Los muertos, y más aún si acaban de morir, imponen respeto. Los políticos no. Los políticos son unos seres medio irreales que tienen sus propios códigos de conducta, y les da igual no ser respetables mientras puedan continuar con su oficio. Un poco como las colipoterras que cogen el dinero y corren. Que mientras vayan bien calientes que se ría la gente. Por eso tienen unas pésimas relaciones con los espejos. ¿Qué sería de los políticos y su colosal vanidad ante los espejos, frente a las masas que les hacen de espejos, ante los medios de comunicación que les hacen de espejos? ¿Cómo podrían, si no fuera así, conseguir convertirse en poderosos como una fuerza de la naturaleza, los políticos? A veces lo son por causa épica y noble, excepcional, como en el caso de Churchill. Otros, sólo cegados por una inmoderada y ciega sed de poder, para sentirse seguros detrás de unas órdenes proferidas con mayor o menor convicción. Son la mayoría. Téngase en cuenta que cuando se muere un político famoso, como Carme Chacón, el oportunismo más salvaje se desata entre los de su condición. Cuanto más cercanos al finado más legitimados se sienten para aprovechar lo más posible sus restos. Montan un espectáculo. El muerto –o en este caso la muerta–  tiene todo el protagonismo, un último protagonismo, y el animal político lo que no soporta es precisamente ese protagonismo ajeno. No soporta las buenas palabras que se dedican al traspasado. Así pues, los políticos en activo compiten frenéticamente en presumir que son los mejor relacionados con el muerto, los más amigos, los más íntimos, ¿qué digo íntimos? Los más, más y más de todo. Y hacen discursos y se golpean el pecho. No sé si visteis a Miquel Iceta, por ejemplo, con su fascinante habilidad para decir lo que la gente quiere oír. Compuso una enorme necrológica a base de lugares comunes, de palabras vacías. Servían igual para Chacón, para Ulises que para su porquero. Casi se le saltaban las lágrimas. Hace meses, hace años, la familia socialista, por no hablar de los rivales en otros partidos políticos, habían pasado Carme Chacón a cuchillo. Le habían hecho de todo. Ahora, como se ha muerto de manera inesperada y la sorpresa les ha recordado que no puedes cantar victoria demasiado pronto, se dedican a salir en los medios. Hicieron lo mismito con Ernest Lluch. Primero lo dejaron de lado, lo apartaron. Después lo santificaron. Se ve que los grandes valores políticos del PSC son los políticos muertos. Tienen la ventaja de que no se van de la lengua.

Téngase en cuenta que cuando se muere un político famoso, como Carme Chacón, el oportunismo más salvaje se desata entre los de su condición

Carme Chacón fue una política de la imagen. Vivía asomada al balcón, hablando primero de su hijo durante la campaña electoral y después quejándose de que los medios hablaban de su hijo. Haciéndose la catalanista aquí y la federal allí. Vertiendo en las redes sociales lo que creía conveniente verter de su propio vertido. María Dolores de Cospedal, que es como la bruja verde del Mago de Oz, ayer dijo maliciosamente que Carme Chacón “tenía sólidas convicciones” y que deja atrás una “excelente trayectoria política”. Una malvada manera de decir que en el caso de la política catalana el marketing, el humo, lo fue todo y que su ideología fue como mínimo, cambiante.

Dícese que un día su marido de entonces, Miguel Barroso, tomaba café con Jaume Roures. Y que como poderoso secretario de Estado de Comunicación de José Luis Rodríguez Zapatero conocía la intención del presidente de sustituir a José Antonio Alonso al frente de Defensa. Ni corto ni perezoso cogió el teléfono y ante los presentes convenció a ZP que la mejor sustituta posible era su esposa. Y utilizó dos argumentos de gran calado político para su interlocutor: que era mujer y que estaba embarazada. El nombramiento fue, por tanto, la puesta en escena de una idea televisiva mientras se tomaba café. Cesar Antonio Molina ha explicado muy bien en otra parte que la fascinación de Zapatero por las mujeres ministros, a él, le costó el cargo.

Como una muñeca que ahora se hincha y ahora se desincha, que ahora se pone aquí y ahora allí, Chacón encarna un determinado socialismo. El propositivo, el de las grandes proclamas y los bolsillos vacíos. La de las retóricas más suntuosas y la desolación intelectual. Un día Carme Chacón volvió de Quebec medio independentista. Otro día se fue a Andalucía y reclamó que la llamáramos Carmen. Se enfrentó al aparato del partido, a Rubalcaba, pero luego apoyó a Rubalcaba y a Susana Díaz, al aparato de todos los aparatos. Fue cómplice y víctima de José Zaragoza. ¿Contribuyó de alguna manera en profundizar en los derechos de las mujeres? Desde el punto de vista iconográfico, sin duda. Era feminista pero, en público, su bolso de mano se lo sujetaba una teniente de navío mientras fue ministra de la Guerra. Fue una política oportunista como tantos y tantos y tantos que la utilizaron y que ahora, una vez traspasada, quizás tienen momentos de lucidez, de mala conciencia. No sufran, no les dura mucho.

Dicen que la querían mucho. Yo sólo sé que murió sola. Que hacía mucho tiempo que estaba muy sola, abandonada, como una muñeca rota que han dejado de lado. A mí me daría vergüenza. Ni Rita Barberá tuvo un final tan triste.