Decís que no, que no lo conseguiremos, pero la verdad es que es España la que se está hundiendo a toda pastilla. No hay día que pase sin un nuevo escándalo, cada vez más grotesco, ningún día sin una nueva muestra de la inviabilidad del proyecto nacional españolista basado en la mentira, en la corrupción, en la intimidación, o incluso en la violencia de las armas. No hay día en el que la revuelta contra la injusticia y el mal gobierno no sea la idea más compartida, anhelada, por una más amplia mayoría de ciudadanos de Catalunya. De personas de nuestro país que, independientemente de sus orígenes familiares y de sus preferencias políticas, se hacen independentistas porque ya tienen más que suficiente. Porque Madrid y su casta política se nos comerán hasta las uñas de los pies. No hay día en el que olvidarse de España no sea el consejo que el contribuyente se da íntimamente a sí mismo, que es más económico que ir al psicólogo, un psicólogo que, sin duda, le habría aconsejado que no piense más en cosas que no tienen solución, que no hay por dónde cogerlas. Por eliminación, por agotamiento, por realismo, porque ya no hemos quedado todos bien escarmentados. El independentismo crece como alternativa a este maremágnum de impotencias, de incompetencias y de poca vergüenza que se llama España. Donde nos haríamos unas risas si primero no llorásemos, desesperados.

Si no fuera por los partidos políticos independentistas ya seríamos, probablemente, independientes. Si no fuera por el imperio de los partidos entendidos como secuestro de la voluntad popular, como gestoría de intereses inconfesables, ya habríamos salido de esta rueda del hámster que es el proceso de secesión. Unos partidos políticos independentistas que, ellos solitos, son los grandes responsables de la desconfianza de los independentistas en el independentismo. Aquí no hay mano negra que valga. Que son los responsables de la dependencia mental con Madrid que todavía dura, porque el poder del dinero es el auténtico gran poder. El derrotismo, el cinismo, el pensamiento conspiranoico según el cual todo es una gran comedia, una gigantesca cortina de humo, después de todo, es una idea que han generado, solitos, los tres partidos independentistas, con sus juegos de palabras, con un comportamiento, en general, indigno de los representantes del pueblo de Catalunya. Ayer el presidente Torra, como político que no es ni quiere ser profesional, dio una gran lección en el Parlamento de Cataluña a todos los políticos profesionales, a través de la sórdida figura de Miquel Iceta, pero sin hacer, en el fondo, distinción de siglas. No hay independencia sin revuelta, no hay secesión de España sin profundización democrática, sin reforma política.