Tenemos uno de los peores sistemas educativos. Lo demuestran todos los indicativos internacionales, y lo sabemos también porque cada día vemos a nuestros jóvenes con más talento como se marchan, como abandonan el país para tener una formación de primer nivel, con un poquito de cara y ojos. En Catalunya tenemos un centro de alto rendimiento deportivo pero no tenemos ningún centro de alto rendimiento intelectual, las cosas son las que son y los hechos cantan como pinzones y jilgueros. Aquí hemos apostado, como colectividad, por ser futbolistas, por la prostitución y el turismo de playa. Esto de pensar y de profundizar en la educación lo dejamos para los otros países, esto de leer lo dejamos para más adelante, cuando nos quedemos confinados en casa por el virus coronado. Visita cualquier librería sabia de Nueva York, de París, de Berlín, de Tokio. Quizás encontrarás algún libro literario catalán, con un poco de suerte, o algún libro sobre Dalí o Miró, pero aquí se acaba la cosa. Ningún científico, ningún ensayista, ningún historiador, ningún pensador, nada de lo que haya salido de este sistema educativo catalán nuestro despierta el más mínimo interés. Como sociedad somos una sociedad cien por cien importadora del pensamiento de los demás, una cultura de segunda categoría, somos una gente muy prescindible. Y eso que el presupuesto que hemos dedicado a la enseñanza pública es uno de los más importantes desde la restauración de la Generalitat. Tal como se tenía que hacer, nos hemos gastado y nos seguimos gastando mucho dinero. Ahora estaría bien saber si nos lo gastamos o sólo lo tiramos.

Lo mismo podemos decir sobre el sistema público de sanidad. Hacemos muy bien en destinar enormes recursos, pero a la hora de la verdad, cuando llega la pandemia nos dicen que no estaban preparados, que no se podía prever. Como si en Portugal fueran todos adivinos. O en Grecia. O en Japón. Como si las pandemias no fueran, por definición, imprevisibles, como si la obligación de la administración pública no fuera prever las contingencias más inesperadas. Antes hablábamos de enseñanza y de sanidad y ahora hablamos de educación y de salud, siempre hacemos igual, buscando la palabra más grande, la más grandilocuente, ya que los resultados no acompañan, ya que no estamos mejorando nuestros servicios públicos, al menos dediquémonos a cambiar las palabras, a hacer demagogia política. Dediquémonos a la cháchara, que eso se nos da muy bien. Todos nuestros profesionales escolares y sanitarios son muy trabajadores, muy profesionales y unas excelentes personas, no hay que dudarlo. De lo que hay que dudar es de en qué demonios nos hemos gastado tanto dinero cuando vemos los resultados. Cuando tenemos que resignarnos al suicidio económico porque no estaban preparados. Porque no tenemos ni idea de lo que tenemos que hacer para preservar la vida de los ciudadanos. Ya que los índices de gasto no nos aseguran que el gasto sea el que necesitamos.

Nos pasamos media vida trabajando para el Estado. Pagamos con nuestros impuestos un estado del bienestar que cada vez es más sólo de estar. Y a la hora de la verdad, no tienen ni una perra, a la hora de la verdad se lo han gastado todo, a la hora de la verdad nos hemos convertido en la Catalunya de antes de la revolución industrial. Con una mano delante y la otra detrás. Y, para hacerlo más hiriente, ahora dicen que piensan establecer una renta mínima para cada ciudadano. Pero que primero deben llenar el cajón. Los miserables.