La idea que genera más consenso en la sociedad catalana es, sin duda, que el encarcelamiento de los líderes independentistas ha sido una injusticia. Si el Tribunal Supremo condena a los encausados, también el sentimiento mayoritario de la sociedad catalana será que el Estado ha abusado de su poder para reprimir y atemorizar adversarios políticos e ideológicos. Estas ideas las comparten independentistas, soberanistas e incluso unionistas demócratas que, aún estando en desacuerdo y profundamente enojados por los hechos de octubre de 2017, consideran que la represión ha sido absolutamente desproporcionada y que los encarcelamientos no hacen otra cosa que agravar la situación, envenenar y eternizar el conflicto. Ahora que empiezan a surgir propuestas para responder a la sentencia del Supremo, hay que tener en cuenta esta transversalidad y su trascendencia para no malversarla con planteamientos que la reduzcan y la desactiven.

Desde el punto de vista de la dignidad democrática, una sentencia condenatoria no puede quedar sin respuesta. Pero la respuesta ha de centrarse en los hechos. Es decir, en la denuncia de la vulneración de derechos fundamentales practicada por el Estado, que es un problema que afecta a todos, no sólo a los independentistas. La denuncia del Estado autoritario, de la justicia de parte, del abuso y el ensañamiento y persecución de personas que no han cometido ningún acto violento es susceptible de recibir apoyos de todas partes, de personas e instituciones comprometidas con los valores democráticos.

Con la sentencia del Supremo, la causa democrática catalana volverá a tener un gran momentum de protagonismo internacional en la medida en que los catalanes sepan centrarse en la denuncia de la vulneración de derechos fundamentales

Sectores de la sociedad española, quizá no mayoritarios pero tampoco insignificantes, sufren la involución del régimen y comparten la necesidad de una respuesta al autoritarismo. En el ámbito internacional ya se han manifestado tribunales, instituciones, organizaciones no gubernamentales, activistas por los derechos humanos y varios representantes políticos en favor de la libertad de los presos. Convendría, por tanto, aprovechar todas estas alianzas en el combate por la libertad.

El 1 de octubre fue un éxito porque la iniciativa del referéndum era una reivindicación estrictamente democrática, no era excluyente y la respuesta del Estado fue violenta y estúpida. Aquel fue el momento en que las reivindicaciones catalanas recabaron más simpatías en el ámbito internacional y el Estado español fijó la imagen de su autoritarismo. Después, el prestigio de la causa catalana mermó a medida que se confundió una reivindicación democrática como es el derecho a decidir con una opción política determinada como es la independencia, que es legítima, pero con la que no necesariamente ha de comulgar todo el mundo. El unionismo, practicado democráticamente, también es legítimo. Así que se trata de apelar a la solidaridad de los demócratas. La independencia la desean unos cuantos, la democracia nos compromete a todos.

En la medida en que la sentencia del Supremo sea severa, la causa democrática catalana volverá a tener un gran momentum de protagonismo internacional en la medida en que los catalanes hagan oír su voz y hagan lo que sean capaces de hacer para denunciar la injusticia, el autoritarismo y el atropello de derechos. Esta es la estrategia ganadora. Mientras que si la respuesta se politiza o se utiliza partidistamente y se convierte en un nuevo acto independentista, la cuestión catalana quedará de nuevo reducida a un asunto interno español de grupos que se disputan poder. Hong Kong ha dado el ejemplo dando dimensión global a un conflicto local. Y los jóvenes de los paraguas lo han sabido hacer a base de abanderar un combate por los derechos democráticos que todo el mundo es capaz de entender y de empatizar.

Si la respuesta a la sentencia se reduce a un nuevo acto independentista, la cuestión catalana quedará de nuevo sin aliados y reducida a un asunto interno español de grupos que se disputan poder

Hay debate y mucha incertidumbre respecto a la respuesta que darán los catalanes a la sentencia del Supremo. En los estamentos oficiales se habla de gobierno de concentración, de elecciones, o de trazar el camino hasta culminar la independencia. Son ideas que, con todos los respetos, sólo sirven para empequeñecer la causa, como si se tratara de un asunto particular que hay que gestionar para sacar algún provecho. Un tono diferente tiene la misteriosa iniciativa denominada Tsunami Democrático, que antes de nacer ya ha sido condenada por los bienpensantes oficiales. De entrada, tiene la virtud de hablar estrictamente de la defensa de derechos y libertades. Es obvio que los promotores se han inspirado en la figura de Jordi Cuixart, quien precisamente ante los magistrados del Supremo proclamó: “Tsunami Democrático significa que cada vez se escuche más a la ciudadanía ... Cuando queremos un tsunami democrático, pedimos más democracia para el conjunto del Estado español, no sólo para Catalunya”. Esta es la visión abierta, solidaria, comprensible y susceptible de generar complicidades en España, pero sobre todo en Europa, que, al fin y al cabo, es donde se librarán las batallas más decisivas del proceso, y no sobre la independencia, sino sobre la vulneración de derechos fundamentales. No se trata de renunciar a la independencia, pero como dijo el líder escocés Alex Salmond: “Todo requiere su tiempo hasta que llega la circunstancia política que permite hacer progresos". Primero hay que asegurar la democracia para llegar a la autodeterminación, porque la ecuación al revés no funciona. Hay que poner por encima de todo el prestigio democrático. Así que bienvenidos sean todos los tsunamis siempre y cuando sean democráticos y sólo democráticos... ¡y no repitan errores del pasado! Hay que ser consciente de las propias fuerzas y de las propias debilidades, no se debe menospreciar al adversario, y sobre todo, sobre todo, no hay que levantar expectativas inalcanzables a corto plazo y sólo hay que plantear batallas que se puedan ganar, que derrotas ya ha habido demasiadas. La lucha por la libertad no termina nunca. Hay que insistir. Esto todavía no va de independencia, sino de democracia y comienza por exigir la libertad de los presos políticos.