El juicio se encuentra en las postrimerías. Eso no quiere decir, sin embargo, que sean ni mucho menos minutos de desecho. Esta ha sido la semana de los vídeos. La próxima será el poco novedoso momento de las acusaciones y la otra, el de las defensas y, al final, como broche de oro, el derecho a la última palabra de cada uno de los acusados.

Esta semana hemos tenido la esperada prueba de los vídeos. La visión de aquellos vídeos, la mayoría, que se presentaron para ilustrar o contradecir lo que los testigos dijeron y que el TS decidió remitir su visionado al momento de la práctica documental, cosa que ha sido una gravísima lesión del derecho de defensa y de vulneración del principio básico del proceso penal: la búsqueda de la verdad material. La separación de vídeos y testigos, que abiertamente, además, faltaban a la verdad, no permitió contrastarlos en su momento y ponerlos rojos como tomates. Gran parte de la potencia de los vídeos se ha perdido.

Ciertamente Marchena, una y otra vez, decía que las valoraciones se harían por informe. Entiendo que las defensas tendrán que emplearse a fondo para conectar la realidad que los vídeos reflejan y las fantasías, las bolas directamente, de muchos de los declarantes. Por ejemplo, cuando el exministro Zoido dijo que no le constaba que los policías nacionales gritaran "a por ellos". Tampoco se pudo dejar como mentirosos integrales a los policías que decían, contrariamente a lo que vemos en los vídeos, que no utilizaron las defensas, que explicaron a la gente por qué iban a los colegios (para cumplir una orden judicial) o que los insultaban, les oponían una residencia titánica y que, a pesar del odio, mayor del experimentado en el País Vasco, tuvieron un comportamiento proporcional y exquisito.

Insisto: es una grave lesión del derecho de defensa. Este derecho forma parte del derecho a un proceso con todas las garantías, cosa que, entre otras, permite mostrar cuando son reales las mentiras de los testigos. Si son de la acusación, la acusación se hunde. El tribunal no ha respetado ni garantizado como es debido este fundamental básico de cualquier acusado. La fragmentación artificiosa del juicio puede perjudicar seriamente a los acusados.

Las acusaciones, por su parte, especialmente la que ejerce el ministerio fiscal, ha manifestado una poca profesionalidad que va más allá de la frivolidad. Los vídeos no se situaban ni espacialmente ni temporalmente y se pretendió colar vídeos ajenos a la causa. Su papel no ha podido ser más triste y próximo a la mala fe procesal. Pero lo más importante es que sus vídeos no demostraron nada de lo que las acusaciones pretenden.

En efecto, la violencia que requiere el alzamiento (nunca mencionado por las acusaciones tal genuino elemento definitorio de la rebelión) quedó en cuatro gestos aislados por los que nadie fue arrestado. En todo el 1-O no se detuvo a nadie. Mucha no debía ser ni la violencia ni ningún alzamiento se produjo, como bien sabemos. Pero tampoco se produjeron ni el 20-S ni el 3-O ni el alzamiento ni ninguna violencia merecedora de penas similares a las del asesinato. Los vídeos de las acusaciones no resultan incriminatorios de nada. Pero nueve procesados están en la prisión hace más de año y medio. Nueve. Ejemplar estado de frivolidad y crueldad más que de derecho.

En ningún momento se mostraron vínculos entre los quiméricos dirigentes, los que se sientan en los banquillos de los acusados y/o los exiliados, y la ciudadanía

En cambio, la videoteca de las defensas estaba, ante todo, meticulosamente preparada: datos, lugares, minutaje, referencias... al fin y al cabo, lo que los profesionales hacen. Sin aspavientos y sin faltar a las normas de la buena fe procesal. Pulcritud, exactitud, apuntando a la línea de flotación de las acusaciones: violencia policial desproporcionada cuando no extrema e innecesaria; ninguna por parte de los ciudadanos pacíficos, cantos reivindicativos e irónicos (con algún insulto aislado), resistencia pacífica... Nada que no hayamos visto en multitud de ocasiones en cualquier manifestación política seria y pacífica. Nada más y nada menos.

Sin, creo, haberlo pensado, las defensas encontraron una dimensión dramática brutal. Después de la exhibición de sus vídeos, singularmente los que reflejaban la inusitada violencia policial, se produjeron en la sala silencios clamorosos, ominosos, puro reflejo que todos, insisto, todos los presentes se les encogió el corazón. No pasó con los vídeos de las acusaciones, que eran banales. Con los de las defensas, donde vemos una vez y otra zurrar a pacíficos ciudadanos de toda edad y condición, se rezumaba lo que sin esfuerzo se podría calificar de brutalidad. Fue el festival de repartir leña, como, en palabras de un policía, si no hubiera un mañana. Ejemplar también.

Vuelvo al silencio ominoso después de cada serie de vídeos que reflejaban la violencia policial. Este silencio en la sala es, como mínimo, tan poderoso como elemento probatorio de la falacia del proceso como los vídeos mismos.

Un último detalle: la rebelión (y también la sedición) requiere, como sabemos, un alzamiento público y violento. El alzamiento no es de una sola persona. La rebelión es una multitud de personas organizadas que responden a un designio con unas finalidades y medios más o menos adecuados.

Esta organización es el eslabón que permite vincular a los dirigentes de la rebelión o sedición con la gente de la calle, sus supuestas fuerzas de choque. Pues bien, todo el juicio ha estado huérfano de estos vínculos: que si malversación sin acreditar, que si Enfocats anónimos fechados mucho antes de los hechos del otoño del 2017, que si moleskine no reconocidas por sus presuntos autores y que la fiscalía no fue capaz de poder peritar, que si eso, que si aquello... Agua de borrajas al fin y al cabo. Pero en ningún momento se mostraron vínculos entre los quiméricos dirigentes, los que se sientan en los banquillos de los acusados y/o los exiliados, y la ciudadanía. Y esta carencia de organización piramidal, que es obvia en los delitos de rebelión y sedición, también ha quedado acreditada en los vídeos: no se ve nadie que dé órdenes ni, por muy escondidos que fueran los no identificados dirigentes intermedios, se observó ningún movimiento ciudadano que pareciera dirigido.

Y mientras tanto, nueve políticos y dirigentes sociales continúan en prisión. Ejemplar.