Catalunya es inmensamente rica, bastante envidiada y a menudo robada. Precisamente por eso la última agenda del españolismo es hundirnos a todos, asimilarnos hasta que dejemos de estorbar, matar a la gallinita de los huevos de oro, matarnos porque la gallina ha dicho que no y porque se atreve cantar vivas a la revolución. Ésta es la insana intención que hay detrás del abuso de los impuestos contra los trabajadores autónomos. Que sí, que nos vienen a buscar a nosotros, a los que no tenemos amo ni señor. Por la radio Jiménez Losantos dice cínicamente que lo único que España todavía no ha intentado con nosotros es la represión, por lo que ahora viene cuando nos matan sin más miramientos, ahora la represión continuará y con mayor intensidad, hasta la completa lobotomía, hasta que la ingeniería social haga de la patria mía un enorme solar con una columna conmemorativa en el medio, como soñaba hacer Felipe V con Barcelona. Si Felipe VI promovió la fuga de más de 6.000 empresas de Catalunya para llevarnos a la ruina, ahora piensan castigarnos con el mismo jarabe de palo, ahora intensificarán la estrategia. Somos desabridos, altivos e ingobernables, burlones, porque somos un país rico y hasta que esto no sea el Sáhara español no nos podrán arrodillar ni convertirnos en seguidores del Real Madrid. También se la llama política de tierra quemada o terrorismo de estado, la seguirán promoviendo hasta que nos tornemos dulces, amables y colaboradores como un perro apaleado. España seguirá gobernando contra la población catalana, con ayuda de algunos colaboradores indígenas y con el silencio cómplice de la mayoría de los medios de comunicación. No hay duda, ésta es la auténtica y mitológica riqueza de nuestro país, estas son las inagotables minas de oro catalanas, la gente que tiene, el tipo de gente que somos. Constantemente nos lo recuerdan y nos lo reprochan, que no deberíamos ser como somos. Que damos mucha lástima siendo como somos.

Josep Pla en 1976 recordaba a Joaquín Soler Serrano, en la famosa entrevista por televisión, que la sociedad catalana es la más democrática del mundo, en contraste con España, en contraste incluso con Inglaterra y Francia, donde la aristocracia y las clases enriquecidas dominan por completo al Estado. El catalán sabe perfectamente que no es nadie y por eso tiene tan bien puestos los pies en el suelo. Y también sabe que nadie es nada y sabe reírse de ello. En Catalunya todo el mundo es igual, en Catalunya hay una ingenuidad adámica del que se lo mira todo por enésima vez, con cara de niño demonio, y no le encuentra nada que no hubiera visto la primera vez que abrió los ojos. El catalán es un ser escarmentado y desconfía del bombo y sobre todo del platillo, de la grandilocuencia. Del tremendismo, de la exageración y de la claque, de la propaganda de quienes mandan. “Pots comptar” es la frase catalana más repetida. Pla lo resume así: “Aquí no hay nadie importante, todo el mundo es igual, por eso los catalanes somos tan groseros”. Nuestra disidencia es completa, firme, y permanece en el tiempo, desde antiguo. Francesc Pi de la Serra lo cantaba de otra manera, naturalmente maleducada y grosera: “soy el dueño de mis huevos”.

Aquí nació el capitalismo de los modestos, de los pequeños, el capitalismo de la pequeñísima burguesía que es el fundamento mismo de la democracia y de la sociedad libre

Todo sale de ahí mismo, de Amer, del pueblecito de Carles Puigdemont donde el 8 de noviembre de 1485 los síndicos ―representantes― remences llegaron a un acuerdo con el rey Fernando II, de grata memoria. Un acuerdo que se resolvería en la sentencia de Guadalupe o Guadalop, por la cual el campesinado remença recuperaba su libertad y dejaba de ser extorsionada por la nobleza rapaz. Lo explica muy bien Jaume Vicens Vives y recientemente lo ha estudiado con mayor detenimiento Antoni Simon en su libro Els orígens del miracle econòmic català (Dalmau Editors). Por eso los catalanes son y serán siempre los más ricos de la península Ibérica. Por eso alguien tan descreído como Voltaire escribió que Catalunya “al fin y al cabo, puede prescindir del universo entero pero sus vecinos no pueden prescindir de ella”. Desde la concordia firmada en Amer se suprimían, pero sólo para Catalunya, los malos usos y los trabajadores de la tierra pasaron a sacar el beneficio del trabajo que realizaban. La inmensa mayoría de los trabajadores catalanes, por aquel entonces campesinos, se convertían en los propietarios de su propio futuro. Así como lo son los autónomos, los propietarios de pequeñas, medianas y microscópicas empresas que nunca deben decirle sí señor a nadie. Y que votan lo que les da la gana, sin hacer mucho caso de los partidos. El dinero es libertad.

Por eso somos como somos, y por eso no tenemos rey, porque ya lo llevamos en el cuerpo. Por eso no somos un pueblo servil pero sí, probablemente, un pueblo demasiado exquisito, demasiado miedoso, excesivamente desconfiado y prudente. Catalunya y Lombardía han sido los únicos territorios de Europa que protagonizaron dos revoluciones económicas desde el principio. La revolución mercantil de la edad media y las sucesivas revoluciones industriales de los siglos XVIII y XIX. Aquí nació el capitalismo de los modestos, de los pequeños, el capitalismo de la pequeñísima burguesía que es el fundamento mismo de la democracia y de la sociedad libre. Contra nosotros se levanta hoy, como ayer, una Nínive pigmea. Implantando nuevos impuestos absolutamente abusivos y feudales. Ahora estaba repasando esos documentos medievales tan bellos. Suprimieron seis malos usos: la remença personal, la intestia, la cugucia, la esorquía, el arsia y la firma de expolio forzada. E incluso se abolieron los abusos consuetudinarios. Es decir, los feudales perdían para siempre el derecho de maltratar a sus servidores. A por ellos, iban cantando. No, no tenían derecho a pegarnos el Primero de octubre ni ahora a arruinarnos a todos con una fiscalidad confiscatoria.