede que valoren si no les convendría más una España británica.