Hoy es la fiesta del Cordero, la Eid al-Adha, la Tafaska o fiesta del Sacrificio para nuestros compatriotas de religión musulmana. La fiesta grande de los seguidores de Mahoma, es una solemne celebración que conmemora el célebre episodio en que Abraham estuvo a punto de sacrificar a su hijo Isaac por mandato divino. En el último instante, según el relato, cuando ya tenía su cuchillo en el cuello, con un sadismo muy propio de la época veterotestamentaria, el Altísimo le lanzó la contraorden de “Detente, Abraham, detente” a través del arcángel Gabriel, de modo que, al final, el sumiso patriarca pudo sacrificar a Dios un simple cordero en lugar del pobre muchacho indefenso. El episodio es judeocristiano, bíblico y coránico —Isaac es sustituido por Ismaíl según la versión del islam—, pertenece a la larga tradición que comparten judíos, cristianos y musulmanes, y de ahí, por ejemplo, que Jesús, el sacrificado, sea llamado por sus seguidores el cordero de Dios, el contra-Isaac, el cordero que al final sí es ejecutado. “¿Por qué me has abandonado?” se pregunta en la cruz el hijo de María. Este poderoso y antiquísimo mito religioso del cordero sacrificial nos habla de un mundo cruel y terrorífico del que podemos decir, como mínimo —para no extendernos—, que entonces la comunicación con Dios se consideraba permanente, fluida e inequívoca, que los derechos de la infancia y de los animales aún estaban por explorar y, también, que la sangre corría, generosamente, con gran protagonismo y efectismo. Con modelos como este, no es extraño que, en otras épocas que quisiéramos creer ingenuamente ya superadas, la muerte violenta fuera tan habitual y que sean frecuentes las más carniceras guerras de religión. El mismo Dios que ordena a Abraham que mate a lo que más había deseado tener, a su hijo, después prohíbe a los humanos matar a nadie a través de los famosos Diez Mandamientos que entrega a Moisés en el Sinaí. Las religiones no han sido nunca pacifistas y ni se puede decir que lo sean ahora. Tanto las monoteístas que nacen del patriarcado de Abraham como las orientales, como hoy saben los pobres rohinyá, la minoría musulmana de Birmania, perseguida a muerte por los budistas. La historia de las religiones es una historia de sangre permanentemente derramada.

De modo que, cuando a menudo, se proclama con solemnidad que todas las religiones son respetables, no es una idea que necesariamente tenga que ser compartida. Son las personas las que merecen nuestro respeto y no las ideas o las convicciones espirituales. Máxime en una sociedad democrática como la nuestra, tan miserable y asesina como cualquier otra de la historia, de acuerdo, pero que, al menos, se avergüenza —o dice que se avergüenza— de los crímenes de sangre, de las tragedias humanas. Cuando la señora Halima, la madre de dos de los terroristas de Ripoll afirma que “ellos, los muertos, están mejor que nosotros” se produce un enorme silencio que no solo es de conmiseración y de respeto por su inmenso dolor, también es el silencio de una discrepancia fundamental sobre el valor que culturalmente damos a la vida, esta señora y muchos de sus conciudadanos. Cuando se nos informa que Abdelouahab Taib, el atacante de la comisaría de Cornellà, en realidad no era un terrorista, porque si hubiera sido un terrorista no se habría enfrentado con una Mossa de l’Esquadra perfectamente armada, vemos qué formidable poder, diabólico, puede llegar a tener la religión. Taib no era un terrorista que podía haber matado a un vecino desarmado sino un homosexual que se avergonzaba de su condición y temía, más que a la muerte, la intolerancia de la comunidad musulmana contra los gays. Hay que señalarlo con el dedo. A veces, las víctimas están tan desesperadas, tan heridas por dentro, tan en contradicción con el rigorismo religioso que las ahoga, que optan por ajusticiarse a sí mismas. En Estados Unidos hubo, hace tiempo, un caso similar con otro gay islámico. Dado que el suicidio no forma parte del esquema cultural de un buen musulmán, ¿qué mejor idea que morir por la religión, al grito de Alá es grande para hacerse perdonar la vergüenza de Sodoma, para testimoniar un profundo amor hacia los suyos que le aborrecen, que nunca le aceptarán, con la rúbrica inapelable de la sangre? No vuelvan a decir que Dios es amor ni a predicar teorías, expliquen la historia completa, tal como es, sin olvidar cómo viven la religión los seres humanos, que es lo único que cuenta. Las personas. Muchos musulmanes pensarán que, como homosexual, está mejor muerto, que está mejor que nosotros. Yo no.