El tío Jordi ha cumplido esta semana 90 años. Un cumpleaños extraño. Extraño porque el tío Jordi es uno de los padres de la patria. Metido en mil negocios, siempre de altos vuelos y con visión de futuro. Es cierto que muchos acabaron de mala manera, en los juzgados en más de una ocasión, pero él siempre pudo salir sin ser salpicado. Se retiró al final. Pero, como veréis, no han sido los negocios lo que le han dado quebraderos de cabeza.

No perdemos el tiempo. Su prestigio era tan grande que, incluso, aunque no todos los socios lo veían claro y que había decapitado a algún más que merecido sucesor al frente de su imperio, a quien designó, ajeno a la familia, no fue criticado públicamente, ni tan sólo por los afectados directamente. Algunos decían, sin embargo, que su sucesor era interino, hasta que uno de sus hijos, cuando fuera bien maduro, pudiera coger el timón. Conociendo al tío Jordi, pillo como era, es bien posible.

Después de dejar los negocios, el tío Jordi no se puede decir que se jubilara. Más bien cambió de actividad. Pasó del mundo empresarial, donde había dejado una huella tan indeleble como discutido, al mundo intelectual, más bien en el mundo de los valores, de los valores superiores. Conferenciaba, publicaba, impulsaba. Seguía siendo un referente para propios y extraños. Además, a pesar de ser catalán, el tío Jordi tenía muy buen cartel en Madrid desde siempre y en algunas capitales extranjeras, donde era recibido como pocos por las altas autoridades locales, lo cual generaba no pocas envidias y reservas. Lisa y llanamente: el tío Jordi seguía siendo un referente: tenía opinión sólida sobre todo para todo aquel que lo quisiera escuchar y de hecho tenía cola para ser oído en público y en privado. Un orgullo para la familia, el tío Jordi.

Pero he aquí que, octogenario como era, el hombre más respetable de nuestra familia, y osaría decir que pocos más como él había conocido, se presentó hace unos seis años atrás en su casa, a la hora de comer, casi ya sentados en la mesa la tía Mercè y los hijos todavía solteros. Se presentó acompañado.

Eso era infrecuente, eso que fuera a su casa a comer con extraños sin avisar. Pero de inmediato los extraños pasaron a ser una amenaza para nuestro universo familiar: todo lo construido en torno a la columna vertrebral principal que había sido el tío Jordi se diluyó como un terrón de azúcar en el agua, en un instante.

Como he dicho, no vino solo. Lo acompañaba una mujer madura, que estaba en el principio de los sesenta, muy bien conservada y con la elegancia de la distinción innata. También apareció un joven, como tantos otros, vestido infotrmal, apuesto, de suaves maneras. Prácticamente, desde el quicio del recibidor, lanzó: "Os presento a Aida y a vuestro hermano, Ot". No hizo falta ninguna palabra más; con estas siete quedó al descubierto un secreto de más de 30 años. Teníamos, nosotros, un nuevo primo y una especie de tía postiza. Por lo poco que los he frecuentado después, una pena no haberlos conocido antes. Si nos hubíeramos visto de forma regular, nos habríamos avenido. Yo me he visto con ellos alguna vez, con Ot más, ya que somos contemporáneos; me parece agradable y muy interesante; de hecho eso de la astronomía, que es su profesión, siempre me ha atraído.

Pero esta incipiente relación personal no es el tema. La cuestión es que aquella comida ordinaria de hace seis años, nunca acabó. La familia se rompió. El matrimonio del tío Jordi y la tía Mercè estalló como un globo de feria. Y los hijos, los solteros y los casados, se dividieron, aunque algún casado fue especialmente compasivo con el tío Jordi. Pero, claro está, mi familia nunca va a volver a ser la misma. la columna vertrebral cayó, desmenuzada. Y cayeron su dignidad, su autoridad, sus valores. Al fin y al cabo, cayó al suelo y fue pisoteado todo aquello que él había presentado como frontispicio de su vida y nos reclamaba a la familia que lo siguiéramos.

El tiempo, si no cura, sí que apacigua. La tía Mercè, claro está, no quiere oír hablar del tema, aunque casi a diario se cruzan en la escalera, ya que el tío Jordi ahora vive en un medio sótano del mismo inmueble, con vistas al patio de la manzana. Hombre, un poco húmedo y sobre todo con poca luz sí es, pero no paga alquiler y le permite recibir alguna visita.

Algunos de la familia y algún amigo, los más moralmente relativistas, se han acercado para a celebrar con él su 90º cumpleaños. No es el hombre más popular del mundo -del mundo familiar-, sin embargo, qué queréis que os diga, es el tío Jordi. Con eso está todo dicho.