Catalunya nace aculada entre temibles vecinas, Francia que baña en sangre a Occitania y Castilla que conquista allá a donde va. Así que si no quiere que la devoren tierna, si quiere perdurar, debe fortalecerse, crecer, encontrar un camino de salida, una escapatoria a la fatalidad del destino. Así es como comienza la aventura catalana allende el mar, el imperio del Mediterráneo que llegará hasta Grecia, hasta el Partenón donde nuestros tatarabuelos oían misa, hasta los confines de la Berbería, hasta las costas del mar de Mármara. Pero cuando de verdad se consolida Catalunya como país, como cultura clara y distinta, es después de haberse apoderado de vastos territorios en Italia y de convertirse en protagonista de la historia y no sólo despojo. Cuando Pedro el Grande se convierte en rey de Sicilia y uno de los principales hombres de Europa. O cuando Alfonso el Magnánimo deviene rey y señor de Nápoles y completa, de aquél fastuoso modo, un viejo sueño, el de Almodis de la Marca en 1078, al conseguir casar a su primogénito Ramón Berenguer Cap d’Estopa con Mafalda de Apulia y, así, osar contradecir al hado. Pronto se cumplirán mil años de aquello, nuestros soberanos emparentaron con los príncipes normandos de Italia y, de alguna manera, hicieron posible que hoy todavía sigamos aquí. En el comienzo de su historia Catalunya pudo sobrevivir gracias a una Italia fascinante, la de finales de la Edad Media, la Italia conocida popularmente como la del Renacimiento. ¿Qué mejor maestra se podría imaginar? Fue el corazón de la riqueza, del arte, del saber y de la cultura del mundo conocido entonces. Probablemente por este motivo, la conquistadora fue, al final, conquistada y no a la inversa, como en las mejores historias de guerra y de amor. De la vinculación con Italia, Catalunya aprendió que no sólo hay una sola península, ni una única hermandad cultural, ni una única Europa, ni tampoco un solo Mediterráneo. Anselm Turmeda, por poner un caso que se convirtió entonces en escandaloso y esclarecedor, fue a estudiar y se acabó convirtiendo al islam, ante la estupefacción de todos. Algunos de nuestros escritores aprendieron mucho allí y lograron hacer de la literatura catalana un poco más hasta devenir una de las primeras del mundo. Sus nombres son bien conocidos, Ausiàs March, Bernat Metge, Jaume Roig, Roís de Corella, Joanot Martorell, el anónimo autor del Curial...

De la vinculación con Italia, Catalunya aprendió que no sólo hay una sola península, ni una única hermandad cultural, ni una única Europa

Hace años que estudié y edité el Tirant lo Blanc y el Curial y fue entonces cuando llegué a comprender la enorme importancia que ha tenido Italia en nuestra formación cultural y en nuestra personalidad literaria. Nuestros caballeros pendencieros e hinchados de orgullo comprueban que no es suficiente con ser fenomenales atletas de la espada y la maza. Y durante los siglos XIV y XV ven que las imprescindibles certezas de la vida se pueden aprender a través de algunos libros entonces recientes, el de Dante Alighieri, los de Francesco Petrarca y, sobre todo, los de Giovanni Boccaccio. En el Curial, tan citado estos días en los medios, se cuenta una aventura, una película épica la llamaríamos hoy. Es la historia de un hombre hecho a sí mismo, la de un caballero que a través de tres mujeres, Güelfa, Laquesis y Càmar se hace adulto y consciente de lo que significa vivir, abrirse camino en la vida, aprovechar el tiempo que nos ha sido acordado. Una educación sentimental de gran categoría, que identifica al amor y al erotismo como la descomunal energía que todo lo puede y todo lo gana. Más poderoso aún que el flagelo de la guerra y que el despotismo del dinero.

El Curial es una de las grandes novelas catalanas de todos los tiempos, uno de los mejores libros que se han escrito jamás y, sin embargo, podría contar con los dedos de las manos las personas ilustradas, conocidas mías, que lo hayan leído. Esto también sucede con muchos otros libros antiguos y otro día aventuraré el motivo. Hoy me contento con decir que el Curial es una de las más preciadas y ricas muestras literarias de Occidente, un testimonio brillante de cómo la cultura catalana comenzó a hacerse suyo el humanismo italiano para seguir adelante y para mantenerse como cultura soberana. El libro tiene un estilo rico, unas palabras sabrosas, inolvidables, una erudición tan mesurada y prudente como emocionantes y llenas de vida son sus escenas de acción. Hay mucho humor y todavía más sentido común. Encontraremos el galope de los corceles, el entrecruzar afilado de las espadas junto a la mitología de la Eneida, de Troya y de Ovidio. El anónimo autor del Curial usa aquí a Boccaccio para recordar que los clérigos sólo quieren manipular y conducir a sus fieles mientras que, en cambio, la literatura es un territorio de libertad del pensamiento en el que todo es posible, incluso una razonable mejora. Y recuerda, al modo de Séneca que: “aprendemos para la vida, no para la escuela”. Que el conocimiento, la erudición, pierde su sentido sin la realidad del vivir.

He pensado en todas estas cosas cuando ha aparecido la noticia según la cual el señor Abel Soler había dado con el nombre del autor anónimo del Curial. Es una noticia prematura. Por ahora no se ha aportado ninguna prueba ni concluyente ni circunstancial de quién pudiera ser el admirable escritor que compuso el Curial. Ahora ya sabemos que la novela no es una falsificación contemporánea, como defendió Jaume Riera hace años y al que dediqué entonces un largo artículo. Ni se debiera utilizar en vano la “reverenda letradura”, tan sólo para hacer batallitas “retxonalistes” que nos sonrojan. Que si el autor utiliza un lenguaje más o menos valenciano dicen algunos profesores del País Valencià. No tan “valenciano”, dicen otros. Sostiene el anónimo autor del Curial que todo “cavaller scientífich” debe “tractar reverencialment los libres”. Realmente, ¿no les da vergüenza hacer filología al modo de Jordi Bilbeny en lugar de restituir el Curial para el conjunto de la sociedad a la que pertenece?