Si los que no nos sentimos españoles no somos españoles ¿los que no se sienten catalanes, son catalanes? Los que viven y trabajan en Catalunya como si vivieran fuera del país, irritados, los que aplauden la erosión sistemática de las instituciones catalanas, que desprecian y marginan la lengua y la cultura catalanas, la escuela catalana, los que se consideran mejores personas en una España una, uniforme y monolingüe, sin disidencias identitarias, los que se saben españolistas y se escandalizan ante las manifestaciones del catalanismo que vayan más allá del folclore, estas personas que se ríen de la cruda desdicha, de las dificultades de supervivencia de nuestra colectividad nacional, ¿estos individuos que no se sienten catalanes y actúan así son catalanes?

Históricamente, el catalanismo ha sido siempre un movimiento inclusivo y sin tentaciones racistas ni xenófobas, cosa que no se puede decir del nacionalismo español o del francés, habitualmente imperialista, xenófobo, supremacista, colonizador y belicoso. África y América tienen muchas pruebas históricas de ello. El franquismo es otro buen ejemplo, inolvidable. El catalanismo, en cambio, es un nacionalismo defensivo y resistente que ha conseguido mantener hasta nuestros días la continuidad lingüística e histórica de nuestro país. Numéricamente es demasiado pequeño para que busque enemigos interiores. Donde el catalanismo no ha triunfado políticamente, la personalidad catalana de los territorios se ha ido diluyendo como hoy podemos ver en el País Valencià y Balears, en la Catalunya Nord, en la Franja de Aragón, en el Alguer. Donde no ha triunfado socialmente el catalanismo Catalunya sólo es un recuerdo, más o menos borroso, quizás irrecuperable, como irrecuperable es hoy Occitania. Como sostuvo Miquel Iceta en el último debate de investidura en el Parlament, podemos afirmar que "el esencialismo es una amputación de nuestra sociedad" y lo podemos constatar en aquellos territorios donde la catalanidad ha desaparecido del mapa, donde el españolismo se ha hecho fuerte y unánime. De manera que el único argumento eficaz que hoy tiene la unidad de España, para quien no la quiere o no le acaba de convencer, es el garrote. Una política insostenible a largo plazo.

Sólo el españolismo habla hoy de charnegos en Catalunya, de orígenes y de esencias

Sólo el españolismo habla hoy de charnegos en Catalunya, de orígenes y de esencias. Sólo el españolismo no sabe explicar cómo es que el presidente Torra sea un xenófobo y al mismo tiempo tenga como referente un político que se llama Carrasco, o compañeros que se llaman Sànchez, Romeva i Rueda, Aragonés i Chicharro, Rufián, Sabrià i Benito, Madaula i Giménez, Ferrer i Álvarez, Munell i Garcia, Geli i España, Salas de la Cruz, Díaz i Ruiz, Baró i Ramos, Delgado y Herreros, Albert i Caballero, Palacín, Gómez del Moral, Rodríguez i González, Peris i Ródenas. Y cómo es que hasta que no se produjo el famoso debate nadie había sabido que Quim Torra fuera un racista, como si la españolidad fuera constitutiva, ni más ni menos, que de raza. No estamos ante un caso de xenofobia, de exclusión, sino de una grotesca caricatura interesada, orquestada por los enemigos del independentismo. Aquí sólo se sienten superiores los que tienen detrás suyo la fuerza de los garrotes, de las fuerzas armadas, de la justicia que persigue las ideas políticas. Aquí sólo no son catalanes los que no lo quieren ser de ninguna de las maneras y nos lo demuestran cada día con hechos.