Una de las habilidades más notables del añorado escritor Jean d’Ormesson fue la de saber usar las palabras, pero no para esconderse detrás de ellas, con buena educación, sino para expresarse de manera aún más nítida y eficaz. Admirablemente, continuaba con la tradición de una cierta, vieja, ilustrada, nobleza francesa, nacida del absolutismo más egoísta y rancio, más criminal y clasista, claro, pero que, después de la revolución de 1789 y de Chateaubriand, se dio cuenta de que la nostalgia siempre es un error, que leer libros debía servir para algo más que para decorar paredes. Monsieur d’Ormesson procedía de una determinada aristocracia que, ni borracha, podía soñar ya que pertenecía a los mejores, que paradójicamente se hizo sinceramente republicana porque comprendió, a tiempo, que la ultraderecha era tan enemiga de la libertad como el comunismo. Y que las ideologías violentas que hablan y hablan y que pretenden salvar a la sociedad no son más que pánico ante el progreso, miedo a la vida, que no son más que inmovilismo, conservadurismo, profunda desconfianza en la gente, arrogancia cutre de los más privilegiados, tontería infinita. Y he aquí que un 16 de enero de 2016, en el canal France 2, Jean d’Ormesson, en directo, le dio un baño al primer ministro socialista, un catalán llamado Manuel Valls, antiguo ministro del Interior y célebre por sus métodos expeditivos ante los conflictos.

Fue sensacional poder verlo por televisión. Manuel Valls, taxativo y rígido, con una grotesca medalla en el pecho, inseguro, arrogante, jugando a ser un gran señor solo porque tiene un cargo muy importante, convencido de sus cuatro ideas elementales. Ante él, un brillante Jean d’Ormesson que ya ha cumplido noventa años y que es lo suficientemente mayor como para avergonzarse de sus propias ideas políticas, porque hacerse mayor es, también, saber que los que piensan como tú no son necesariamente mejores personas que los demás. La frase es de Chesterton y es toda cordura. El escritor francés, durante la conversación con Valls, a veces, dice exactamente lo contrario de lo que piensa, porque tiene respeto por el cargo de primer ministro de Francia y, también, porque lo sabe decir de manera que todo el mundo le está entendiendo. Comienza mirando atentamente a Valls y diciendo: “He escuchado al primer ministro con enorme interés”, —o sea, que lo que ha dicho Valls y nada es lo mismo—, y luego añade: “Señor primer ministro, tiene usted un gran talento... y le aseguro que me siento muy cerca de usted”— palabras que hay que interpretar exactamente al revés, la cara de perro que pone Valls lo certifica—. “Pero es que a veces...”, continúa, “me pregunto si se trata de una cortina de humo, de querer salirse por la tangente” —o lo que es lo mismo, de tomadura de pelo, de tomar a la gente por idiota—. (Valls intenta responderle, pero Ormesson continúa). “Por decirlo rápidamente. Me pregunto si no desea cambiar de mayoría [pasarse de la mayoría socialista de entonces, la del presidente Hollande, a una mayoría de derechas]. Es muy sencillo. Sí desea cambiar de mayoría” —de chaqueta, diríamos aquí. Y ahora me salto un trocito que no es esencial—. “Pero al mismo tiempo, usted no desea cortar sus lazos con la izquierda. Le gustaría mucho acercarse a la derecha. Toda Francia está cada vez más a la derecha. Lo que es más sorprendente de todo es que el Partido Socialista se ha vuelto de derechas, que Hollande se ha vuelto de derechas y que, no le quisiera insultar, pero que usted también se ha vuelto de derechas” —esto debe entenderse al revés, sí quiere insultarlo porque el escritor, un hombre profundamente de derechas, ve a Valls mucho más de derechas de lo que es él, es decir, lo ve como un hombre de ultraderecha, como un perfecto egoísta, defensor de los más poderosos, como un traidor a los socialistas. Cuando Ormesson dice que Valls es de derechas le está haciendo un reproche, severo, no coincide con él en absoluto—. Valls protesta, dice que no y que no, discrepa, se remueve en su asiento. El público del plató de televisión aplaude rabiosamente la lección del viejo escritor. Valls inicia entonces un discurso muy vago en favor de la autoridad, afirma que la sociedad demanda autoridad, seguridad. Habla de los socialistas españoles y de la lucha contra ETA. ¿Autoritarismo, Estado policial? Jean de Ormesson levanta sus ojos azules en señal de discrepancia, como viejo liberal que no se deja engañar por las palabras de Valls, perfectamente ultras.

Como se puede ver, esto ocurrió mucho antes de que Manuel Valls fuera el candidato de Ciudadanos a la alcaldía de Barcelona y de que la ultraderecha de Vox irrumpiera en la política española. No hay duda. Que el gallito es el candidato de la intolerancia y de la contundencia policial no es cosa de ahora.