He tenido una pesadilla. Que las elecciones catalanas del 14 de febrero tenían un resultado que hacía imposible articular una mayoría de Gobierno, porque los independentistas no sumaban mayoría y los españolistas, tampoco. Que sólo los comunes podían decantar y cuando se decantaban por una parte o por otra el puzzle saltaba por los aires. Eso llevaba a unas nuevas elecciones y como el resultado seguía siendo el mismo íbamos a otras y a otras, todo eso con un gobierno en funciones, sin presidente, con un vicepresidente en funciones de presidente que no puede mandar a la mitad de los consellers, que seguían dándose la lata inmersos como estaban en una permanente campaña electoral. Me he despertado sobresaltado y encima en la emisora que me hace de despertador sonaba una canción del Elton John con una vuelta brutal...And I think it's gonna be a long, long time... Me levanto, me lavo los dientes, me tomo un café, empiezo a pensar si el sueño puede ser premonitorio, observo cómo va todo y todavía me angustio más.

Empezando por lo más irrelevante, es obvio que Laura Borràs tiene más gancho electoral y que Damià Calvet aporta mayor experiencia de Gobierno en un momento que se reclama gobernanza, pero la decisión de quién será el segundo candidato de Junts per Catalunya y aspirante a presidente de la Generalitat dependerá de que el 23% de exmilitantes del PDeCAT que se han pasado al partido de Puigdemont —la desbandada no ha sido tan desbandada— actúe en bloque de forma organizada. Al fin y al cabo tienen que votar a unas 5.000 personas y los postconvergentes son unas 2.500... pero eso no es lo más importante.

El CIS, el Centro de Investigaciones Sociológicas, que es un organismo del Estado, ha publicado un simulacro de encuesta para anunciar la muerte política irreversible de Carles Puigdemont. La misma semana, el diario español de referencia ha publicado su editorial más histérico abundante en la misma idea con un énfasis más propio del himno de infantería. Los rivales independentistas de Puigdemont y el aparato mediático patrocinado han contribuido como han podido a presentar como una "renuncia", es decir como un harakiri, la voluntad expresada por el presidente exiliado no de desaparecer sino al contrario, "liderar" la candidatura de Junts per Catalunya. Todo el mundo tiene claro, para bien o para mal, que la política catalana y española depende en buena parte de que Puigdemont continúe o deje de ser la principal referencia política legitimada por los votos de los catalanes y en este aspecto la consigna en Madrid y en buena parte también en Barcelona, en Tarragona y en Lleida es evitarlo como sea. En Girona cuesta más.

Todo el mundo tiene claro que, para bien o para mal, la política catalana y española depende en buena parte de que Puigdemont continúe o deje de ser la principal referencia política legitimada por los votos de los catalanes

El 130.º presidente de la Generalitat, teniendo que hacer frente a una persecución sistemática, ha demostrado una capacidad de supervivencia política que ha superado todas las expectativas, pero ahora tiene todos los frentes abiertos, con una convergencia de intereses comunes contra él, y lo que es peor, una pandemia que, como él mismo ha venido a reconocer tácitamente, hace imposible gobernar el país desde el exilio.

Hasta ahora el exilio era un plus, porque en la batalla contra la represión del Estado español, sólo Puigdemont se ha apuntado las victorias independentistas. Ha representado el símbolo de la dignidad y la resistencia ante la represión, pero ahora es obvio que la gente prioriza la resistencia a la Covid-19 y a sus consecuencias sociales, económicas e incluso psicológicas. El barómetro del CEO avisa de que la salud es lo que más importa a la mayoría de los catalanes, mientras que el conflicto entre Catalunya y España sólo preocupa al 10% de los catalanes y es un asunto secundario para los votantes de JxCat y terciario para los de ERC. Así que eso altera todo el panorama político.

Teniendo en cuenta que el país, angustiado como está, otorga al Gobierno independentista un suspenso por debajo de 4, los partidos que componen la coalición no tendrían nada que hacer en unas elecciones en cualquier país normal, pero aquí todo es diferente porque, según la opinión de los catalanes, si unos son malos, los otros son todavía peores, lo cual nos dibuja escenarios imposibles o ingobernables que se pueden alargar en el tiempo.

Los socialistas no podrán colocar a un independentista en la presidencia de la Generalitat, pero aspiran a que los independentistas les den apoyo a ellos, como cuando Maragall, Montilla o ahora Sánchez con ERC y Bildu

No hay ninguna encuesta que no prevea la irrupción de la extrema derecha de Vox en el Parlament de Catalunya, lo cual hace imposible la coalición del 155. La política hace extraños compañeros de cama, que decía Fraga Iribarne, pero todavía me queda algún gramo de ingenuidad para considerar inimaginable un pacto político del PSC con PP, Ciutadans y Vox, que seguramente todavía necesitarían a los Comunes. Tranquilos, que no sumarán.

En la otra lado la mayoría independentista posible vuelve a ser esta coalición de JxCat y ERC, es decir, gente mal avenida, que volvería a necesitar el apoyo —que no ha tenido esta legislatura— de la CUP, organización política hasta ahora especializada en la desestabilización de los gobiernos independentistas.

Ya hemos visto estos días que un gobierno sin presidente, con un vicepresidente en funciones de presidente que no puede mandar a la mitad de los consellers, es una fórmula que no funciona. Sin embargo tendríamos que empezar a temer que quizás eso va para largo y quizás se nos hace eterno, porque yendo todo bien no habrá nuevo gobierno hasta la primavera y si no va todo bien y los de la CUP juegan nuevamente a reventar como han hecho siempre, quizás se tienen que repetir las elecciones y Catalunya continúa sin gobierno y sin presidente hasta no se sabe cuándo.

Ciertamente hay un tercer escenario difícil pero que aritméticamente las encuestas no lo presentan como imposible, como es el tripartito de ERC con PSC y comunes. Cuesta de imaginar que el PSOE se pueda permitir que los socialistas catalanes coloquen a un independentista a la presidencia de la Generalitat. No hace falta decir cómo se pondrían Felipe González y sus palmeros, porque no habría suficiente con la abstención, el PSC tendría que votar afirmativamente la investidura de Pere Aragonès y eso sólo lo podría hacer a cambio de que el nuevo líder de ERC hiciera una declaración solemne de renunciar a la independencia y ERC garantizara apoyo incondicional a Pedro Sánchez.

Con todo, me asegura gente socialista de toda la vida que nunca el PSC hará presidente a un independentista, pero que tampoco los socialistas rechazarán que les den apoyo los independentistas a ellos, como hicieron cuando Maragall y cuando Montilla y como lo pone de manifiesto Pedro Sánchez con ERC y con Bildu. Y avisan de que en ningún sitio está escrito que el PSC no pueda volver a ser la lista más votada. De hecho, si lo fue Arrimadas ¿por qué no Iceta? Tal como va todo...