El ejército español no sirve para ganar guerras sino para mantener los privilegios de quienes nos gobiernan, de los que viven a nuestra costa. Son los guardias de seguridad del régimen que nos roba. Si descontamos la gloriosa guerra de Perejil deberíamos realizar un formidable esfuerzo de memoria histórica para recordar algún hecho de armas victorioso, alguna proeza bélica de esas personas que se llenan la boca de honor, de patria, de valores marciales. Quiero decir que no sé si alguien se acuerda de ninguna acción militar digna, heroica, contra un ejército extranjero, de alguna acción que no sea gasear a los rifeños, perpetrar golpes de Estado, hacer guerras civiles o asesinar representantes políticos como el president Lluís Companys. Sólo hay que recordar que los cañones del castillo de Montjuïc nunca se emplearon para defendernos de ninguna invasión extranjera, sólo sirvieron para bombardear a la población civil indefensa, para bombardear Barcelona cada cincuenta años como aconsejaba el general Espartero, para que España fuera bien. Ni son buenos militares ni tampoco aceptan la crítica, la libertad de expresión de los demás. Ya que van armados y tienen el monopolio de la fuerza sólo pueden hablar ellos. En 1905 trescientos militares asaltaron y destruyeron a hachazos la redacción y la rotativa del semanario humorístico ¡Cu-cut! —que tiraba 50.00 ejemplares—, sólo porque no les había hecho gracia un chiste. Les acompaña el excelentísimo gobernador militar, el general Fuentes, el cual contribuyó a intimidar a los transeúntes. Con los gritos de “Viva España, viva el Ejército” y “Muera Cataluña” acabaron su razzia destruyendo las oficinas de La Veu de Catalunya porque era un periódico catalanista.

El ejército español no sirve para ganar guerras sino para mantener los privilegios de quienes nos gobiernan

Hoy continúan sin aceptar la crítica en nuestra sociedad de la información, sin saber cuál es el papel que deben jugar las fuerzas armadas en una democracia. El teniente Luis Gonzalo Segura ha sido expulsado recientemente del ejército por haber publicado varios libros, en los que describe el cúmulo de privilegios, corrupción y acosos que sufren las mujeres en el ámbito militar. Y, en contraste, según el Tribunal Supremo, un comandante está legitimado a llamarle “cerda”, “inútil”, “puta” a una mujer sólo porque eso es el ejército y es un mundo duro, de hombres. Porque los hombres de verdad hablan así. Los militares son una sociedad aparte pero que se mantiene gracias a esta sociedad, con nuestros impuestos. Una sociedad en la que el ex teniente coronel Antonio Tejero, un golpista condenado, puede continuar expresándose libremente, con vivas a Franco, con ataques al Estatuto de Autonomía y, en cambio, según el Tribunal Constitucional, el Parlament de Catalunya, un parlamento elegido por sufragio universal y legítimo representante de todos los ciudadanos, no puede hablar de según qué cosas. O pueden encarcelar a los diputados como ya han hecho con Carmen Forcadell. La ley no es igual para todos. Les da lo mismo que la legislación actual prohíba que un militar hable públicamente de política. Y, encima, amenazan al Gobierno de Catalunya, como hizo el general Pedro Garrido este miércoles. No es extraño que este guardia civil, procedente del servicio de información, esté contribuyendo premeditadamente a la campaña de criminalización del independentismo catalán. Por encima de la verdad se halla España. El general recibió públicamente el aplauso de destacadas personalidades, como el fiscal del Tribunal Supremo, Javier Zaragoza, la diputada Cayetana Álvarez de Toledo y el diputado José Zaragoza, presentes durante la alocución.

Los militares españoles a los que no se les obliga a callar terminan en pronunciamientos, como acabamos de comprobar. Ya saben. Es una extraordinaria aportación de los uniformados españoles a la ciencia política internacional, una vieja tradición por la que son conocidos en todo el mundo. Es un tipo de pretorianismo, por el que el ejército deja de ser un instrumento políticamente neutro al servicio del poder civil, estableciéndose como un poder fáctico irresistible, determinante. Un poder intimidatorio que, sirviéndose de la amenaza de la violencia, se atreve a secuestrar a la sociedad. Incluso a tiranizarla. Ya lo intentaron el 23 de febrero de 1981, esa gente, los de la benemérita institución. Los que llaman a la puerta de madrugada.