No le vimos pero es como si le hubiéramos visto. Qué fenómeno. Uno de los guardias civiles se despidió ayer del juez Marchena, el padre de la nena, con un marcial y estentóreo “a sus órdenes, señor presidente” que resonó por toda la sala. El benemérito demostró públicamente que el servilismo puede competir y mezclarse con la emoción para determinar una conducta pública, una conducta que poco tiempo antes se había revelado tan castiza, en referencia a la confraternización con el enemigo, esto es, con los catalanes. Se ve que el excelentísimo señor guardia civil, el pobre, está casado con una señora catalana, y sólo por ese motivo, no hay que pensar mal de él: tenía éste alguna remota idea de lo que querría decir la expresión “arrencar bolets”. Lo tuvo que explicar y justificar, no fuera o fuese que la autoridad competente pensara que, como guardia civil, como fuerza de ocupación colonial, tenía algún interés disolvente, algún motivo especial para conocer la lengua catalana o para estar al tanto de las extrañas expresiones antropológicas propias de los indígenas de Catalunya. El amor ciego es, y no miento. Y si Phileas Fogg desposose con una princesa india, el civilón terminó formando una familia con una catalana. Por su manera de expresarse, por los sinuosos senderos de su particular forma de pensar, bastante similar a la del teniente coronel Baena, podemos estar muy tranquilos, podemos estar seguros de que no dedica principalmente su tiempo libre a la lectura. Su iter (¿qué?, ¿qué?, ¿qué?, todavía resuena) es otro.

La otra perla lingüística y conceptual de la sesión de ayer fue cuando el juez más relamido, el arabesco Marchena, el excelentísimo señor que tiene a bien ilustrarnos con las formas más suntuosas y delicadas de la cortesía de la villa y corte de Madrid, perdió los nervios y terminó llamando a la señora Helena Katt, experta internacional neozelandesa, con el simple apelativo de “esta mujer”. Si hubiera sido en otra situación, podría no haber tenido ninguna importancia, pero es que en ese momento comprometido, el encorbatado Benet Salellas intentaba hacerle una pregunta esencial, sobre la vulneración o no vulneración de los derechos humanos por parte de la policía castigadora el día primero de octubre. Y fue entonces cuando Marchena se quitó la máscara, cuando volvieron a aparecer las formas misóginas que ya se habían mostrado cuando se dedicaba a regañar públicamente a la abogada del Estado, Rosa María Seoane o a Marina Roig, abogada Jordi Cuixart. El problema del lenguaje y de los modos de Marchena, el padre de la nena, no es que sean floridas y campanudas. El verdadero problema es que son falsas. El problema es que, en un juicio que es una farsa, en un juicio que es un teatrillo, pagado con el dinero de los catalanes, al menos podemos exigir que las actuaciones sean buenas, que la comedia tenga una cierto nivel. Que las interpretaciones sean creíbles, verosímiles. Que los argumentos de la represión y venganza del Estado aguanten un examen independiente y no muestren su cara más siniestra y barata. Según el juez Marchena, el padre de la criatura, el teniente coronel Baena puede dar su opinión, sobre si durante el primero de octubre se vivió un clima insurreccional, pero la excelentísima señora Katt, con su sospechoso apellido, no puede pronunciarse sobre los derechos humanos. La sala sólo se deja ilustrar cuando le conviene, cuando los funcionarios del Estado aportan argumentos y testimonios a favor de una condena ejemplar contra los presos políticos.

La defensa está atada de pies y manos y cada vez verá más constreñido su campo de actuación, cada día que pase Marchena dará otra vuelta de tuerca hasta donde pueda. Y puede mucho, por eso ayer se le cuadraba, haciendo un ejercicio de gran realismo, el guardia civil. Al tribunal no le interesan los hechos porque como ya ha dicho el excelentísimo presidente de la sala, los hechos son públicos y notorios. Los siete jueces, por tanto, ya saben lo que pasó y no quieren saber nada más. En eso son como el resto de los españoles, que el juicio les trae sin cuidado, ya lo tienen resuelto. Lo importante es la interpretación de los hechos que hace la Guardia Civil. El turno de la defensa, por el contrario, está ahí solo porque no puede ser suprimido, pero no tiene ninguna posibilidad, ninguna relevancia, ninguna esperanza. Aunque, mágicamente, Cicerón quedara a partir de hoy encarnado en el cuerpo de Xavier Melero, sería todo exactamente igual. Aún continuaría resonando la frase de ayer, con un eco inagotable, ciego: “A sus órdenes, señor presidente”.