Históricamente el auge del catalanismo político en sus diversas formulaciones, regionalista, federalista o soberanista, ha surgido siempre en momentos de decadencia española. La Renaixença y su dimensión política coincidieron con la pérdida de las colonias. La primera y la segunda repúblicas españolas recibieron el máximo impulso catalán en contraste con las restauraciones borbónicas, siempre impuestas a base de golpes de estado militares. Fue Jordi Solé-Tura, nada sospechoso de connivencias con el nacionalismo catalán, quien describió el catalanismo como una versión autóctona del regeneracionismo español. Uno de los hechos que caracterizó aquel momento político de finales de siglo XIX fue el Cierre de Cajas y la represión posterior. La cuestión es si, ahora tal y como va todo, estamos condenados a repetir siempre la misma historia.

Esta semana Juan Carlos I ha vuelto a ser trending topic al trascender que cuando era jefe del estado también traficaba con dinero negro hacia Suiza. Los sistemas de corrupción siempre funcionan de arriba a abajo. Cuando la máxima autoridad es corrupta es todo el sistema que se debilita y la metástasis se extiende por todos los rincones del organismo. El veto político a investigar la corrupción de la monarquía borbónica es la prueba más evidente del momento de decadencia que estamos viviendo. Un estado seguro de sí mismo ganaría en autoridad moral investigando y demostrando que no hay impunidad para nadie. Richard Nixon cayó y la democracia en Estados Unidos quedó reforzada.

Sin embargo, ahora en el estado español hay miedo porque se teme que hurgando en la corrupción del anterior jefe del estado emerja todo el pus del sistema y la ciudadanía ponga en cuestión la monarquía y provoque la caída del régimen. De hecho, fue para evitar eso que los poderes fácticos del Estado obligaron a Juan Carlos I a abdicar y a Iñaki Urdangarin a ejercer de chivo expiatorio en un momento crucial: la prima de riesgo se había puesto por las nubes, había una amenaza de rescate por parte de la Unión Europea, la corrupción del partido gobernante, el Partido Popular, se había generalizado en todo el territorio, el poder judicial se había degradado... y Cataluña presentaba el mayor desafío.

Ahora volvemos a estar en la misma situació. A la corrupción del sistema y la debilidad de las instituciones, empezando por el propio Gobierno, se le añade la más grave crisis sanitaria y económica de los últimos cien años. Cuando se coronó Felipe VI la deuda española había subido hasta el 99% del PIB. Las previsiones del FMI son que la deuda española se dispare hasta el 115%, con un déficit para este año del 9,5% y una tasa de paro del 19%, mucho más elevada entre la gente joven. Es por ello que el Gobierno de Pedro Sánchez, de acuerdo con los poderes fácticos del Estado, se ha marcado como prioridad principal prepararse y asegurar su continuidad ante las convulsiones ya inexorables que se avecinan.

El soberanismo suele crecer en función de la decadencia española, pero el Estado ha ocultado siempre su decadencia utilizando la fuerza contra las ansias catalanas emancipadoras. Con la crisis que viene volverán a hacerlo procurando que los catalanes vuelvan a morder el anzuelo y planteen la batalla por enésima vez en el terreno menos propicio

Para el deep state español la pandemia es un problema global que requerirá una solución global, por lo tanto el Gobierno no tiene otra función que esperar a que alguna potencia extranjera le facilite la vacuna. Sin embargo, las amenazas sobre el régimen político es un asunto estrictamente español y por tanto de atención absolutamente prioritaria. El marco mental es el mismo de siempre: la monarquía, la unidad de España y el negocio de las élites extractivas son sujetos inseparables, porque si cae uno, caen todos.

Así, la necesidad expresada por el Gobierno de Pedro Sánchez de controlar hasta el último rincón del territorio español, movilizando el Ejército, e incluso resucitando algo tan obsoleto como las provincias es porque su principal preocupación es evitar la pérdida de ese control. La inseguridad llega a la desconfianza incluso hacia las comunidades autónomas gobernadas por los partidos españoles.

Obsérvese que para llevar a cabo esta política tan autoritaria Pedro Sánchez, que ha cambiado mil veces de posición siempre para mantenerse, ha prescindido esta semana de la mayoría parlamentaria que le aseguraba el cargo. En adelante, difícilmente podrá contar con el apoyo de ERC, de EH Bildu y ya veremos qué pasa con el PNV y cómo afecta todo ello al seno de Unidas Podemos dado el papel de comparsa asumido por sus líderes mejor colocados. Si Pedro Sánchez pone por delante esta involución tan impropia del Gobierno más progresista es porque ya ha descartado sobrevivir con los aliados que lo eligieron presidente e intenta perdurar con otras opciones.

Los partidarios en Catalunya del "cuanto peor, mejor" pueden pensar ahora que si con la crisis del 2008 el independentismo pasó del 10% al 50%, ahora con la tragedia de 2020 y teniendo en cuenta la pésima gestión de la crisis que hace el Gobierno español, la independencia será algo irreversible. Cuidado. La estrategia del Estado en el caso catalán ha sido siempre, siempre, siempre primero la provocación y luego la represión. Y todos los golpes militares o las ofensivas represoras no sólo en Catalunya sino en el conjunto de España se han justificado en nombre de la unidad. La unidad de España sirve para dignificar cualquier indignidad. La represión del proceso soberanista fue el mejor instrumento de la monarquía, del Partido Popular y del régimen para imponer restricciones a derechos i libertades y tapar todas sus miserias de corrupción. Con las previsiones que tenemos y los hechos que ya se van produciendo, no hay que dudar que ellos sí lo volverán a hacer. Eso requerirá por parte catalana mucha reflexión e inteligencia para no volver a morder el anzuelo y plantear la batalla por enésima vez en el terreno más propicio al adversario.