El conflicto entre Catalunya y España continúa en la calle porque ¿a dónde quieren que vaya? Es un conflicto desatado que continúa pleno de energía. Lo han expulsado de las instituciones, con presos políticos, exiliados políticos y políticos políticos, ya sabéis, esos individuos que ni sí ni no pero tampoco todo lo contrario. El conflicto en la calle está vivo y es molesto cuando se corta una carretera, cuando te ahoga la puerta de un juzgado con una multitud que se autoinculpa del delito de sedición. También con una protesta nocturna en la estación de Barcelona Sants, que entorpece el normal funcionamiento español de una ferrovía tan admirablemente colonial, tan bien consolidada en nuestra democracia perfectamente homologable. Ayer estabas dentro de la estación central de Barcelona y sólo tenías que echar un vistazo a la lista de los horarios para descubrir una bonita metáfora de los tiempos que vivimos. De hecho, los horarios no son exactamente unos horarios ya que la frecuencia de paso de los convoyes los acaba desacreditando, del mismo modo que el pesimismo desacredita la utopía. Cuando te das cuenta de la notable distancia que existe entre la teoría y la práctica ferroviarias puedes extraer una valiosa lección de vida. Entonces es más fácil de comprender la manera española de ver la política, bastante aproximada, improvisada, incluso emocionante, porque entre lo que dicen que harán los trenes —y los políticos— y lo que luego terminan haciendo en realidad, siempre existe un universo de posibilidades, una colección de imponderables, una sorprendente galería de cinismos. Y la inercia del inmovilismo. Ya explicó hace tiempo Manuela Carmena que un programa electoral no tenía por qué llevarse necesariamente a la práctica. Que un programa electoral no implicaba fijar contrato alguno con los ciudadanos, que ella lo consideraba una simple lista de sugerencias. Algo así como unos horarios de la Renfe.

Desde este curioso punto de vista es lógico que quieran criminalizar a unos líderes políticos independentistas que se han atrevido a poner en práctica el programa con el que fueron elegidos. En la cultura política española, a los horarios de los trenes y a los programas electorales no se les debe hacer mucho caso, sirven para ir tirando, para guardar las apariencias y para simular que el pueblo decide alguna cosilla. Los políticos españolistas profesionales están bastante irritados con los políticos que reclaman el divorcio de España ya que les han puesto en evidencia. Dicen que no saben hacer política. Que no son unos buenos profesionales como ellos lo son. Y es que se han atrevido a trabajar un poco en su programa electoral y nadie en Madrid contaba con que aquel programa fuera en serio. ¿O acaso va en serio eso del socialismo del PSOE? ¿O la reducción de impuestos del PP? Es sólo esa puñetera manía de trabajar de los catalanes, una manía que, ya se sabe, sólo es arrogancia y supremacismo de los nacionalistas, una manía que gastan sólo para poner en evidencia el ritmo tropical, indolente, de los auténticos profesionales de política. Ay, qué poco saben los independentistas, nos dicen. ¿Qué les costaría decir que condenan la violencia de los disturbios y que los gendarmes han reprimido admirablemente a los disconformes? Fíjense que todas esas protestas en las calles están protagonizadas por jovencitos, por personas que aún no han sido derrotadas por la vida, que aún tienen ideales de cambio, de mejora. Afirman que la realidad, en forma de policía sádica, les acabará pasando por encima, que les acabará derrotando y encadenando a la resignación, el conformismo cotidiano. Dicen, proclaman, aseguran, que la disidencia no durará. Que no puede durar. Que no debe durar. Pero de repetirlo tanto dejan entrever que están asustados, inseguros, sobrepasados. Que dudan. Por primera vez les da miedo quedarse sin trabajo. Por primera vez ven que la independencia de Catalunya es perfectamente posible. Como ese tren que acabará llegando.