El reciente acuerdo sobre el catalán en la enseñanza y las últimas encuestas electorales publicadas permiten vislumbrar a medio plazo el retorno del tripartito al Govern de la Generalitat, obviamente, liderado por el Partit dels Socialistes de Catalunya. Esto marcará el punto y final definitivo del proceso soberanista y el inicio de una nueva etapa de relativa normalización política estrictamente autonómica. Y tal día se cumplirán veinte años.

Ciertamente, faltan tres años para las próximas elecciones al Parlament y hacer previsiones a tan largo plazo puede parecer atrevido, pero la política catalana se ha vuelto muy previsible. No hay duda de que Pere Aragonès y, por supuesto, también JxCat harán todo lo posible para aguantar la legislatura hasta el final y más si pueden, sabiendo que la siguiente etapa no será tan confortable. La política catalana se ha instalado en un compás de espera, de tiempo indefinido, que recuerda a la tragicomedia de Samuel Beckett Esperando a Godot. Los personajes esperan y esperan a alguien que no llega nunca y, mientras tanto, hablan, discuten y se pelean, y todo apunta a que antes de tres años no pasará nada políticamente trascendente en Catalunya.

Ya ha dejado claro esta semana Pedro Sánchez que, mientras la reclamación catalana sea la amnistía y la autodeterminación, no hay nada que hacer, ni siquiera hablar. Si acaso la mesa de diálogo, si es que llega a reunirse alguna vez, será, según el presidente del Gobierno, para hablar de “otras cosas”, pero después del escándalo del espionaje sistemático, de la ley del audiovisual, del reparto arbitrario de los fondos europeos, de la estrategia contraria a los intereses de la industria catalana, y del apoyo al corredor mediterráneo para que pase por Madrid, es difícil imaginar a qué cosas se refiere Sánchez. Y la vida sigue y seguirá igual, porque, como se ha demostrado, ni los votos de ERC en el Congreso hacen cambiar las políticas del Gobierno más progresista hacia Catalunya, ni Esquerra Republicana, pese a todas las humillaciones, está dispuesta a romper la interlocución con el PSOE, consciente de que tarde o temprano tendrá que entenderse con el PSC, al menos, para salvar algunos muebles.

La política catalana se encuentra en un impasse de tiempo indefinido, en espera de un Godot que nunca llega y no es previsible que pase nada políticamente trascendente en Catalunya antes de que vuelva el tripartito

El dato más claro de los sondeos del Centre d’Estudis d’Opinó y del recientemente publicado en este diario por la empresa Feedback es que prevén un aumento del apoyo al PSC, que no hay que olvidar que ya es la primera fuerza en el Parlament. Y el segundo dato es un probable bajón del voto independentista, hasta el punto que los partidos que se autodefinen partidarios de la independencia de Catalunya, es decir, Esquerra Republicana, Junts per Catalunya y la CUP, no llegarían a sumar los 68 diputados que requiere la mayoría absoluta.

No es seguro que, sumando mayoría, ERC, Junts y CUP vuelvan a propiciar un gobierno como el actual. Ni ERC ni la CUP demuestran muchas ganas de volver a hacerlo. Pero la aritmética parlamentaria es implacable y si no suman, ya está todo dicho. Y sólo quedarían dos opciones: mayoría españolista stricto sensu o tripartito presuntamente de izquierdas con PSC, ERC y comuns. En política siempre todo es posible, pero cuesta mucho imaginar una mayoría de gobierno a base de sumar a los diputados de PSC y comuns con los del Partido Popular y Vox. Así que la única posibilidad que le quedará al PSC, como candidatura más votada, es buscar el apoyo de ERC y los comuns, dejando a Junts per Catalunya en la oposición.

El reciente acuerdo por el catalán en la enseñanza marca este camino. El PSC necesita volver a homologarse como partido más o menos catalanista para ir abonando el terreno del acuerdo tripartito, porque obstáculos no le van a faltar. En Catalunya parece que no va a pasar nada, pero en España puede pasar de todo, incluso que el Gobierno más progresista de la historia sea sustituido por la gran coalición PP-PSOE o viceversa y eso sí complicaría las cosas al PSC, que sólo podrá apostar por el tripartito si con ello logra la presidencia de la Generalitat y sólo puede tenerla si gana las elecciones, aunque sea con un voto más que el segundo. Los socialistas jamás de la vida le darán la presidencia a un candidato independentista. Si quisieran hacerlo, ya podían haberlo hecho en esta legislatura y evitar la mayoría con Junts y la CUP. Bien contento que se habría puesto Oriol Junqueras, pero lo que no puede ser no puede ser y además es imposible. Recuerdo que en unas elecciones gallegas en las que el BNG podía hacer el sorpasso a los socialistas y sumar con ellos mayoría contra el PP, el PSOE dejaba claro off the record que antes votarían a Fraga de presidente. Afortunadamente para ellos y para Fraga, no fue necesario.

Otra cosa será que Esquerra Republicana asuma la condición de partido secundario y entregue sus votos a un presidente socialista tras el magro resultado de las negociaciones con el PSOE, indultos a parte. En este caso, seamos realistas, el clamor de todos los cargos republicanos grandes y pequeños que dependen laboralmente de la Generalitat determinará la respuesta. Por eso, con todo lo que les ocurre, teniendo más motivos que nadie, ERC no se apunta ni se apuntará al #aneualamerda. Sería tan digno como poco rentable desde el punto de vista material, que al final es lo único que importa.

Y en cuanto a Junts per Catalunya, es difícil hacer pronósticos de un partido en fase de construcción, una vez han deconstruido Convergència tan de mala manera, pero quizá liderando la oposición al nuevo tripartito encuentran su encaje para ir sobreviviendo hasta que vengan nuevos tiempos y distintas generaciones.

La primera prueba de que la política catalana va por este camino la tendremos en las elecciones municipales, sobre todo si el PSC supera a Ada Colau, algo que sólo ocurrirá si el candidato socialista es capaz de aglutinar el voto del barcelonés cabreado, que es muy mayoritario pero heterogéneo, dividido e incluso enfrentado, de derechas, de izquierdas, indepes y antiindepes, todo lo contrario del movimiento forjado por la alcaldesa a base de banderas, la bicicleta, el tranvía, el odio al coche, el feminismo, el rechazo al progreso económico y, sobre todo, a los visitantes sean turistas, trabajadores, repartidores con furgoneta o emprendedores.