Estados Unidos, la primera potencia mundial, lleva tres semanas sin presupuesto, con la administración cerrada y los funcionarios federales sin cobrar, porque el presidente, Donald Trump, quiere que el Congreso le apruebe su proyecto —que incluye dinero para el muro con México— y la oposición demócrata se niega en redondo. Trump no hace otra cosa que cumplir con el programa electoral que lo llevó a la Casa Blanca, pero con el paso de los días la opinión pública se decanta por culpar al presidente de la situación, porque al fin y al cabo él es el responsable de hacer que el país funcione.

Estados Unidos lleva tres semanas sin presupuesto y Reino Unido está a punto del Brexit duro, pero nadie rebaja posiciones

En Reino Unido, el debate sobre el Brexit está llegando al final con las posiciones tan enfrentadas como al principio y se habla del Brexit duro como si se tratara de una catástrofe a punto de provocar un cataclismo, pero nadie se asusta ni rebaja planteamientos. Theresa May se ha convertido en el chivo expiatorio, por la derecha y por la izquierda, por la sencilla razón de que es la primera ministra y a ella le corresponde mover las fichas necesarias para conseguir el acuerdo.

Todo el mundo defiende sus posiciones al límite, pero, paradójicamente, en el debate en España sobre los presupuestos generales del Estado, el juicio no se centra en la habilidad del presidente del Gobierno en mover fichas para conseguir apoyos suficientes, sino en la actitud de los grupos independentistas reacios a apoyar las cuentas de un Gobierno que ni siquiera les ha propuesto negociar una sola partida.

(Vaya por delante, como he expuesto en artículos anteriores, mi convicción de que en realidad Pedro Sánchez utiliza el proyecto teórico de presupuestos progresistas como un lanzamiento publicitario de su ideario supuestamente de izquierdas, pero que está bien determinado en mantenerse en el Gobierno prorrogando los presupuestos del gobierno Rajoy que le traerán menos problemas en Bruselas, pero también en Madrid, donde un acuerdo presupuestario con los independentistas se leería lógicamente como un pacto Sánchez-Puigdemont que provocaría reacciones explosivas).

Catalunya, que era un factor de estabilidad en España, se ha convertido en una minoría de bloqueo que impide que el Estado funcione

Resulta, sin embargo, que a algunos independentistas les tiemblan las piernas ante la presión política y mediática para que voten los presupuestos del Estado. ¿Le tiemblan las piernas al Partido Demócrata de Estados Unidos por defender sus posiciones? ¿Les tiemblan las piernas a los partidarios del Brexit duro? Pues hay diputados en el Congreso que, según dicen, quieren conseguir la independencia de Catalunya sin molestar a nadie y por lo tanto apoyando al Gobierno actual del Estado. Es una paradoja que hay que analizar.

Debemos partir de la base de que en Catalunya han sucedido cosas en los últimos años que han cambiado el paradigma político. Antes Catalunya era un factor de estabilidad política en España; por eso Jordi Pujol llegó a ser "Español del año" y el PSC colocaba a los mejores ministros en Madrid. Pero llegó un momento en que, por razones diversas, los catalanes, o una buena parte de ellos, consideraron que tanta estabilidad se había convertido en una tomadura de pelo, optaron por cambiar de estrategia y se desestabilizó la situación. Y, efectivamente, desde entonces, España no funciona, porque Catalunya se ha constituido en una minoría de bloqueo. Sin embargo, también desde entonces en el mundo soberanista conviven dos tendencias estratégicas contradictorias: unos, dispuestos a que reviente todo si es necesario, y otros, que no están dispuestos a que reviente nada.

En el soberanismo conviven los partidarios de ejercer la inestabilidad hasta forzar la negociación con el Estado con pactistas que confían en que el PSOE indulte a los presos

Los primeros han asumido el cambio de paradigma. Dadas las circunstancias de represión, consideran que Catalunya no tiene otra opción que ejercer constantemente como minoría de bloqueo y factor de inestabilidad en España hasta que el Estado se dé cuenta de que gobernando contra Catalunya el país no funciona y que no tiene más remedio que sentarse a negociar. Sostienen que mientras haya presos y exiliados hay que combatir la estabilidad, y que favorecerla equivale a claudicar. En su opinión, si hay estabilidad política, el Estado español no tendrá ningún incentivo para resolver la situación de los presos y de los exiliados y menos plantearse la autodeterminación de Catalunya.

Los segundos son los acostumbrados al pacto como modus operandi y aplican la máxima de lo perdido saca lo que puedas. Piensan que en las actuales circunstancias no hay más remedio que ayudar al PSOE para evitar que gobierne la derecha pura y dura y confiar en que un gobierno de Pedro Sánchez conceda el indulto a los presos, que no a los exiliados.

Hay otro argumento para votar los presupuestos: el que defienden el PSOE, el PSC y la prensa adicta como es esa enésima promesa de inversiones de no sé cuántos millones de acuerdo con el Estatut, y que pone de manifiesto la incapacidad de los socialistas para asumir el cambio de paradigma. "Tiiites, tiiites, tiiites...", gritó Jordi Pujol cuando Aznar le ofreció algo más: cuatro ministros en el Gobierno de España. Y el 126º president añadió: "Pero ¿qué se han creído que somos?".