Ayer pegaron al fotoperiodista Jordi Borràs, le hirieron y le rompieron la nariz al grito de “Viva España, Viva Franco” porque la guerra de independencia de Catalunya, es una guerra sobre todo mediática y él es un general condecorado con muchas medallas. General valiente de la información veraz, general competente del buen periodismo, general de la documentación gráfica de lo que sucede realmente en las calles de nuestras ciudades, general de la no violencia se ha convertido, sin embargo, en un objetivo bélico. Lo agredieron en pleno centro de Barcelona mientras hacía las mejores fotografías, mientras trabajaba porque desde el sofá los repanchingados, los descansados, podamos continuar proclamando que queremos una independencia por las vías más pacíficas y dialogadas posibles, para que podamos seguir teorizando sobre el futuro del país mientras la ultraderecha españolista actúa impunemente y con violencia física. Ayer rompieron la nariz a Jordi Borràs porque el españolismo agrede e intimida siempre que puede a la prensa libre, a los ciudadanos y a los políticos independentistas. Le pegaron por la misma razón que existen presos políticos y exiliados políticos, porque quieren que sirva de público escarmiento, porque nos quieren atemorizados y la lengua en el culo. Le pegaron por la misma razón que han pegado a ciudadanos anónimos que defendían los lazos amarillos en el espacio público, por la misma razón que hoy cualquier periodista puede jugarse la vida y el pan cuando se significa como independentista.

Han roto la nariz de Jordi Borràs porque no tiene miedo y porque quieren que lo tenga, por la misma razón que intentaron que yo mismo dejara de escribir, por la misma razón que amenazan con ilegalizar a los partidos independentistas, por la misma razón que se exhibe impunemente la catalanofobia. Ya puede ir Inés Arrimadas, la hija del policía, gritando libertad por Canet de Mar y haciendo de impostora, de distraída, de cómplice necesaria, ya puede decir lo que quiera. Aquí los únicos que no tienen libertad son los presos políticos, los exiliados políticos, los periodistas que no pueden hacer su trabajo sin ser agredidos, los cantantes de rap que no pueden decir lo que quieren en sus canciones sin terminar en la cárcel. Aquí los únicos que no tenemos libertad somos los que tenemos que exhibirnos como temerarios porque no nos aplasten, los que tenemos que proclamar, como hizo el presidente Torra durante su visita a la Moncloa, que ya pueden hacernos lo que quieran, que no tenemos nada que perder y que estamos dispuestos a lo que sea necesario por la causa de la libertad. Por la causa de la dignidad. Somos valientes porque no podemos ser otra cosa, porque no somos capaces de callar ante la injusticia. Y porque no aceptamos que, además, haya quien se atreva a calificarnos de nacionalistas excluyentes. Basta de tanta mezquindad.

“Viva Franco, Viva España” le dijeron a Jordi Borràs cuando le pegaban. Quizás sí que tienen razón los que piensan que no se debe tocar la tumba del dictador. Mientras la memoria política de Franco siga tan viva y tan fresca como las flores que le ponen cada día encima de la lápida, sus restos deben mantenerse donde están. Sacarlo del Valle de los Caídos sería un acto de hipocresía innecesario, si lo pensamos bien, el españolismo continúa felizmente abrazado a su momia. A su ejemplo de intolerancia y de violencia.