Se nos va deshaciendo, paulatinamente, este agosto que quemaba, de la tirana canícula ya sólo nos queda algún tenue recuerdo nocturno. Algunos hemos dejado de sudar, de jadear, de bañarnos en el mar con gente desconocida. Volvemos a reconocer cómo los días se han acortado inevitablemente, como han cambiado su cara reluciente y se han tornado dramáticos. Adolescentes, contemplamos de nuevo como se nos van llenando de lluvia, de frescores inesperados, de vientos intrusos, de gustos reencontrados. Ayer desayuné los primeros níscalos de montaña de este año, que no son tan buenos como los de los pinares de la costa, pero ya me apaño, porque me llenan la boca de bosque, el vientre de salud y me llenan el artículo hoy que nada sucede en este país nuestro, nada importante, quiero decir, que nada ha pasado más allá de la grotesca gesticulación de la política más absurda.

No os preocupéis que todo irá bien, e incluso irá muy bien. Fijaos en las calles, en las plazas, en los hostales, como se respira la calma más completa, serena, perfecta, y más aún si, por ahora, no tenemos que volver al trabajo, ni debemos levantarnos temprano ya que nadie nos espera. Ahora oigo por la ventana abierta un niño que llora sin demasiada convicción, coches, motos, la voz de un televisor que pega tiros en una película del Oeste, el tintineo de unas copas vacías que el camarero se lleva dentro del bar que hay delante de casa. No se puede negar que hoy, más que nunca, la vida real es lo que ocurre mientras los periódicos y los noticiarios hablan de otras cosas bastante insustanciales. Hoy todavía no, la revuelta de las sonrisas, la revuelta de los catalanes continuará y de qué manera, todo el mundo lo sabe, pero no ahora ni aquí, muchachos, hoy no.

La revuelta de las sonrisas, la revuelta de los catalanes continuará y de qué manera, todo el mundo lo sabe, pero no ahora ni aquí, muchachos, hoy no.​

La verdadera noticia del día os la diré yo ahora. Se ve que nos quedaremos, muy pronto, sin escupitajos de sirena, que es como Pere Quart llamaba a las ostras. Y sin ostras es imposible que la fábula de la Rata y la ostra de Jean de La Fontaine se pueda entender adecuadamente para nuestro buen comportamiento político, cívico, democrático. Para que nos haga provecho independentista. No contéis con que os la explique ahora si no os enseñaron más literatura que Pérez Galdós. Del mismo modo que nos estamos quedando sin palmeras y sin según qué peces de roca, héte aquí que en Montpellier, una ciudad con la que no tenemos más frontera que la España mental, se ha desatado el terror. Desde 2008 se ha perdido, hasta ahora, un tercio del volumen de la producción de mejillones y ostras, entre otras razones por una especie de herpes que tienen estos moluscos llamado Ostreid Herspesvirus. La plaga destruye nada menos que el ochenta por ciento de las ostritas jóvenes, y se desarrolla a gran velocidad cuando la temperatura del agua aumenta, como lamentablemente, es el caso de todos los mares y océanos. Josep Pla recomendaba como primer plato de una cena ideal dos docenas de ostras grandes. Y como plato principal, luego, un buen, generoso, steak tártaro. Algo habrá que hacer, por lo tanto. No sé si me explico.