Probablemente, la falta de práctica electoral es lo que llevó la noche del domingo a Manuela Carmena y a Ada Colau a tirar la toalla y asumir que no continuarían como alcaldesas en Madrid y en Barcelona, respectivamente. Han tenido que ser los socialistas, que son gatos viejos, los que las han convencido de que todo está por hacer y todo es posible. De pactos municipales se han hecho de todos los colores y los socialistas tienen más experiencia que nadie en el arte de pactar con el diablo siempre que sea necesario, se encarne el diablo en Jesús Gil en Marbella o en Xabier García Albiol en Badalona.

La noche del domingo, Carmena dio por hecho que la mayoría que suma el tripartito de las derechas en Madrid la apartaría de la alcaldía a pesar de haber sido la cabeza de lista más votada. No sabía que Pedro Sánchez viajaría a París al día siguiente a tratar de arreglarlo con Emmanuel Macron. Los pactos con Vox en Madrid le pueden salir muy caros a Albert Rivera porque, aunque se muera de ganas de hacer lo mismo que en Andalucía, su partido podría quedarse aislado en Europa como amigo de la extrema derecha y eso le podría costar a la larga o a la corta incluso el liderazgo de su partido.

El caso de Carmena es muy diferente del de Colau, porque Carmena ha ganado las elecciones y por lo tanto no necesita que Ciudadanos la vote a ella. Basta con que Ciudadanos haga algo tan simple como no pactar con Vox. Si los concejales de Ciudadanos en vez de votar al candidato del PP, votan a su candidata, Begoña Villacís, automáticamente Manuela Carmena resultará reelegida alcaldesa. Seguro que en el seno del partido de Rivera el debate será apasionado.

El domingo, Ada Colau dio por perdida la batalla porque ya tenía hablado con Maragall que el que perdiera ayudaría al que ganara. Republicanos y comunes llegaron a este acuerdo en un restaurante de la calle Calàbria un día de huelga general bajo los auspicios de la Intersindical, pero de ello hace mucho tiempo y quien no quiere no se acuerda. Para hacerlo olvidar, rápidamente, Miquel Iceta, hombre experimentado, se puso en movimiento y a Joan Subirats, número dos de Colau, el teléfono se le puso a vibrar sin parar. No seáis gilipollas, que esto lo tenemos ganado, sería aproximadamente el mensaje. Subirats fue militante de Bandera Roja junto con otros antifranquistas que terminaron en el PSC y hablan el mismo lenguaje.

El pacto del PSC con los comunes con el apoyo de Ciudadanos para evitar alcaldías independentistas, obedece, como ya se ha escrito, a una razón, a una orden, podríamos decir, del Estado. Lo quiere el Rey, el presidente del Gobierno, Pablo Iglesias y seguramente Albert Rivera para quedar bien con los que le mandan, pero también es una cuestión de supervivencia política de los socialistas catalanes, que no se pueden permitir quedar fuera de los ayuntamientos de las cuatro capitales catalanas y de las cuatro diputaciones. Quedarían prácticamente sin visibilidad política en el territorio, sólo identificados en el Parlament con la cruzada antiindependentista y, lo que es peor, con mucha gente sin empleo. Y en cuanto al concurso de Ciudadanos, el PSC y Manuel Valls también contaban de antemano con ayudarse mutuamente si los resultados electorales los acompañaban. El ex primer ministro francés ya ha dejado claro que apoyará a Colau sin condiciones. Por mucho que se haga rogar Ciudadanos, los tres miembros que ha colocado Valls en su lista votarán a Colau. No pueden hacer otra cosa. No pueden abstenerse ni votarse a sí mismos. Deben votar a favor de Colau porque la líder de Barcelona en Comú necesita 21 votos para desbancar a Maragall y con el PSC sólo suma 18. Colau y Valls se pondrán de acuerdo en proclamar a la vez y a los cuatro vientos que ellos no han pactado nada de nada. La operación recibirá críticas, pero Colau tampoco tiene elección. ¿O es alcaldesa o qué? Y para disimular todo ello, la conjura de Barcelona se presentará como parte integrante del gran pacto de izquierdas que establecerán PSOE y Podemos en el conjunto del Estado para abrir una nueva etapa política en España. Y aquí paz y después gloria. Es un decir.