Los sondeos electorales, al menos los que se publican, nunca son neutrales. Se presentan como bolas de cristal que pronostican el futuro, pero, en este caso, la posición del observador todavía es más determinante que en la teoría de Einstein. Quien pregunta ya responde, cantaba Raimon. Seguramente, hay preguntadores que se esfuerzan en saber la verdad, pero no cabe duda de que algunos lo que buscan es material de engaño. Cuando el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), que es un organismo público que pagamos entre todos, decide romper precedentes y publicar por sorpresa una encuesta flash una semana antes de las elecciones, sólo puede responder al interés político de incidir en un estado de opinión que considera mejorable para los intereses del partido que gobierna el Estado. Así que no deben ser muy optimistas los estrategas socialistas cuando han tenido que forzar el CIS a intervenir de manera tan sospechosa.

La iniciativa no pretende otra cosa que fijar la opción socialista como el voto útil españolista que en 2017 aglutinó Inés Arrimadas para Ciudadanos. Sin embargo, el momentum que tuvo Ciudadanos en 2017 no es el mismo que tiene el PSC ahora mismo. Hace cuatro años, con el procés soberanista en plena efervescencia, Arrimadas consiguió votos de todo el espectro político antisoberanista, desde la extrema izquierda hasta la extrema derecha. No parece que el PSC esté en condiciones de reunir tantas voluntades. El PSC está haciendo la campaña más españolista de su historia para rescatar el voto prestado a Ciudadanos, pero quien ha tomado el relevo de Ciudadanos en la política española ha sido Vox. La irrupción en el Parlament de los fascistas que no tienen vergüenza de serlo frena las expectativas socialistas. Si a ello le añadimos que la alternativa más plausible a un gobierno independentista es el tripartito con ERC y los comunes, difícilmente el unionismo más arrebatado considerará útil el voto socialista. Otra cosa sería que el independentismo no repitiera mayoría, porque entonces no hay duda de que Salvador Illa sería investido president con el apoyo del resto de partidos unionistas, desde Vox hasta los comunes, como ya pasó en el Ayuntamiento de Barcelona.

Más que la independencia, que va para largo, lo que está en juego en estas elecciones es si Catalunya tiene que tener un Govern capaz de ejercer de dique de contención y contrarrestar la ofensiva españolizadora del Estado

Mientras tanto, los partidos independentistas siguen disputándose el propio electorado, incluso con guerra sucia, y llenándose la boca con la palabra independencia cuando lo que se juega en estas elecciones no es exactamente la independencia, que va para largo, sino si Catalunya tiene que tener un gobierno capaz de ejercer como dique de contención para contrarrestar la ofensiva españolizadora del Estado. Desde el punto de vista catalán, hacer país ahora es más urgente y más difícil que cuando se lo trabajaban casi clandestinamente Òmnium Cultural y la Assemblea de Catalunya en pleno franquismo, porque los desafíos provienen de poderes políticos, económicos y culturales mucho más poderosos y no sólo españoles. En cambio, para "deshacer país" sólo hay que acelerar la inercia dominante y vectores no faltan. El establishment español está firmemente dispuesto a aprovechar el viento favorable para neutralizar todo lo que suponga fomentar la lengua y los rasgos identitarios, la escuela, los medios públicos de comunicación, pero también —y no menos importante— las finanzas y la gestión de las infraestructuras, un asunto primordial para vertebrar el país y proyectar Catalunya al mundo. El Estado, antes con el PP y ahora con el PSOE, apoya València como motor sustitutorio del progreso económico español. Lo hace con las instituciones financieras desplazadas —La Caixa, Sabadell—, con el puerto que hace competencia desleal a Tarragona y Barcelona y con el corredor mediterráneo que tiene que pasar necesariamente por Madrid. Sin un Govern que contrarreste, la ofensiva no tendrá freno. Y la correlación de fuerzas es la que es. Quedan lejos aquel PSC y aquel PSUC que desde la oposición al pujolismo también consideraban Catalunya, su identidad y su autogobierno como referencia propia. Reducir la catalanidad a un residuo folclórico inofensivo se ha convertido en la auténtica cuestión de Estado. Que Catalunya deje de ser lo que todavía es puede resultar un drama para algunos o un alivio, para otros. Ciertamente, muchas naciones han desaparecido del mapa y el planeta ha seguido girando. Todo son opciones. Para poner un ejemplo cercano, en su día los portugueses lo tuvieron claro