El 22 de julio de 1921 exterminaron entre trece y veinte mil españoles vestidos de soldadito, pobres, desgraciados míos, muchos eran catalanes, como siempre. Carne de cañón, súbditos indefensos del rey Alfonso XIII, también llamado el Africano, que jugaba a los soldaditos de plomo con más plomo. Han pasado cien años del desastre de Annual, una batalla con la que el facherío español pretendía salvar el prestigio de España tras el desastre de Cuba. Sí, fue cuando el almirante Cervera se dejó hundir toda la flota de guerra para salvar el honor nacional. Un clavo saca otro clavo, piensan, creen. Y la suicida guerra de Cuba, si lo miramos bien, de hecho, lo que quería, en realidad, era salvar el prestigio de España después de un siglo, el XIX, en la que perdió casi todo el imperio americano. Recuerden la obsesiva repetición de la palabra imperio que gastaba la propaganda franquista y entenderemos de qué va toda esta historia de rencor y de supremacismo de los que manejan el cotarro en Madrid. Cuando los que mandan pretenden salvar el prestigio de España, cuando quieren mejorar su reputación, cuando se ponen patriotas, esos españoles son insuperables en negligencia, delirios de grandeza y temeridad. Hoy, por ejemplo, se están cebando con el semanario satírico El Jueves y el 25 de noviembre de 1905 un pelotón de 300 oficiales del ejército destruyó las oficinas del semanario satírico Cu-Cut, la imprenta de El Patufet y del diario La Veu de Catalunya. El motivo fue la publicación de un tímido chiste de Junceda. Después prendieron fuego a todo, los muy valientes. Porque los catalanes, sobre todo nosotros, no podemos burlarnos de la discutible grandeza de España. De hecho somos extranjeros y pensamos como extranjeros. En mayo de aquel 1905 procesaron a tres redactores y al director de La Tralla, Josep Maria Folch i Torres, el de los cuentos infantiles y el de los Pastorets, por haber publicado un número extraordinario que celebraba la independencia de Cuba. Y es que nuestra bandera independentista catalana recuerda intencionadamente a la cubana y no podemos decir que sea una casualidad.

El desastre de Annual fue el origen de una de las vergüenzas colectivas más notables del siglo pasado en España, la madre de todas las vergüenzas. Hace cien años que dura y hace cien años que se quiere tapar. Para limpiar el buen nombre del glorioso ejército español decidieron, como acostumbran, lo de matar moscas a cañonazos, lo de exagerar un poco más aún, siempre un poquito más, y así terminaron suprimiendo la incipiente democracia de la Restauración con el golpe de estado de Miguel Primo de Rivera. Que sería contradicho pocos años más tarde con el advenimiento de la II República española y esta república impugnada, pocos años después, por la sublevación militar del general Franco, el africanista, y la de sus compañeros reaccionarios y clasistas, los africanos, los líderes de la sublevación de del 18 de julio, Sanjurjo, Mola, Queipo de Llano, Millán-Astray. Esta es la auténtica ideología de Francisco Franco que aún dura como una flor venenosa en las Españas, en el ejército, en los tribunales de justicia, en la administración, en los principales partidos políticos. Sólo desde la reacción y desde el clasismo más abyectos se entiende cómo consiguió hacerse un nombre, ese militar carnicero y kamikaze, al que sus superiores tuvieron la imprudencia de promocionar. Franco quería salvar su prestigio de la misma manera que la España de Alfonso XIII intentaba salvar el suyo. Profesionalizado como militar con el lugar 251 de una promoción de 312 oficiales de la Academia Militar de Toledo, Franco el mediocre decidió hacerse amigo íntimo de la crueldad, confundiendo la valentía con el salvajismo. Era minucioso y frío como cualquier psicópata de los que salen en las películas. Los hechos de Annual dejaron las cosas claras. Llevaban a los soldados de reemplazo a una muerte segura, al matadero patriótico para que España pudiera decir que tenía colonias, que tenía aún un imperio. El independentismo catalán nace aquí, de este rechazo a un estado criminal que no protege a sus habitantes. Los ricos podían pagar y no ir a la guerra pero la mayoría no se escapaba, no, porque eran pobres y a menudo ignorantes, porque eran súbditos, rehenes de un régimen militarista que los consideraba inferiores y, por tanto, sacrificables.

El ejército español de Marruecos era corrupto e ineficaz, lleno de vividores, tenía demasiado generales, demasiado oficiales y, comparativamente, pocos soldados, porque a menudo terminaban en la muerte segura. Cuando Franco entraba en combate solía ser el oficial que tenía más bajas entre sus soldados. Excitado por la sangre no se interesaba mucho por los desgraciados que estaban a sus órdenes. Hasta el punto de negarse a obedecer una orden de retirada, en una determinada ocasión, porque él nunca aflojaba, nunca cedía. Una actitud que recuerda bastante la estrategia militar de Hitler, implacable y efectiva al inicio de la Segunda Guerra Mundial, suicida ante la superioridad de un enemigo cada vez más poderoso, al final. “Viva la muerte” fue un conocido lema de Millán-Astray al frente de la Legión Española, donde servía Franco durante la época de Annual. Esta fuerza de choque tenía algunos privilegios, se toleraban las peleas y la violencia sobre la población civil, e incluso la prostitución en los cuarteles ― con mujeres, hombres e incluso menores―, una práctica que duró hasta el final de la Guerra Civil. La Legión decidió igualar las crueldades de Abd el-Krim en Annual. Ensañamiento contra los rifeños, decapitación de los prisioneros y exhibición de las cabezas como trofeos. El festival de muerte y de crueldad continuará cuando se inicia la Guerra Civil y la represión de la posguerra. Quizás esta famosa frase del general Franco tras haber asesinado a un soldado, porque se negaba a comerse el rancho, lo representa perfectamente: “No tienes idea de la clase de gente que son: si no actuara con mano dura, pronto esto sería el caos”. La gente se divide en clases, los de arriba y los que no son nadie. El principal fundamento ideológico del fascismo español.