La lengua catalana se está acabando para siempre. Lo peor no es entender que estamos viviendo la última situación crítica del catalán; no, no, de ningún modo, esto no es lo que más duele. Lo peor es comprender que a la mayoría de los catalanes les da igual. Hay días que, cuando sale el tema en una conversación, nos alarmamos mucho, hacemos aspavientos y proferimos gritos, soplamos ruidosamente, pero de ahí no se pasa. A la mayoría de los catalanes les es indiferente que se acabe la lengua catalana porque tienen otros quebraderos de cabeza. Y a la mayoría de los españolistas les parece fenomenal que se muera de una puñetera vez y deje de hacerle sombra al español imperial y triunfante.
Por supuesto que la muerte del catalán no será ni un fallecimiento inminente ni dramático. No será como en los últimos días de Pompeya, tampoco se producirá una gran explosión. No hace falta que nos preocupemos, siempre saldrán voces conciliadoras, voces de terciopelo, voces plácidas y ufanas que nos dirán lo que queremos oír. Que no puede ser que estemos tan mal, que no hay que exagerar. Sobre todo no exageremos. Que quien no se conforma es porque no quiere, que todo lo que nace en esta vida debe morir algún día. Y que en un mundo globalizado sólo van a sobrevivir las lenguas más potentes, las que tienen más hablantes. Como si diez millones de hablantes de catalán fuera algo minúsculo.
El catalán ha dejado de ser hegemónico en todos los ámbitos sociales excepto en el familiar y no siempre. El catalán ha dejado de ser hegemónico en la gran mayoría de territorios patrimoniales de la lengua catalana. Ha perdido las batallas lingüísticas de las grandes ciudades, en Barcelona, València, Palma, Perpinyà, Alacant y Tarragona, se tambalea en Lleida y Castelló, resiste sin mucha esperanza en Tortosa y Girona. Están desapareciendo los territorios donde nunca se había oído hablar otra cosa que no fuera catalán. Los medios de comunicación en catalán están cada vez más castellanizados. Han muerto casi todos los monolingües en catalán que aseguraban, como si fuera una retaguardia, la indefinida vigencia de nuestra lengua. Nos demostraban con su ejemplo que vivir sólo en catalán era posible y deseable. De la misma forma que vivir sólo en francés o chino es posible y deseable.
Estamos viviendo internacionalmente de Gaudí y de Miró, y aún hay quien cree que si vamos todos por el camino de Javier Cercas nos irá mejor
La degradación del catalán da pasos de liebre en nuestros días. De ser una lengua potente, con problemas de hegemonía pero viva, pasa a perder esta hegemonía. De ser una lengua viva comparable al italiano, al francés y al español —las tres lenguas con las que compite territorial y socialmente— pasa a convertirse en una lengua minorizada, sin utilidad social ni profesional. Una lengua anecdótica que algunos siguen hablando por sentimentalismo pero que no cuenta para nada, una lengua de segunda categoría como el occitano, el vasco, el bretón. Comparable a todas las demás lenguas minorizadas de Europa. Éramos como el húngaro, como el flamenco o como el danés y pasamos a ser sólo una curiosidad lingüística, innecesaria del todo.
Éramos civilización, cultura de primer nivel internacional, de Llull a Gaudí o Bohigas, de Arnau de Vilanova a Josep Trueta o Joan Oró, de los trovadores a Miró o Dalí. No ha habido, en nuestra historia, ningún gran catalán o gran catalana que no fuera catalanohablante. Ahora, sin embargo, la inercia nos empuja a ser una comunidad lingüística anecdótica más, un folclore más, una rareza como otra. Nos hemos ido castellanizando y castellanizando como sociedad, como personas, ya no sabemos lo que decimos ni si lo decimos bien o mal en nuestro idioma. Y, como contrapartida, tampoco hemos conseguido ser más universales ni brillantes, sino más provincianos y más mediocres. España siempre ha sido un mal negocio para nosotros. Estamos viviendo internacionalmente de Gaudí y de Miró, y aún hay quien cree que si vamos todos por el camino de Javier Cercas nos irá mejor.
Catalunya y los Països Catalans han sufrido, en su conjunto, reiterados intentos de genocidio cultural y lingüístico. Josep Benet dedicó en 1995 un largo estudio al penúltimo intento de eliminarnos a todos como sociedad diferenciada. Se titula L’intent franquista de genocidi cultural contra Catalunya. Y es que el último intento es el que estamos viviendo ahora, en estos momentos, sobre nuestra sociedad y sobre nuestra escuela. No es tan aparatoso ni grandilocuente como el intento franquista pero precisamente por eso es más peligroso aún, porque ocurre en un hipotético período democrático. El activista españolista Francisco Caja hablaba abiertamente de ello en una carta privada a Albert Rivera de 29 de mayo de 2011, bastante antes del Primero de Octubre de 2017: “El momento de noquear al catalán y devolverlo a las masías vendrá con la evolución del momento político. (...) Entre todos, devolveremos al catalán a su situación anterior a 1978. Es decir, matarlo de hambre y despojarlo del ‘prestigio’ que ha obtenido a costa del castellano. Incluso si la secesión fuera adelante, pienso que el tema de la lengua sería una herramienta formidable para fulminar el nuevo ‘estado’ resultante”.
Estos ataques, cada vez más nocivos contra el catalán, han encontrado la complicidad de una dejadez vergonzosa por parte de los catalanes, de una pereza espesa y determinante que, como sociedad catalana, hemos tenido la cara dura de hacer pasar por sensatez y moderación. Hemos decidido mirar hacia otro lado. La escuela catalana, esto es lo que queríamos pensar, la inmersión lingüística, los cuatro alocados que siempre molestan con el catalán, las nuevas generaciones, los profesores, todo este grupo nos haría el trabajo sucio. Nos haría el trabajo de recuperación y consolidación del catalán que nosotros no estábamos haciendo. Lo pensábamos y lo decíamos porque cuando lo pensábamos y lo decíamos nos tranquilizaba y nos libraba de nuestra mala conciencia. Hasta que ha llegado el momento de preguntarnos como sociedad: ¿qué queremos hacer con nuestra lengua catalana? Ha llegado el momento porque que los españolistas hoy ya no andan distraídos y nos eliminarán si continuamos haciendo ver que el conflicto no va con nosotros. Si continuamos simulando que todo va la mar de bien.