Hoy por hoy, el independentismo da para 70 diputados en el Parlament, que son suficientes para gobernar siempre y cuando sean capaces de ponerse de acuerdo. En el Parlament de 1932, ERC obtuvo 67 escaños de 85; y en 1984, CiU sacó 72 de 135. Tradicionalmente, Catalunya ha sido dirigida por un partido o, si se prefiere, un movimiento interclasista, transversal, ni muy de derechas, ni muy de izquierdas, que ha marcado el rumbo. Esto es lo que pretenden ahora Carles Puigdemont y Jordi Sánchez con su Crida Nacional per la República que se presentó ayer y que choca con el comprensible instinto de supervivencia de las direcciones de ERC y del Partit Demòcrata de Catalunya que se hacen el sordo a pesar de la algarabía que hay en el país.

Todo el mundo tiene derecho a vivir, pero el proceso soberanista ha hecho saltar por los aires el sistema de partidos que nació con la Transición. Parece como si los partidos hayan pasado de moda. De hecho, las nuevas formaciones no suelen llevar la P de partido en el nombre porque suena fatal. Y obsérvese que en Catalunya entidades soberanistas no partidistas como Òmnium o la ANC son capaces de atraer y movilizar más gente que los partidos.

Lo que también ha cambiado en Catalunya es que los que antes se llamaban catalanistas o nacionalistas ahora son todos independentistas y republicanos, pero esta coincidencia, en vez de hacerlos converger ―dicho sea el verbo en el estricto sentido geométrico― se han distribuido entre Junts per Catalunya, ERC y un poco la CUP. A estas alturas no hay ninguna duda de que con más o menos ganas, de un modo o de otro, el PDeCAT se incorporará al movimiento de Puigdemont. Así que, dejando la CUP a parte, Junts per Catalunya y ERC están casi empatados, 34 a 32 diputados, son rivales que quieren disputarse muy encarnizadamente el liderazgo y no se dan cuenta de que el uno sin el otro no son nada.

La situación ha cambiado tanto que en Catalunya o gobiernan los soberanistas juntos o gobiernan los otros, que no tienen tantas manías para entenderse como se ha demostrado. Antes pasaba que CiU podía pactar con la UCD, el PSC o con el PP y que ERC podía hacer un tripartito con el PSC e ICV y apoyar a Zapatero cuando era necesario. Esto es lo que, para bien o para mal, se acabó. Y sobre todo por voluntad española.

Nadie piensa que Carles Puigdemont pueda llegar a acuerdos de gobierno en Catalunya con el PP o con el PSC como hacía Pujol, pero si alguien imagina que Esquerra sí puede llegar a acuerdos con el PSC como hacían Carod y Puigcercós, está absolutamente equivocado. La dirección del PSOE hizo un diagnóstico (erróneo) de sus desgracias y aún cree que el acuerdo del tripartito con ERC es lo que le llevó a la ruina. Pedro Sánchez aceptará siempre que lo necesite el apoyo gratuito de los diputados republicanos, pero nunca más el PSC pactará nada importante con ERC. Antes que eso, los barones del PSOE liquidarían a Miquel Iceta y probablemente las siglas del partido que fundó Joan Reventós (Ay, si levantara la cabeza). Así que en las próximas décadas, ERC sólo podrá gobernar con Junts per Catalunya y viceversa. Y eso siempre que sumen la mayoría suficiente, que dependerá de no decepcionar a sus propias bases electorales con actitudes gilipollas.

La prueba de fuego serán sin duda las candidaturas municipales y muy especialmente la candidatura a la alcaldía de Barcelona. Si los soberanistas van divididos, habrá un sector soberanista que se movilizará en apoyo de Ada Colau. Cargados de razón, Indepes per Colau intentarán impedir la ―otra― victoria de Ciudadanos.

Lo más interesante del manifiesto de la Crida Nacional per la República es el quinto punto, cuando el movimiento se compromete a disolverse "una vez alcanzado el objetivo de instauración de la República Catalana". Va para largo, pero con esto está diciendo que el movimiento es la respuesta a una situación excepcional y que ya tendrá tiempo el país, cuando sea república, de pelearse los derechas contra los de izquierdas y los católicos contra los ateos.

Hubo un momento en la historia de Catalunya que también se consideró que era excepcional, justamente por la represión española. En 1906, surgió el movimiento de la Solidaritat Catalana, con un conservador como Prat de la Riba al frente. En las elecciones del año siguiente, Solidaritat Catalana obtuvo 41 de 44 escaños en disputa. El movimiento duró lo que duró, apenas tres años, pero marcó una inflexión en las relaciones de Catalunya con España y las consecuencias aún perduran.