Acababa el año 2018 con un título nada original: balance negativo. En la misma línea de originalidad, se empieza el año con un propósito, el realismo. Normalmente, los propósitos son aspiraciones positivas con las cuales se pretende, si no abarcar la felicidad, sí mejorar en algunos aspectos de la vida. En política, que es parte esencial de la vida, pues también. Puro realismo.

Aquí el propósito es para mejorar la situación política, pero no es un caramelo de azúcar como los de la feria: la realidad, y más en la situación de ya larga excepcionalidad que vive Catalunya, es más bien amarga y reconocer la realidad para deshacer errores, superarlos, encontrar las vías correctas o, cuando menos, lo menos onerosas posible, no resulta nada fácil: supone, en primer lugar, hacer autocrítica y, en segundo, acertar con los caminos para superar el statu quo actual.

Primero de todo: no tenemos una república, ni real ni simbólica. Cruel régimen sería de aquel que, superado el modelo anterior, tuviera imputados (en prisión, en el exilio o pendientes de juicio) a los que han trabajado de lo lindo para traer la República. De República, desgraciadamente, de momento, nada. Puro realismo

Ciertamente, hicimos un referéndum. Digo que hicimos un referéndum y no que se organizara un referéndum porque el 1-O fue una gesta ciudadana, abrumadoramente ciudadana. Sin embargo, no fue un referéndum reconocido por quien lo tenía que reconocer: la comunidad internacional. Ni los observadores internacionales pudieron decirnos más que buenas palabras de admiración sobre el comportamiento radicalmente cívico de los catalanes ni la comunidad internacional más próxima, la occidental, es decir, la Unión Europea y el resto de miembros del OCDE reconocieron la legitimidad de los resultados. Puro realismo.

El realismo no puede ser tildado ni de cobardía, ni de traición ni de, el colmo de la injuria, autonomismo

También hay que decir que un referéndum ganado por un 90% de los votantes, que no del censo electoral, da mala impresión y más sin garantías, por más que se pusiera de manifiesto la buena voluntad de la parte catalana, así como la represión y la obstaculización a diestro y siniestro del referéndum por la parte española. Ciertamente, el no reconocimiento de los resultados del 1-O no es imputable a Catalunya, pero la forma como se expresaron es la que es. En las relaciones internacionales lo que manda tiránicamente es la Realpolitik, vehículo de los puros intereses de las potencias grandes, medianas y pequeñas. Puro realismo.

Además, ni en votos populares del referéndum ni en votos electorales regulares, el independentismo, aunque supera el unionismo de cal y canto, se constituye en mayoría absoluta para declarar unilateralmente la independencia. Sin una mayoría absoluta clara, legitimada, no será admitida una declaración unilateral de independencia. No por España ―que lógicamente no lo admitiría de ningún modo―, sino por la comunidad internacional que nos es próxima. Puro realismo.

El realismo no puede ser tildado ni de cobardía, ni de traición ni de, el colmo de la injuria, autonomismo. Mal camino empezaremos cuando, en lugar de trabajar lo más juntos posible, recurrimos a los malos nombres del diccionario. Y mal ejemplo para los que imperativamente hay que atraer a una causa cívica, pacífica y democrática... y a cara descubierta, es decir, la vía catalana. Puro realismo.

En este contexto, no habría que repetir el error de no haber investido president de la Generalitat a Jordi Turull con excusas que ahora no hay que recordar. En lugar de fabular sobre cómo sería hoy la República Catalana, más bien habría que pensar qué hubiera ocurrido ―y si hubiera ocurrido― con la detención de Jordi Turull, el 23 de marzo pasado, ya investido president de la Generalitat. Él, seguro, no se encontraría en peor situación; tengo por seguro que el independentismo estaría en mucha mejor posición. En todo caso, empezar el reparto de epítetos malsonantes no arreglaría nada. De puro realismo sería una reflexión al respeto, para no caer en abismos como este. Puro realismo.

Por lo tanto, pactos con quien nos pueda mejorar la situación, sin dudarlo. Puro realismo.