Con la persistente voluntad represora del Estado español es improbable que los dos millones largos de catalanes que quieren la independencia cambien de opinión. Más bien al contrario, la constatación cotidiana de que el Estado es una organización hostil a Catalunya seguramente favorecerá la expansión del sentimiento independentista... siempre y cuando los encargados de liderar políticamente el movimiento no abusen de la gente de buena fe que, dispuesta a llegar a Itaca, cree todo lo que le dicen. Parecerá un tópico pero ha llegado la hora de la verdad.

Toca felicitar al Molt Honorable Quim Torra i Pla por haber sido elegido president y por haber tenido el coraje de asumir la presidencia de la Generalitat en tiempos tan difíciles, pero lo primero que debemos pedirle es que nos diga siempre la verdad, que nos diga lo que hará y cómo lo hará y, sobre todo, que no nos diga que hará lo que no piensa hacer.

Hay que decir esto porque, si miramos atrás, el procés ha sido una movilización cívica y democrática ejemplar reconocida en todo el mundo, pero también es cierto que los días que debían ser los más felices resultaron los más tristes, porque, como después se ha visto, nada estaba preparado para hacer efectiva la independencia y, como después se ha reconocido, el objetivo no era la independencia sino forzar al Estado a negociar no se sabe muy bien qué.

Evidentemente, para forzar la negociación era necesario que el Estado creyera que el desafío era real y por eso se inventaron estructuras de estado, hojas de ruta y plazos de 18 meses que sólo sirvieron para que el Estado preparara la contrarrevolución y porque millones de catalanes se hicieran primero la ilusión y luego sufrieran una enorme decepción.

Ha llegado la hora de sincerarse. Que todo el mundo diga lo que piensa de verdad, lo que hará y hasta dónde está dispuesto a llegar

Difícilmente el soberanismo catalán triunfará si volvemos a la ducha escocesa, ahora una de cal y ahora otra de arena, para terminar en un coitus interruptus, que, como todo el mundo sabe, provoca inflamación, dolor y mucha mala leche. Del debate de investidura queda claro que la prioridad del nuevo Govern es la libertad de los presos y el retorno de los exiliados, y su razón de ser es "rechazar el autonomismo y construir la República". Algunos analistas han relacionado esta apuesta tan contundente como un gesto para asegurar la abstención de la CUP y aquí está la gran paradoja del procés. Antes Junts pel Sí y ahora Junts per Catalunya y ERC han radicalizado su discurso más allá de lo que probablemente querían para asegurar el apoyo de la CUP y han sido los diputados de la CUP los primeros en maltratarlos como un grupo de cobardes y mentirosos que no piensan hacer lo que dicen que harán. De hecho, de eso viven los cupaires y no les ha ido nada mal. Muchos los ven como los más auténticos aunque han calculado los riesgos mejor que nadie. Y con pocos o menos diputados, ha sido la CUP quien ha marcado la dinámica del procés.

En todo caso, ni la CUP ni nadie ha aclarado en qué consiste "implementar la República". Sólo sabemos que nadie se plantea provocar un enfrentamiento armado, probablemente porque no disponen de cañones suficientes ni sabrían cómo utilizarlos, lo que, dicho sea de paso, alivia la inquietud. También es cierto que nadie está dispuesto a morir ni cargar ningún muerto sobre su conciencia, y esto también es un dato significativo dado que en los conflictos de este tipo siempre hay quien deja la piel —62 muertos en diez días en Eslovenia— y la ministra española de Defensa, María Dolores de Cospedal, ya advirtió que tenía el Ejército preparado por si acaso.

Así que si nadie del bloque soberanista está dispuesto a morir ni a matar y de lo que se trata es de sacar gente de la cárcel y no que entren más, le corresponde al nuevo Govern elaborar la estrategia política que corresponde a la nueva situación. Ha llegado la hora de sincerarse. Que todo el mundo diga lo que piensa de verdad, lo que hará y hasta dónde está dispuesto a llegar. Por supuesto, a riesgo de que no guste. Es una cuestión de honestidad, de responsabilidad, pero también de eficiencia. El camino de la soberanía es largo y tempestuoso y los soberanistas sólo conseguirán sus objetivos si mantienen la confianza en sí mismos. En momentos como el que atraviesa ahora Catalunya, la verdad es imprescindible para avanzar al paso de la mayoría. Efectivamente, requiere coraje, pero ya dijo alguien hace mucho tiempo que sólo la verdad nos hará libres.