Comienza la campaña para las elecciones españolas y uno de los debates surgidos es qué van a hacer los grupos independentistas catalanes en las instituciones españolas. Si hay algo evidente, es que no se puede pretender hacer política en España enarbolando la bandera de la independencia de Catalunya. Algunos nostálgicos añoran ―y tienen sus razones― los tiempos pasados, cuando los votos catalanes determinaban mayorías, pero los tiempos han cambiado y, para bien o para mal, el sentido del voto de los catalanes, también.

Hacer política significa participar e implicarse en la formación de la voluntad general del país, del país España, claro. Dicho de otro modo, quienes desde Catalunya quieran hacer política en España deben dejar claro que no son independentistas, que quieren que Catalunya siga formando parte de España y que están dispuestos a contribuir con toda la lealtad al progreso general. No hay que hacerlo como Ciudadanos o el PP. Pueden hacerlo a la inversa, de buen rollo, es decir, defendiendo que resolver la tragedia de cercanías o acelerando el corredor mediterráneo o celebrando unos Juegos Olímpicos toda España saldrá beneficiada. Pero nada de independencia.

No puede haber complicidad política de ningún tipo entre un partido español y un partido que quiere romper España y mucho menos un acuerdo de estabilidad política. Ningún gobierno de ningún país será estable si tiene que depender de los votos de los que quieren independizarse. Para poner el ejemplo más extremo, seguramente los republicanos españoles encontrarían más apoyos en Catalunya que en ningún otro lugar, pero obviamente para hacer la República española, porque no serán tan estúpidos de contribuir a una república catalana para que los catalanes se marchen y los dejen tirados con su reyezuelo.

Así pues, si la opción es mantener la lucha por la independencia, la presencia de los independentistas en las instituciones españolas sólo tendrá un carácter instrumental, para demostrar su fuerza democrática, para hacerse oír y para favorecer sus estrategias, pero en ningún caso para garantizar la gobernabilidad, como se ha demostrado en los últimos meses. Ni los independentistas podían aprobar los presupuestos del Estado ni Pedro Sánchez se podía permitir que Puigdemont y Junqueras le perdonaran la vida.

Ahora nos encontramos con la paradoja de que los políticos catalanes que más ganas tienen de hacer política en España parece que tengan la necesidad de proclamar más alto y más claro su independentismo por miedo a que los acusen de botiflers. Hasta cierto punto es comprensible que Oriol Junqueras prefiera que gobierne el PSOE, pero al proclamar públicamente y al mismo tiempo que quiere a Sánchez en la Moncloa y la independencia, los socialistas habrán pensado para sus adentros maldita sea su estampa y los periódicos de la Caverna tendrán el titular resuelto.

Más sorprendente es que Marta Pascal reivindique al mismo tiempo su independentismo y la necesidad de hacer política en España. Si, como ha dicho, lo que quiere es aprovechar el autogobierno, no tendrá más remedio que renunciar a la independencia. Si Pujol, que llegó a Español del Año generaba tanta desconfianza, cómo van a ceder más poder de autogobierno a una independentista? Desgraciadamente y conste que por determinación española, ahora desde Catalunya o se juega a favor de España o en contra.

Y luego está el eje derecha / izquierda. Huelga decir que cuando Pascal, Campuzano y tantos otros afirman que hay una parte significativa de exvotantes de Convergència que se sienten huérfanos, sólo puede ser por dos razones: porque son de derechas y porque no son independentistas. Todo el resto del espacio digamos catalanista está ocupado.

Marta Pascal dijo que podría fundar un nuevo partido, pero tanto si lo hace independentista o no, se encontrará con mucha competencia, porque el minifundismo político de Catalunya no tiene remedio. De CiU aparte del PDeCAT y Junts per Catalunya y la Crida por la República también han surgido Lliures, el grupo de Fernández Teixidó alérgico a la independencia; Units per Avançar, que son los de Unió Democrática abrazados ahora los socialistas tras renunciar a la autodeterminación, y Convergents, el partido de Germà Gordó, que presenta candidaturas al Congreso y al Senado con el objetivo de llegar a ser "el PNV de Catalunya". Ahora bien, parece que la inmensa mayoría de alcaldes de CiU que se presentan a la reelección, serán independentistas o no, pero todos quieren hacer campaña municipal retratados junto a Puigdemont. Le consideran la carta ganadora y lo pone de manifiesto el editorial de El País.