El Diccionari del Institut d'Estudis Catalans se limita a definir el cinismo como la "doctrina de la escuela filosófica de los cínicos, fundada por Antístenes, discípulo de Sócrates". Por alguna razón, tal vez sociológica, el Diccionario de la Real Academia Española define el cinismo como "desvergüenza en el mentir o en la defensa y práctica de acciones o doctrinas vituperables". Este martes se ha publicado el libro de memorias de Mariano Rajoy, que lleva por título Una España mejor, y que encaja mucho mejor con la definición del DRAE porque constituye un auténtico monumento al cinismo político. No hay más desvergüenza y mentira que sostuvo que España, tras el mandato de Rajoy, estaba mejor, cuando la realidad era y es que, bajo la presidencia de Mariano Rajoy Brey, España involucionó en todos los ámbitos. Bajo su presidencia España se convirtió en un país más pobre, con más desigualdades, menos democrático, más corrupto, más insignificante en el ámbito internacional y más dividido que nunca.

Convendría dejar por escrito algunas réplicas a tan poca vergüenza aunque sólo sea para que el día de mañana los historiadores encuentren suficiente material para llegar a la verdad.

En cuanto al conflicto catalán, Mariano Rajoy hace una revelación que confirma la tesis que la represión y la judicialización del conflicto respondía a un plan predeterminado con mucha anterioridad para, por un lado, distraer la atención de las propias miserias y, por otro, para neutralizar los líderes independentistas y expulsar de las instituciones autonómicas los partidos de obediencia catalana. Escribe Rajoy que a pesar de todas las peticiones de diálogo que le plantearon varios intermediarios "no veía ninguna razón para dejar en suspenso una decisión que no era fruto de ningún arrebato, sino consecuencia de semanas de estudio y de muy sólidos argumentos jurídicos y políticos. Antes de llegar a aplicar este precepto constitucional nos habíamos cargado de razones y estas no desaparecían por el hecho de que Puigdemont convocara elecciones".

Efectivamente, la estrategia del Gobierno Rajoy era cargarse de razones y por eso cuando se hizo pública la primera intención del president Puigdemont de convocar elecciones, Rajoy ordenó a tres líderes de su partido, Pío García Escudero, Javier Arenas y Xavier García Albiol, que proclamaran a los cuatro vientos que con o sin elecciones, habría 155.

El guión de la judicialización ya había comenzado a aplicarse con el encarcelamiento de los presidentes de Òmnium y de la ANC, Jordi Cuixart y Jordi Sànchez, bajo la acusación de sedición, pero la necesidad de juzgarlos a ellos y los miembros del Govern catalán en Madrid ante el Tribunal Supremo, obligó a la fiscalía a elevar la acusación al delito de rebelión, de manera tan arbitraria como puso de manifiesto el Tribunal de Schleswig-Holstein.

El cinismo de Rajoy llega hasta parodiarse a sí mismo cuando después de todo lo que se ha vivido es capaz de escribir esto: "El diálogo es una pieza indispensable de la política; diría más: es un gesto de civilización. (...) Tal vez por eso se ejercita tan poco en estos tiempos de fragmentación cuando, en teoría, debería ser más necesario que nunca... Me refiero, por ejemplo, al cesarismo, esa forma de dirigir los partidos como si fueran sectas con absoluto desprecio al diálogo y en el que a los discrepantes solo se les deja el camino del exilio o el menosprecio".

Dice Rajoy que dejó una "España mejor" cuando la realidad degeneró en todos los ámbitos. Lo convirtió en un país más pobre, con más desigualdad, menos democrático, más corrupto, más insignificante en el ámbito internacional y más dividido que nunca

Rajoy se quiere atribuir el mérito de la unidad de España cuando ningún antecesor suyo contribuyó tanto a la división. Fueron sus políticas las que provocaron un ascenso del independentismo en Catalunya. Cuando él llegó la Moncloa, el Parlament de Catalunya registraba 14 diputados declaradamente independentistas de un total de 135. En el momento que fue forzado a abandonar el poder, los independentistas tenían mayoría absoluta de 70 diputados, a pesar de haber impuesto el propio Rajoy unas elecciones organizadas por el Gobierno central con los líderes independentistas en prisión o en el exilio.

Más allá de la cuestión catalana, el presidente que tuvo que abandonar el poder ahogado por la corrupción de su partido allí donde ha gobernado, reincide con su cinismo haciéndose la víctima debido a que "todas las formaciones que han gobernado tienen casos de corrupción..., pero el Partido Popular ha sido castigado con mucha más dureza que el resto de los partidos". Sólo le falta decir qué injusticia.

Generalmente los partidos de la derecha se llenan la boca de ser mejores gestores de la economía y más capaces de crear riqueza. No con la derecha española cuando la lideró Mariano Rajoy. Así se atreve a erigirse el expresidente del Gobierno en artífice de la recuperación económica de España. “Con la modestia debida ―dice (pg. 124)― no he dejado de sentir una íntima satisfacción por la contribución ―grande o pequeña, cada cual tendrá su opinión― que la acción de mi Gobierno ha supuesto en ese cambio”. ¡Dios mío! La deuda española subió bajo la presidencia de Rajoy más que cuando la crisis hizo caer a Zapatero. El aumento de 418.622 millones de euros la situó en el 98% del PIB; la hucha de las pensiones prácticamente se vació entonces. Rajoy la encontró con cerca de 67.000 millones y la dejó con apenas 5.000. Con todo, lo peor de la herencia económica del mandato de Rajoy fue el aumento de las desigualdades hasta el punto de que la Comisión Europea y la OCDE tuvieron que reprender al Gobierno español por la elevada proporción de ciudadanos (28%) "en riesgo de pobreza o exclusión social".

En cuanto a las libertades, la herencia de Rajoy será recordada por una defensa cerrada de la Constitución, no como garantía de derechos sino todo lo contrario: "ley mordaza", restricciones de derechos y libertades, la persecución de disidentes, los ataques a la libertad de expresión, represión y censura de artistas... Estos precedentes han sido la contribución de Mariano Rajoy a crear el clima propicio al aumento espectacular de la extrema derecha y a que The Economist registrara España como “democracia defectuosa".

Con este expediente, la irrelevancia del Gobierno presidido por Rajoy en el ámbito internacional era el menor de sus desastres. Ni siquiera consiguió que Donald Trump condenara el referéndum catalán del 1 de octubre. Por el contrario, el presidente de Estados Unidos parecía mejor informado cuando le dijo que "usted dice que no se votará pero no nunca se sabe... si la gente no puede votar, habrá protestas", una versión que la Moncloa se esforzó en hacer desaparecer de los titulares de la prensa española. Ya lo decía Milan Kundera que "en los tiempos que corren sólo puede ser optimista un gran cínico".