Felipe VI ha pedido "responsabilidad y sentido del deber" ante la crisis del coronavirus para concluir que "España no se rinde", que es una frase copiada del general Moscardó cuando, asediado en Toledo por las tropas del legítimo gobierno republicano, proclamó: "El Alcázar no se rinde". Da la impresión de que él también se siente amenazado y no sólo por el coronavirus. Con razón.

Lo más importante de un jefe de Estado y sobre todo de un rey, que no depende del voto popular, es su autoridad moral. Es lo que se entiende por auctoritas, que sólo tienen aquellas personas que por su trayectoria ejemplar son reconocidas y por el mismo motivo sus opiniones legitimadas. ¿Qué autoridad moral tiene Felipe VI para pedir "responsabilidad y sentido del deber", después de todo lo que ha trascendido esta semana? ¿Qué autoridad moral puede tener alguien cuando no hay manera de aclarar si, como acusa Corinna Larsen, para salvar el puesto de trabajo del monarca y la posición de su familia, funcionarios del Estado han invertido dinero público y utilizado métodos mafiosos para interceptar información que compromete a la Corona?

No sabemos el grado de estimación popular que tiene ahora Felipe VI, pero la cacerolada de anoche supone todo un desafío a que se atreva a comprobarlo... como hizo su bisabuelo, Alfonso XIII

Felipe VI comenzó su reinado como un intento desesperado de salvar la monarquía a cualquier precio y, pese a disponer de una corte política, financiera y mediática que le da apoyo incondicional, su trayectoria ha ido de mal en peor. Ya tuvo que ser coronado prácticamente de forma clandestina, sin invitados internacionales mediante un procedimiento repleto de irregularidades. Utilizó el proceso soberanista y lideró el "a por ellos" institucional para redimir los escándalos de corrupción de su familia. La tesis era y es que la monarquía, aunque sea corrupta, encarna el bien superior que no es la honestidad, ni siquiera el estado de derecho, sino la unidad de España. Es un argumento históricamente falso, dado que han sido los monárquicos y los militares los que sistemáticamente han impedido por la fuerza de las armas la estabilidad de las repúblicas españolas, que siempre fueron intentos de construir un espacio de libertad y fraternidad de ciudadanos y pueblos.

Hace un año que Felipe VI recibió una carta de los abogados de Corinna Larsen donde se le informaba que figuraba como beneficiario de los negocios opacos y fiscalmente fraudulentos de su padre. La reacción del monarca fue, según ha comunicado con un año de retraso la propia Casa Real, renunciar a una herencia que no existe y retirarle la asignación al rey emérito, que mientras no se diga lo contrario continuará teniendo residencia en la Zarzuela y despacho también en el Palacio Real.

Por otra parte, se ha confirmado que el monarca informó de la situación al Gobierno de Pedro Sánchez. El presidente dijo esta semana que todo le pareció muy bien y muy correcto, pero si ahora la fiscalía ve motivos de intervenir, significa que tanto Felipe VI como las autoridades a las que se dirigió cuando recibió la carta de los abogados de Larsen encubrieron los presuntos delitos del rey emérito que ahora dicen que se investigarán en España, después de trascender que también serán investigados en Suiza y el Reino Unido.

Ahora, Felipe VI ha aprovechado la mayor tragedia que vive el país para distraer a la ciudadanía del escándalo más grave que puede afectar a un jefe de Estado, lo que da la medida del grado de decadencia al que ha llegado la monarquía española.

La crisis del coronavirus no tiene precedentes y nada volverá a ser igual. El cataclismo económico que nos viene encima comportará convulsiones sociales especialmente en España cuando cierren empresas en cadena y la tasa de desempleo vuelva a desbocarse. Da la impresión que Felipe VI se da cuenta y por eso en su discurso ha dejado caer que "volveremos a la normalidad. Sin duda. Y lo haremos más temprano que tarde: si no bajamos la guardia, si todos unimos nuestras fuerzas y colaboramos desde nuestras respectivas responsabilidades".

Su bisabuelo, Alfonso XIII, abdicó porque, como escribió antes de partir de Cartagena: "No tengo el amor de mi pueblo". Sin embargo, tuvo el coraje de admitir la superioridad de la voluntad democráticamente expresada por los ciudadanos: "Espero conocer la auténtica expresión de la conciencia colectiva. Mientras habla la nación suspendo deliberadamente el ejercicio del Poder Real reconociéndola como única señora de sus destinos". No sabemos el grado de estimación que tiene ahora Felipe VI, pero la cacerolada de anoche supone todo un desafío a que se atreva a comprobarlo.