Hay que aguantarse. La coherencia no parece ser la cualidad más brillante de algunos de los abogados que están defendiendo la causa de los presos políticos. Por un lado proclaman que este es un juicio político, de acuerdo con la calificación que expresó ante el tribunal el vicepresidente Oriol Junqueras. Y por otro lado, se sorprenden porque la fiscalía no haya cedido en nada, porque no haya modificado ninguno de sus planteamientos vengativos e intimidatorios. Se sorprenden de que Zaragoza y sus compañeros pidan veinticinco años de prisión para el líder de Esquerra y muchos años para los Jordis y para Carme Forcadell. ¿Cuántos? Muchos. No son capaces de ser serios tampoco en esto, de ser mínimamente profesionales y ni siquiera pueden mecanografiar correctamente los años de cárcel que se piden. La fiscalía continúa haciendo el vago precisamente porque puede hacerlo, porque no tiene ningún motivo para ponerse a trabajar. El trabajo ya se lo han dado más que hecho. La verdad es que todo el esfuerzo jurídico de los abogados no ha servido absolutamente de nada. Si no hubieran participado, si no se hubiera presentado ningún abogado, el juicio habría tenido el mismo desenlace porque este juicio no tiene nada que ver con la justicia, ni con las dotes profesionales de los defensores, ni con su capacidad de convencer a los fiscales y los jueces del tribunal. Esto va de represión, no de justicia.

Sí, no hay duda, todos los abogados y las abogadas han hecho muy buen papel, han demostrado con hechos, con evidencias, con profesionalidad jurídica que los doce acusados son absolutamente inocentes, como ya determinó un tribunal alemán. En vano. A los jueces y fiscales del Tribunal Supremo lo que les ha convencido de verdad ha sido un único contraargumento, un argumento mucho más poderoso que todas las palabras que se hayan podido pronunciar en la sala. El gran argumento es la nómina que perciben a fin de mes, un papelito decorado con el escudo de España que les hace más agradable la vida. Me encantan las bellas historias con final feliz pero, ¿realmente alguien esperaba que Consuelo Madrigal o Fidel Cadena, se derrumbarían de repente, se pondrían a llorar con desconsuelo y se abrazarían con hermandad federal y peninsular con los republicanos presos, implorando perdón y amistad? Después de todo, ¿qué han ido a hacer los abogados a este juicio? ¿A convencer a jueces y fiscales de la inocencia de los presos políticos? Pero si ellos lo saben perfectamente, si saben muy bien que todo es una construcción, un invento, lo saben tan perfectamente ya que ellos lo han construido, lo saben mejor que la defensa. Los abogados de la defensa han ido sólo a hacer lo que nos gusta tanto a los catalanes, hemos ido a quedar bien, a hacer un buen papel, hemos ido a no tener mala conciencia.

Pues ya os digo que no, que vayáis a limpiaros la mala conciencia a otro lado. Cuando los condenen a penas durísimas no me vengáis diciendo que se ha hecho todo lo que se ha podido porque no es verdad. Participar en esta farsa de justicia no es hacer todo lo humanamente posible. El mundo no se acaba en un juicio. Y me atrevería a decir que la vida real es bastante más rica que la tragicomedia de los ilustrísimos tribunales y de todos estos también ilustrísimos señores, todos muy extraños y disfrazados con togas negras. Los presos políticos no están entre rejas por haber cometido delito alguno sino por querer traducir políticamente el deseo de libertad del pueblo de Catalunya. Cuando, inesperadamente, reconozcáis por la calle a Oriol Pujol y constatéis que ya se mueve libremente como un pájaro, acordaros que, mientras el hijo de Jordi Pujol se pasea, en las cárceles españolas hemos dejado abandonadas a unas personas inocentes. Mientras os encojáis de hombros asegurando que no se puede hacer nada, mientras busquéis justificaciones y organicéis encuentros con gigantes y cabezudos, mientras os inventáis actos simbólicos absurdos y perfectamente inútiles, quizás reconoceréis que la vida no perdona. Y que mientras nos quede un poquito de vergüenza no podremos dormir tranquilos. Esto es lo que nos espera. Y todo eso, yendo bien.