Que a veces Don Íñigo Méndez de Vigo, ministro de Cultura y portavoz del Gobierno de España, no sabe de qué habla ya lo habíamos notado hace tiempo, pero ayer lo reiteró generosamente. El caso fue éste. Al referirse a la supuesta nueva residencia privada el presidente Carles Puigdemont en Waterloo, cerca de Bruselas, no perdió la ocasión de exhibir su inmenso saber. No optó por hacer referencia a la famosa canción del mismo nombre interpretada por el grupo sueco Abba, haciendo un gesto de cultura popular y de simpatía. No señor. Para el ministro Méndez de Vigo el nombre de Waterloo es una señal aciaga, un mal agüero que reitera la supuesta derrota de Carles el Audaz, de nuestro presidente Empecinado, y que es fácil de relacionar con la derrota de Napoleón en los verdes campos de Waterloo. He estado allí. Pero también he estado en Londres, en Waterloo Station, situada en Waterloo Road, y ese lugar lleva el mismo nombre que la famosa batalla, que para los franceses y para el ministro es una derrota, pero que para los británicos es una victoria. El nombre de Waterloo evoca la victoria del duque de Wellington sobre el imperialismo francés que ocupó militarmente casi toda Europa y es, desde este punto de vista, un buen presagio frente a las ansias colonizadoras del Gobierno de Madrid. Waterloo es un emblema de la lucha contra el imperialismo.

Pero cuando mejor se ha retratado su excelencia el ministro es cuando ha hablado del último periodo de gobierno de Napoleón y se ha referido al “imperio de los mil días”. Ha sido el momento más grave de su alocución porque hemos podido ver que el actual estado mental de los gobernantes de Madrid es la grandilocuencia. La desmesura. La exageración. Napoleón abandonó su exilio en la isla de Elba el 20 de marzo de 1815, fue derrotado en Waterloo el 18 de junio y fue derrocado en favor de Luis XVIII de Francia diez días después, el 28 de junio. Por lo tanto, fueron exactamente cien y no mil días los que duró la última etapa del emperador de los franceses, lo que en el país vecino se conoce como los Cent-Jours. No hace falta ser un gran conocedor del alma humana para entender que este lapsus de Méndez de Vigo es significativo y que está relacionado con la actitud de abuso, de incontinencia, de desproporción del Gobierno de M. Rajoy respecto a Catalunya. Si las fuerzas políticas independentistas no estuvieran en plena controversia, por decirlo suavemente, sería un momento óptimo para aprovechar el exceso de confianza y de revancha del españolismo. Sería un momento óptimo para darse cuenta de que, como aseguró Ernest Maragall el día de la solemne apertura del Parlamento, el Estado español no sabe ganar, sólo sabe humillar y castigar. Entonces sería posible darse cuenta también de que la reciente petición de Marta Rovira es imposible. No puede haber ninguna investidura de un presidente independentista sin riesgos penales para los diputados. No hay rosas sin espinas. No hay nada que pueda hacer el honorable Joaquim Forn para que le dejen salir de la cárcel. Ninguna capitulación del independentismo político es posible que consiga calmar la voluntad represora del Estado. No hay acuerdo posible con la desmesura. Incluso, una política tan importante y tan poco implicada con los hechos del 1 de octubre como Elsa Artadi hoy está en el punto de mira de la investigación de la policía. Con la estrategia de los hechos consumados, en la práctica, hoy en día el independentismo es una opción política ilegal en España y la represión ni respeta ni respetará nada. Ya advirtió Alfredo Pérez Rubalcaba que el Estado español estaba dispuesto a pagar con el propio descrédito democrático mantener la sacrosanta unidad de la patria. Pensemos, por último, sólo una cosa. Todos los judíos que pudieron sobrevivir a la Shoá nunca pudieron perdonarse a sí mismos que, como colectivo, desde el primer momento, habían renunciado a defenderse. Imagino que estarían muy ocupados discutiéndose, polemizando y peleándose entre ellos.