Vaya por delante que, personalmente, me gustaría que Miquel Iceta fuera presidente del Senado. Francamente, dudo que el PSOE tenga candidatos mejores. Por sus méritos como político del Partido Socialista y por su indiscutible inteligencia, se merece el cargo. Desgraciadamente, todo eso no parece, sin embargo, suficiente.

Con Iceta he tenido siempre una relación cordial. Creo que, a pesar de haber militado yo en el socialismo catalán antes que él ―cosas de la adolescencia: socialismo, autogestión, autodeterminación―, Iceta siempre me ha hablado con respeto, pero como si fuera un adversario. Sin embargo, las conversaciones con el actual líder del PSC siempre me han resultado enriquecedoras, sobre todo por su profundidad, su franqueza y su punto de escepticismo. No es un fanático, es un pragmático más partidario de adaptarse a cualquier situación que a cambiarla. Con Rubalcaba siempre se entendió muy bien. Por supuesto, Iceta no es independentista, pero no lo es porque no le conviene al PSOE, no porque tenga el "ardor guerrero" propio de los más españolistas. A Iceta, como nos pasa a muchos, le gustaría vivir en un país normal donde no se discuta constantemente la bandera o el himno y la política se centre en la gobernanza. Recuerdo cuando me explicaba la diferencia entre dos tipos de políticos: los que quieren gobernar y los que quieren estar en el gobierno para estar, pero que lo de gobernar, gestionar y programar el futuro del país les aburre soberanamente.

El conflicto entre España y Catalunya se prolongará hasta que vuelva la cortesía, pero es el Estado quien dispone del único interruptor para encender la luz

No sé qué pasará finalmente, pero si el Parlament no le elige para representarlo en el Senado, será por varias razones y algunas bastante estúpidas. Aunque también otras muy profundas. La primera razón es el error de Pedro Sánchez de anunciar que quería a Iceta de presidente del Senado sin tener en cuenta el procedimiento. Seguro que si no hubiera dicho nada, Iceta habría relevado al president Montilla en la cámara alta con absoluta normalidad. Al hacerse públicas las intenciones del presidente del Gobierno, la cuestión digamos que se ha politizado e incluso se ha partidizado. Hace falta una mayoría de independentistas y no independentistas difícil de conjugar. Será difícil de entender que PP y Ciudadanos le cierren el paso a un compañero de viaje en su cruzada antisoberanista. Desde el punto de vista españolista, deberían valorar el esfuerzo de reconversión de Iceta y el PSC, dado que su trascendencia ha sido enorme. Por estas mismas razones, sería difícil de entender que le apoyaran los independentistas, pero no nos engañemos, aquí también ha jugado la lógica partidista. ERC no se podía permitir en plena campaña electoral votar a favor de un socialista y dejar que los de Puigdemont volvieran a quedar como los independentistas auténticos. Los catalanes tenemos un problema importante con esta rivalidad paralizadora de la iniciativa política que afecta también a la acción del Govern de la Generalitat. Dedican tantos esfuerzos a vigilarse de reojo que no hacen el trabajo, cuando la realidad es que unos sin los otros no son nada. Estas son las razones estúpidas por las que peligra la candidatura de Iceta.

La razón profunda es la pérdida de la llamada "cortesía parlamentaria". Se ha hecho burla de ello cuando se trata de lo más grave. Ha habido un quebranto político en Catalunya y en España y no se ve reparación posible. Se exige cortesía a partidos que tienen sus líderes en prisión o en el exilio y que han sido objeto de una beligerancia inaudita. ERC lo tenía bien para facilitar el acceso de Iceta al Senado, pero la noche anterior la administración socialista impidió que Oriol Junqueras pudiera participar en un debate electoral y lo decidieron cuando se dieron cuenta de que si iba Junqueras, iba también Puigdemont. Hay prioridades de Estado que también pasan por encima de la presidencia del Senado. Pero esto no ha acabado. El martes asistiremos a un esperpento con diputados y un senador que tomarán posesión yendo y viniendo de la prisión, con contradicciones continuas de la jurisprudencia, con un juicio que se ha convertido en el espectáculo de la arbitrariedad. Habrá recursos y más recursos e impugnaciones en los tribunales españoles y los tribunales europeos. Por lo visto, la batalla va para largo. El rey Felipe VI irá por el mundo jurando y perjurando que España es una democracia, un estado de derecho, sólo que con diputados y senadores presos o exiliados. El conflicto entre España y Catalunya es un conflicto desigual. España tiene todo el poder, pero caminar con una piedra en el zapato a menudo impide avanzar. Alguien debería explicar a los prohombres del deep state español que el conflicto no se acabará neutralizando a los líderes del movimiento mayoritario en Catalunya, porque después de unos vendrán otros. Nadie se cansará hasta que vuelva la cortesía y el Estado tiene el único interruptor para encender la luz.