Manuel Valls esconde significativamente las siglas de Ciudadanos, que es el partido que le presenta como candidato a la alcaldía de Barcelona. Debe de pensar que le perjudica identificarse demasiado con el partido de Albert Rivera y ha preferido bautizar su candidatura como Barcelona pel Canvi. Lo mismo hace ahora Xavier García Albiol en Badalona, quien incluso en un video de campaña utiliza figurantes que rechazan al PP pero que aseguran que a él sí le votarán. El descrédito de la política ha llegado a unos extremos que los mismos partidos políticos, que tienen la autoestima bien baja, se avergüenzan de ser lo que son y pretenden fingir que son otra cosa.

He comenzado por la derecha, pero pasa tanto o más en la izquierda y entre los soberanistas. Tan baja tenían la autoestima los convergentes de toda la vida que han cambiado de nombre no sé cuántas veces... Se han llamado  Democràcia y Llibertat, Partit Demòcrata Europeu Català, Junts pel Sí, Junts per Catalunya y tienen también reservada la Crida Nacional per la República. Ahora he descubierto que se presentan a las europeas con el nombre de Lliures per Europa. Todo un lío cuando todo el esfuerzo se centra en identificar la candidatura con Carles Puigdemont. El fenómeno en las municipales es hasta divertido porque muchos aspirantes se presentan no como representantes de un partido sino como el candidato de Puigdemont a la alcaldía.

ERC ha puesto un nombre incomprensible a su candidatura. Se llama oficialmente Esquerra Republicana de Catalunya – Ernest Maragall Alcalde + BCN – Nova – Acord Municipal. Aún más significativo de la autoestima de los republicanos es el hecho de que los tres primeros candidatos que figuran en la lista no son militantes del partido.

El caso de Barcelona en Comú tiene su historia. PSUC eran unas siglas de prestigio antifranquista, pero cuando el comunismo pasó de moda se cambiaron el nombre y se pusieron uno que fuera incoloro, inodoro e insípido: Iniciativa per Catalunya. Y cuando la gente de izquierdas se cansó de los partidos convencionales y se apuntaron al movimiento 15-M, Iniciativa se quiso poner al frente, haciendo suya la popularidad de una de las activistas del momento: Ada Colau. Hicieron un gran negocio porque ganaron lo que siempre habían perdido, pero ahora de Iniciativa nada se sabe y la alcaldesa Colau es la única referencia. Las siglas no importan.

Y para terminar observaremos los cambios socialistas, que también tienen su cosa. Todo el mundo recordará como el PSC escondía, sobre todo en las elecciones catalanas, las siglas del PSOE. Después inventaron aquello de Ciutadans pel Canvi y luego han añadido otros anexos. En Barcelona la candidatura se denomina Partit dels Socialistes de Catalunya – Compromís per Barcelona - Units - Candidatura de Progrés (PSC-CP). Ufff. Da igual, Jaume Collboni sabe lo que cotiza al alza y lo que no y en los debates suele destacar que él es el candidato de Pedro Sánchez.

El voto directo, que es inherente a las democracias anglosajonas, está mal considerado en España porque rompe la representación proporcional, pero no hay nada más desproporcionado que una oligarquía de dirigentes de partidos que han privatizado la política

Todo ello pone de manifiesto que existe un grave desfase entre los partidos y la gente que les ha de votar que se pretende resolver con la táctica de dar gato por liebre, lo que agrava el problema. Es interesante observar que los partidos se han convertido en unas organizaciones que no inspiran confianza y se pone a menudo de manifiesto en las elecciones municipales, cuando la gente elige a su alcalde independientemente de las siglas que representa. Votar, elegir directamente las personas que han de representar los electores es la gran asignatura pendiente de la democracia en España y en Catalunya. Sin embargo, el poder de los partidos es tan brutal que ahogan cualquier iniciativa que surja basada en el voto directo de la gente. Es lo que ocurrió con el Movimiento 15-M, que ha acabado integrado en el sistema a través de un partido como Podemos, que ya funciona de manera tan convencional que reproduce el mismo tipo de luchas internas por el poder que el resto de partidos. En las municipales de Barcelona, Jordi Graupera también ha intentado un procedimiento participativo de la gente, pero como iba contra los partidos, le han dejado sin espacio mediático y le han condenado a ser una candidatura independentista más.

El voto directo, que es inherente a las democracias anglosajonas, está mal considerado en España porque rompe la representación proporcional, pero no hay nada más desproporcionado que una oligarquía de dirigentes de partidos que han privatizado la política. Pedro Sánchez ni siquiera se ha escondido de decidir quién presidirá el Congreso y el Senado. ¿Dónde está la división de poderes? Si esto ocurre con el legislativo, ¿qué no pasará con el poder judicial, con los medios públicos...? Mientras los diputados y senadores dependan de quien les ha colocado y no de quien les ha votado, la democracia seguirá siendo una competición de engaños.