Alejandro Fernández, líder del PP en Catalunya, ha pedido al president Quim Torra que declare la independencia de una vez. Que se aburre. Que no aguanta los discursos presidenciales. Y tiene razón. No todo el mundo tiene suficiente formación cultural para apreciarlos como es debido, no todo el mundo está capacitado para valorar las referencias a Eugeni Xammar, a Josep Carner, a los principios fundamentales de la democracia. Todo eso son monsergas que le torturan, como un adolescente de hoy sometido a la audición insufrible de la Sonata para piano nº 18 en re mayor de Mozart. Fernández tiene razón, ya que la dinámica parlamentaria, la escenografía, las normas del debate, están pensadas en una época en la que no existía la televisión y, por mucho que nos retransmitan las sesiones plenarias de la Cámara catalana, no acaba de ser un buen espectáculo, la capacidad de diversión y de entretenimiento es bastante limitada. Parece que por eso, como si estuviéramos en un programa de esos en los que el público introduce y expulsa concursantes, algunos votantes tengan una tendencia irreprimible por personajes extremos como Donald Trump, Boris Johnson, Silvio Berlusconi o Inés Arrimadas. Porque con ellos la diversión está asegurada, porque antes o después dirán o harán algo impresionante de verdad. No es necesario tener mucha idea de narrativa televisiva, de guiones para series, para saber que sin personajes malvados no hay emoción ni suspense, ni nada de nada. Tan divertido como es el perverso Miquel Iceta, retorcido y melifluo, siempre de perfil, acompañado por la bruja malcarada, Eva Granados. Tan buenos personajes, inolvidables, como son Carles Riera, permanentemente triste y deprimido, como aquel dibujo animado de Tristón, el compañero inseparable de Leoncio el León. O Albert Batet, selvático y directo como el oso Yogi.

Tiene razón Alejandro Fernández, el president Torra no les gusta porque ni como personaje de ficción resulta suficientemente satisfactorio, y aún menos porque es un intelectual y un líder independentista que no genera espectáculo. Para divertir al personal Ciudadanos es un partido mucho mejor, con Lorena Roldán, aprendiz de bruja, un personaje que está por definir y que aún nos proporcionará muchas tardes de gloria, en feroz competencia con su compañero de filas, Carlos Carrizosa, el diputado molesto, el chulo de barrio. En el viejo teatro griego y romano, para conseguir un final muy lucido para una buena representación trágica, utilizaban la técnica del Deus ex machina, cuando del cielo aparecía una criatura sobrenatural, un dios que con su poder infinito, destruía a los unos y hacía ganar a los otros. Por eso Fernández intenta provocar al president Torra y le pide que proclame la independencia. Porque entonces llegará el momento de máxima tensión, cuando entrará la Guardia Civil y el Ejército a sangre y fuego en el Parlament, entonces nadie podrá despegarse de la pantalla de la televisión. Como si Quim Torra no tuviera una sólida formación clásica y no supiera lo que tiene entre manos. Como si todo el mundo no viera que los violentos, los de las pistolas, los intolerantes, son las fuerzas de la represión, los que están acusando a las víctimas precisamente de la única violencia comprobada y contrastada. La que ejerce la represión colonial. Se inventan terroristas, imaginan una violencia que no existe y llegan hasta el ridículo más increíble, cuando acusan al president Torra de ser el líder de un comando que limpia con lejía la plaza mayor de Amer. Mañana continuará toda esta comedia de la provocación indiscriminada.